Sala de urgencias

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 617, del Diario de Querétaro del 17 de julio del 2016.

“Ya llevo 16 operaciones. Pero además estuve un mes en coma después de que, a bordo de mi motocicleta, me estampé en avenida Constituyentes a la altura del puente del camino a Candiles”. Se trata de Guillermo, un paciente nada impaciente (de acuerdo a la versión que él da de sí mismo) que permanece sentado en el área llamada “Primer contacto”. Viste un bermudas gris, camiseta negra sin mangas y una pequeña mochila donde guarda religiosamente sus cantidades ingentes de medicamento. Llega a Urgencias por presentar un intenso dolor en su pierna derecha a consecuencia de una descalcificación: “Yo creo que sí se puede salvar mi pierna”, dice con una sonrisa impertérrita quien a sus 36 años está obligado a usar hemodiálisis.

Como Guillermo cerca de treinta personas permanecen en la zona de Primer Contacto: Felipa, una mujer quincuagenaria de mirada profunda y amable que presentó complicaciones intestinales a consecuencia de su diabetes descontrolada; José Hernández, un hombre de inmensidad espiritual y física, dializado, cuyas extremidades están siendo atacadas por un dolor inédito en su historial clínico; Gaby, una estudiante de preparatoria que, no obstante su edad, presenta un fuerte dolor de riñón: “Ya vez por estar poniéndole tanta San Luis”, le reclama cariñosamente su madre; Guadalupe, una mujer afanosa y muchas ganas de ir a la playa, pero que reporta intensos dolores en la espalda baja: “Yo creo que es del riñón. Es que no me gusta tomar agua”, dice mientras confronta la molestia con una sonrisa diáfana y contagiosa.

A pesar de su innegable pertinencia, el servicio de Urgencias del Hospital General Regional Número 1 del IMSS (HGR No. 1) reportó 2040 quejas en el periodo de 2013 al 2015, de acuerdo a registros de la Coordinación de Atención y Orientación al Derechohabiente. Las otras dos áreas que reportan el mayor número de reclamos son afiliación y cobranza.

“No, no voy a borrar el video. Y los voy a denunciar. Ya basta de que nos estén tratando con este pésimo servicio: ¡Ustedes son unos carniceros!”. Tras los gritos, la señora Magdalena amaga con denunciar a la enfermera que atendió a su madre, ya que “lleva más de cuatro horas en esa camilla y no la pasan a piso. ¿Qué esperan?, ¿qué se esté muriendo para que la puedan atender? O ya, de plano, que me digan que la van a dejar morir para llevármela”. La madre de doña Magdalena presenta complicaciones cardiacas por diabetes. El argumento de la enfermera es que “en el área de Triage nos dijeron que no era una urgencia, el padecimiento de la señora se puede controlar en la clínica familiar”. El Triage (por su forma francesa) o Triaje (en su forma castellana) es un método de selección y clasificación de pacientes empleado en la medicina de emergencias y desastres. Evalúa las prioridades de atención, privilegiando la posibilidad de supervivencia, de acuerdo a las necesidades terapéuticas y los recursos disponibles, evitando en la medida de lo posible que se retrase la atención del paciente que empeoraría su pronóstico por la demora en su atención. Por tanto, evalúa el riesgo inmediato de muerte y las posibles complicaciones derivadas de la espera. En situaciones de demanda masiva, atención de múltiples víctimas o desastre, se privilegia a la víctima con mayores posibilidades de supervivencia según gravedad y la disponibilidad de recurso. Quizás a ello se deba que la enfermera le haya dicho a un paciente con dolencia abdominal: “Si llega un infartado le voy a dar prioridad a él”.

“No te preocupes, yo estoy aquí contigo. Háblame, no pienses en el dolor. Solamente debemos esperar a que te haga efecto el analgésico”, decía Marijó, una enfermera del turno matutino, a su paciente que permanecía en pasillo antes de ser evaluado por el cirujano de guardia para una eventual intervención quirúrgica. Los pacientes saben que se acerca Marijó porque su presencia es antecedida por un olor a flores que contrasta violentamente con la apabullante manifestación de gritos, dolores, llantos, padecimientos y muertes. “Trato a mis pacientes como me gustaría ser tratada a mí. Trato de comprender su dolor, y me angustia no poder hacer lo suficiente para aliviarlos. ¡Imagínate! Tarde o temprano me va a tocar estar a mí del otro lado”, dice mientras administra una fuerte dosis de Naproxeno vía intravenosa.

A pesar de la reciente inversión de 2.8 millones de pesos que se utilizaron para el mejoramiento del área de Urgencias, se siguen utilizando los pasillos para la atención a pacientes, las camillas son insuficientes, no se cuenta con espacios adecuados para Primer Contacto, solamente se cuenta con un cirujano para el turno matutino y otro para el turno vespertino, la atención a Especialidades (por ejemplo, Proctología) está limitada a un solo médico en turno vespertino, por lo que si se presentara un caso de real urgencia para esta especialidad, el paciente tendría que esperar a ser atendido hasta después de las 15:00 hrs. El tiempo promedio en el que un paciente espera en la zona de Primer Contacto (en la mayoría de los casos lo hace sentado en una silla no acondicionada para fines clínicos) ronda entre una y dos horas, aunque, como en el caso de Guadalupe, puede convertirse en calvario: “¡Llevo aquí desde las 11:00 hrs. y ya van a dar las seis de la tarde!”, espetó con un grito hilarante que despertó a algunos de los pacientes que dormitaban en Primer Contacto a consecuencia del medicamento.

De las 23 Unidades de Medicina Familiar, siete se encuentran en el municipio de Querétaro, incluyendo al HGR No. 1. En la sala de Urgencias las barreras de las clases sociales se difuminan al tenor del padecimiento, lo único que cambia es la gravedad del mal. Una familia se abraza en la puerta principal de Urgencias: “Mi padre acaba de morir a consecuencia de un infarto”, dijo una mujer cuyo sofisticado smartphone delataba su estrato socioeconómico. Enseguida, una anciana ataviada de una bolsa para el mandado y un chal se acercó ofreció para rezarle un padrenuestro y un avemaría al nuevo “invitado a la fiesta del señor”, como la misma anciana diría.

Intempestivamente, en el intenso bullicio de la sala (un ir y venir casi infinito de enfermeras, camilleros y enfermos famélicos) irrumpió desde el Pediluvio el grito de dolor de un paciente. Aquello hizo pensar que en la sala de Urgencias se había implementado ya el servicio de exorcismos. “Nos va a odiar por esto, pero le juro que se va a sentir mejor”, dijo Abraham. “Grite, no se preocupe, nosotros estamos aquí para apoyarlo. ¿Listo? Va a doler mucho, uno…, dos…, ¡Tres!”, dijo Juan Malagón tras lo cual vinieron nuevamente los alaridos de aquel infortunado paciente. Pero, allende los gritos, Abraham y Malagón, dos recién egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Querétaro, dieron férrea muestra de lo que es el servicio de urgencia desde la perspectiva del médico practicante: serenidad, atención, humanidad, confianza, apoyo y sentido del humor. “No nos vaya a golpear por esto, señor” dijo Malagón a su paciente mientras se preparaba una nueva maniobra de curación: “Uno…, dos…, ¡Tres!”

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