Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 604, del Diario de Querétaro del 3 de abril del 2016.
No gozo del privilegio de conocerte en persona (¿puedo hablarte de tú?). Tampoco pretendo ostentarme como un crítico especializado. De hecho, ni siquiera he leído toda tu obra. No obstante, he de confesar que La fiesta del chivo (Alfaguara, 2000) fue una obra que me marcó por su avasalladora pasión narrativa: vivir en República Dominicana sin dejar de pisar Querétaro, un viaje en el lapso de una dictadura en tan solo tres días sin salir de casa.
Sé de tu alergia al género epistolar, por lo que la amplísima posibilidad de no ser leído por ti me animan a continuar escribiendo esta carta. El objetivo de la presente, a toro pasado, es más que una efervescente congratulación por tu cumpleaños. Ni siquiera es una efeméride que haya brincado de la plaza cívica de alguna secundaria (general o particular, la cosa no cambia) queretana donde ni siquiera se ha pronunciado tu nombre (ya no digamos que conocen un libro tuyo). Tampoco se trata de un oportunismo costumbrista para ostentarme como lector acérrimo de tu obra y autonombrarme como el tuerto heroico entre ciegos insignes que no han entrado al universo vargallosiano.
La presente es un simplemente un agradecimiento.
Gracias por tu faceta de socialité, envuelto desde el 2014 en aquél affaire con Isabel Preysler, exesposa de Julio Iglesias y, en aquel entonces, recientemente viuda de Miguel Boyer. “Romance confirmado y escándalo familiar” sentenciaba Caras en junio del año pasado. Con eso, admirado Mario, confirmaste que sigues vivo, y que no piensas dejar de estarlo por un buen rato, con la misma vivacidad y jocosidad con la que Marito se enamoró de Julia. ¿Reparaste en la sutiliza de los paralelismos del arte y su insoslayable relación con el chisme de farándula? Julia era 14 años mayor que tú, mientras que Isabel es la misma cantidad pero menor. ¿Cuántos no comienzan a quemar las arcas no bien llegan a los cuarenta, apreciado Mario?
Gracias por tu faceta de político. Del que va de la legítima simpatía socialista a la búsqueda frenética del liberalismo. Más que opinador, te convertiste en vertiente y referencia liberal propias de un intelectual serio. Mientas otros de ufanaron de sus estrechas amistades sustentadas en su respetable invocación idealista al régimen castrista, tú decidiste ser un liberal, allende las ideas de tu abuela Carmen y su anecdótica noción del liberalismo: “¿Y a qué se fugó a París ese tío liberal, abuelita?” “A qué iba a ser, hijito. A corromperse”; más allá del significado que liberal tiene para los EEUU y el mundo anglosajón: con implicación profunda en el socialismo de la conflagración y la izquierda radical; del liberalismo latinoamericano contemporáneo, llamándote incluso neoliberal, para lincharte y descalificarte, para tildarte de conservador, miembro de la mafia en el poder, reaccionario, cómplice del sistema, de la explotación y de las injusticias propias del capitalismo salvaje.
Fue en aquella célebre mesa de diálogo transmitida por Televisa y convocada por Octavio Paz en donde esgrimiste el binomio celebérrimo de la dictadura perfecta. Ni las inolvidables muecas de Paz ni la posterior broma de Krauze (¡dicta-blanda!) alcanzaron a opacar el impacto de tu idea: “no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro, es México […] Tiene todas las características de una dictadura: la permanencia no de un hombre pero sí de un partido inamovible, que concede cierto espacio para la crítica en la medida que esa crítica le sirve […] una dictadura que ha creado una retórica de izquierda, la cual, a lo largo de su historia reclutó muy eficiente a los intelectuales. No creo que halla en América Latina una dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil a través de trabajos, de nombramientos, de cargos públicos…”.
No obstante tu alergia al género epistolar, destacan las misivas en las que dialogaste con algunos coetáneos del boom: Emir Rodríguez Monegal, Carlos Fuentes, Roberto Fernández Retamar, Jorge Edwards. Y las maravillosas Cartas a un joven novelista (Alfaguara, 2011), puestas en relieve recientemente por Rafael Pérez Gay.
Gracias por sugerirme no hacerme muchas ilusiones con el éxito literario. Si bien no hay razón para que no pueda acceder a él, los premios, el relumbrón (y uno que otro cargo público), la venta abarrotada de libros, el prestigio de ser un escritor, es un encaminamiento sui generis que rehúye a quienes más lo merecerían y abruman a quienes menos. Es decir, es fundamental no confundir la vocación literaria con la vocación por la fama.
Gracias por enseñarme que la rebeldía es el origen a la disposición precoz a crear historias y seres, una especie de rechazo de la vida cotidiana en pleno uso de nuestra facultad de desear e imaginar.
Gracias por sugerir que quien entra a la literatura lo debería de hacer como quien entra en una religión: dedicar vocación, dar el tiempo, dotar de energía y esfuerzo, estar en condiciones de llegar realmente a ser escritor, escribiendo una obra trascienda a mí mismo.
Gracias por recordarme que el genio no es el resultado precoz de una especie de destino manifiesto, sino el lúcido producto de una larga secuencia de vida entregada a la literatura, con años de disciplina y muchos más de perseverancia.
Gracias por la retórica de quien crea e inventa, porque la raíz de todas las historias es la experiencia de quien toma la iniciativa de escribirlas. La vida es la fuente de donde manan las ficciones: una novela, entonces, será siempre una biografía disimulada del autor. Si la ficción es por antonomasia una impostura, una novela será entonces una mentira que nos persuade hacia la verdad.
Gracias por enseñarme a leer y por invitarme a escribir. Porque quien escribe elige y organiza su universo gramatical, siendo esta organización el factor decisivo para quien cuenta historias porque precisamente de eso dependerá el peso de la persuasión de lo que queremos contar; y eso jamás podrá estar subsidiado al estilo.
Y sí, como bien me dices en las cartas, los estilos fracasan porque llegan a ser prescindibles. Y de que no se trata de ausencia de historias, sino de que esas historias contadas de otra manera, con las palabras adecuadas, serían mejores.
Gracias por recordarme que la crítica, con todo y que siempre quedará vedada a la totalidad del fenómeno de la creación, es un ejercicio de la razón y de la inteligencia. Pero en el proceso creativo, además de los anteriores, y apelando a que la creación es una crítica abrasiva de la cotidianidad, intervienen además la intuición, la sensibilidad, la adivinación, el azar, elementos que escaparán siempre a las redes de la más fina investigación crítica.
No, Mario. No te conozco en persona. Pero además de La fiesta del chivo, La tía Julia y el escribidor, fueron La ciudad y los perros (Alfaguara, 2000), Pantaleón y las visitadoras (Alfaguara, 2002), La guerra del fin del mundo (Alfaguara, 2006), El elogio de la madrastra (TusQuets, 1983) que confieso hurté de la biblioteca del colegio Salesiano en 1995, y las Cinco esquinas (Alfaguara, 2016) imperdibles pretextos para conocerte de cerca.
Gracias, Mario.