Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 611, del Diario de Querétaro del 5 de junio del 2016.
4.57 hrs.
Te levantas por condición, porque el ritmo circadiano te ordena que te largues a trabajar. Como buen ciudadano del neoposmodernismo, tras desactivar el despertador, revisas enseguida las actualizaciones y notificaciones de Facebook. Lo primero que ves es la publicación de una de tus amistades (en realidad no recuerdas ni por qué razón es tu amiga… ni por qué la tienes agregada a tus 1657 amistades). Lees: “La felicidad está en la actitud positivista que tengas ante la vida. A veces le exigimos tanto a la vida que olvidamos que la vida nos ofrece en cada minuto, en cada segundo de nuestro tiempo momentos inolvidables y verdaderamente felices…” (sic). Reparas en aquella palabra y vuelves a leer, en esta ocasión un poco más despierto que al principio: “La felicidad está en la actitud positivista que tengas ante la vida.”. Y tu mente no hace más que cavilar en espetar con violencia todas las nociones a priori, de acuerdo a lo que tu amistad sugería.
6.07 hrs.
A oscuras, sales a la calle a bordo de tu automóvil y enciendes el radio en un nuevo intento por desperezarte. El exultante conductor de un insípido noticiario embelesa los altavoces con voz de terciopelo en cuello: “Vamos con toda la actitud en este día. Con toda la buena vibra, arrancamos este miércoles, ombligo de semana, con la pila bien cargada y llenos de positivismo. Vive la vida, vive con positivismo”. Y tu mente no hace más que imaginar viviendo sistemáticamente bajo la premisa de que los únicos conocimientos válidos científicamente son aquellos que provienen de la experiencia y renegando de todo reducto metafísico. Pero apenas terminas de imaginarte positivista y te asalta una duda: ¿acaso la felicidad, la actitud, la buena vibra, la pila bien cargada y hasta el ombligo de semana no son nociones en sí metafísicas?
6.58 hrs.
Safe! (en inglés; en español sería seif). Hoy checaste a tiempo. Mañana, solo dios… Recorres el pasillo que te conduce a la oficina. Y reparas en rincones decorados. No. En espacios adornados con post-it (en inglés; en español sería poustis o algo así), hojas tamaño carta con ilustraciones pixeladas (¿se dice así?), animales grotescos con trazos infantiles en modo adulto, todos ellos en una elucubración optimista para estimular tu día: “Piensa positivo, siente positivo vive positivo”, “Hacen falta días malos para darte cuenta de lo bonitos que son el resto”, “No hay cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa”, “La única diferencia entre un día bueno y un día malo es la actitud positiva con la que asumes tu vida”… y muchas más en el mismo tono.
Una de las tantas secretarias que pululan en el lugar, y a quien seguro estás que de es la primera vez que has visto, nota tu rostro consternado y, notablemente conmovida, te espeta:
–Están lindos los mensajes, ¿verdad?
–¿Perdón?
–Los mensajes, creo que son lindos. Creo que debemos de vivir con positivismo.
–¿Con positivismo?
–Pues sí, ver la vida positivamente. Aceptar y hacer la voluntad de dios. Echarle ganas, quedarse con lo bueno y desechar todo lo malo, total: todos vamos para el mismo lado.
Un repentino escalofrío te saca de tu postración y te retiras de lugar sin despedirte. La secretaria alcanza a emitir un comentario que jamás lograrás descifrar.
Para el pensamiento sociológico, la figura de Augusto Comte (1798-1857) ocupa un sitio preponderante no solo porque él fue quien inicialmente acuño el término Sociología, tras un largo debate interdisciplinario del concepto “física social”, binomio un tanto irónico que no satisfacía el enfoque metodológico para la noción de un objeto de estudio emanado desde la sociedad.
Para Comte, en la Sociología era posible obtener conocimientos de la sociedad desde un enfoque científico, con una metodología similar a la utilizada en las ciencias duras como la Física, la Química y la Biología. Acaso para Comte, la Sociología era la última ciencia que quedaba por crear, más que por su objeto de estudio novedoso (el fenómeno social), lo era por su complejidad y significación.
Una vez establecido su marco metodológico, la Sociología como ciencia debía contribuir al bien común, desde una metodología que fuera capaz de comprender, predecir y controlar el comportamiento humano. Para lograr su cometido, Comte, bajo la influencia de Hume y Saint-Simon, establece el Positivismo. Más que poner caritas en fomi o actualizaciones con alarde excesivamente optimista, el Positivismo consiste en no admitir como validos científicamente otros conocimientos más allá de los que proceden de la experiencia, rechazando las nociones a priori y todo concepto universal y absoluto. Lo que se denomina como hecho es la única realidad científica, mientras que la experiencia y la inducción, se adscriben al método científico positivista.
Vaya ironía. El Positivismo propugna la negación de todo lo ideal, de los principios absolutos, abstractos y metafísicos. Comte propone el término porque se interesó por una nueva problematización de la vida social para el bien de la humanidad a través del conocimiento científico para que, mediante dicho conocimiento, se tuviera el control de las fuerzas naturales.
El Positivismo aborda la historia humana bajo el enfoque de la Ley de los Tres Estados:
- Fase teológica o mágica, también denominada la infancia de la humanidad. En esta etapa las personas dan explicaciones mágicas de los fenómenos naturales, utilizan categorías antropológicas para comprender el mundo y técnicas mágicas para dominarlo. También creen que ciertos fenómenos son causados por seres sobrenaturales o dioses.
- Fase metafísica o filosófica en donde, si bien el hombre deja de creer en seres sobrenaturales, comienza ahora a creer en ideas. Las ideas racionales sustituyen a las entidades abstractas y términos metafísicos.
- Fase científica o positiva, tras un largo proceso, la persona se dedica a estudiar las leyes de los fenómenos. El conocimiento se basa en la observación y la experimentación, y se expresa con el recurso de la matemática. Se busca el conocimiento de las Leyes de la Naturaleza para su dominio técnico.
18.47 hrs.
Comprendes las explicaciones mágicas, no por su fundamento científico, sino por la necesidad que tenemos las personas por aplazar la esperanza, prorrogar la tragedia y por la ansiosa necesidad de comprender el mundo. Quizás la palabra correcta sea optimismo, pero te conmueve el brío con el que nos empoderamos desde el supuesto Positivismo.
Aunque la frase “echarle ganas” no signifique nada, y “ponerse las pilas” te remita más a Toy Story que a un sinónimo de resiliencia, elijes tus batallas y te persuades de estar bien, acaso por un sentimiento agudo de nostalgia a la inversa. La anomia disfrazada de optimismo.