Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 595, 7 de febrero del 2016.
El fenómeno social del narcotráfico se coló en la cultura y arte latinoamericanos de manera sutil y definitiva. Colombia y México son las máximas representaciones de este fenómeno, donde se dio un tratamiento distinto en comparación con Al Capone en EEUU. En nuestro país la lírica de los corridos, las narrativas de carácter épico, los guiños con la novela negra, exposiciones plásticas que incorporan pigmentos hemoglobínicos y las recientes series de televisión, han contribuido de distintas maneras a que vayamos del tabú a la fetichización.
Entre el susto y el gusto han emergido constructos narrativos de los relatos de violencia, ya sea bajo la estigmatización de la apología del delito, por el oportunismo político del momento, o por la fascinación que deslumbra a nuestro estilo de vida cotidiano.
Y no, caro lector, no se trata de exigirle una explicación casuística acerca del fenómeno del narcotráfico a Rosario Tijeras (Seix Barral, 2004) de Jorge Franco o a La virgen de los sicarios (Punto de Lectura, 2005) de Fernando Vallejo. Pedir cuentas a la Literatura acerca de un fenómeno social propio de las Ciencias Sociales podría redundar en una acción falaz carente de sustentos epistemológicos.
Frente a la fetichización y la banalización de los personajes hechos celebridades, resiste la memoria y el denuedo de la realidad. El advenimiento masivo de memes y entrevistas pírricas que igual caben en la libertad de expresión como en la iniquidad oportunista, pueden ser puestos en perspectiva desde investigaciones propias del periodismo contemporáneo, un esfuerzo por alfabetizarnos en el fenómeno de la violencia del narcotráfico. Veamos.
De acuerdo al exhaustivo perfil criminal de Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, que elaboró la PGR en 1993, éste resultó ser un hombre “egocéntrico, narcisista, astuto, perseverante, tenaz, meticuloso, selectivo y hermético”. Manifiesta una “capacidad criminal alta y una adaptabilidad social media alta que le ha permitido crear redes de lealtad y complicidad”. Son tres rasgos de su personalidad que lo destacan del resto de los narcotraficantes: ingenioso, manipulador y encantador: un maestro en el arte de la seducción.
Pero detrás de aquél rostro deferente, amable, y muy lejano a las supuestas obras de caridad que ha realizado en la comunidad donde vive o lleva a cabo sus actividades criminales, existe y pervive un hombre cruel, una persona que antepone su beneficio propio sin importarle que afecte a otros. Sus relaciones interpersonales se distinguen por ser superficiales y de carácter explorador. Su comportamiento criminal es capaz de llevarlo a causar daño físico de manera casual y sin pensarlo debido a que las necesidades y los sentimientos de los demás no tienen relevancia ni sentido inmediato para él.
El retrato del perfil criminal de “El Chapo” devela fallas notables en el control de sus impulsos, tanto sexuales como agresivos, y presentaba desde aquel entonces una notoria baja tolerancia a la frustración. Es conocido que cometió innumerables excesos en los penales donde previamente estuvo recluido, todo a cuenta de su inagotable poder corruptor.
Lo anterior lo encontramos en Los señores del narco (Grijalbo, 2010) de Anabel Hernández, una lectura imprescindible que debería tener el carácter de libro de texto gratuito. Una investigación ampliamente documentada sobre el desarrollo estratosférico del narcotráfico en nuestro país bajo el amparo de las complicidades de movimientos armados en Latinoamérica y de los tres órdenes de gobierno.
Parecería un lugar común hablar de la complicidad del gobierno con el narcotráfico, pero la documentación de Hernández ofrece detalles que dan fe de dicha complicidad. El cártel incomodo (Grijalbo, 2011), de José Reveles; y Marca de sangre (Planeta, 2010) de Héctor de Mauleón, ratifican lo anterior.
Fue un encuentro fortuito entre el narcotraficante Osiel Cárdenas Guillén y los agentes Joe DuBois, de la DEA, y Daniel Fuentes, del FBI. Un movimiento equivocado y lo que se estaba llevando a cabo como una negociación podría devenir en una carnicería. “Si no nos dejas ir, el gobierno de los EEUU te perseguirá hasta la tumba” dice uno de los agentes a Cárdenas Guillén, mientras éste apunta con una pistola en la cara al agente. El narcotraficante accede y deja el libertad a los agentes, pero a partir de ese hecho las autoridades estadounidenses ofrecen una recompensa de 2 millones de dólares por la cabeza de Cárdenas Guillén, quien tras enterarse de esto estalla en paranoia.
Cárdenas Guillén aumenta su fuerza paramilitar. Con desertores y corruptos del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) construye su ejército. Irónicamente el GAFE tenía la misión de cazar delincuentes como “El Mata Amigos”, como se le conoce a Cárdenas Guillén. Así nacen los Zetas, ejército privado de Osiel bautizado así porque “Z” era el código utilizado por los elementos del GAFE para comunicarse entre sí por radio.
Lo anterior se narra en CeroCeroCero (Anagrama, 2014) de Roberto Saviano, para quien “escribir sobre la cocaína es como consumirla. Cada vez quieres más noticias, más información, y las que encuentras son suculentas, ya no puedes prescindir de ellas. Eres addicted. Aún cuando remiten a un esquema general que ya has comprendido, esas historias fascinan por sus detalles. Y se te meten en la cabeza, hasta que otra -increíble, pero cierta- ocupa el sitio de la anterior”.
En reciente su visita a México, en agosto del año pasado, Saviano señalaba en entrevista que “el sector empresarial mexicano no experimenta placer alguno en ver al país en manos de los traficantes de drogas, pero también sabe que con un Poder Judicial y una policía tan débiles como son los de ahora, cada problema se puede resolver con dinero, mientras que mañana debemos resolverlos actuando legalmente y con el riesgo a tropezar con una justicia propia”.
El caso del asesinato masivo de mujeres en Ciudad Juárez es un fenómeno social vinculado al narcotráfico. Abdel Sharif Sharif, el eterno presunto asesino de mujeres, quizás fue el chivo expiatorio idóneo para un caso que nunca tuvo una la suficiente atención. En el advenimiento del siglo XXI, por cada 9 hombres víctimas de homicidio doloso se mataba a una mujer. En comparación con el resto del país, en Ciudad Juárez, Chihuahua, esta proporción aumentó a cuatro asesinadas.
A pesar de que se presume que el 80% de los más de 300 homicidios contra mujeres en la última década han sido resueltos, en Huesos en el desierto (Anagrama, 2006) de Sergio González Rodríguez, se evidencian las omisiones de las autoridades, la imposibilidad de hacer cumplir la ley y su incapacidad para aplicar justicia. El libro, una entrecruza de documentos y testimonios, ubica el límite entre lo delincuencial y el feminicidio, la existencia de una centenar de asesinatos en serie bajo el amparo de la impunidad y la corrupción, en una ciudad que presumía de bonanza económica y crecimiento sustentado.
Más allá del petardo que gritamos con el tronar de la tuba y lejos de la amplificación de nuestros anhelos vilipendiados por una serie de televisión, está el criterio y la memoria: la invitación a hacer frente a la amnesia, a la fetichización, a la banalización y a la idolatría sigue abierta.
NOTA: el tema de este texto no tiene intención crítica. Acerca de CeroCeroCero de Roberto Saviano recomiendo leer: Saviano y el plagio.