Gracias, Sergio.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 653, del Diario de Querétaro del 2 de abril del 2017.

Hacia la mitad de la década de los noventa los ojos del escrutinio público estaban volcados al fenómeno zapatista. La polarización política se alimentó de la violencia de los años 1994, 1995 y de las crisis económicas de entonces. Fuga de divisas, trataban de explicar con eufemismos los comentaristas especializados.

De fondo, había un fenómeno al que pocos o casi nadie le había dedicado su atención: los asesinatos de Ciudad Juárez. Para el periodista Sergio González Rodríguez este fenómeno cobró principal relevancia después de que una amiga muy cercana a él fuera asesinada en Chihuahua, quien en ese tiempo se desempeñaba como periodista para la revista Biblioteca de México, y editor y fotógrafo de la revista Luna Córnea, en donde tuve primer contacto con su trabajo visual y escrito, y en el periódico Reforma, medio que lo envió como corresponsal a Chihuahua para iniciar sus investigaciones acerca del asesinato de mujeres. En 1995 tuvo su primer viaje a Ciudad Juárez.

En su columna para El Universal del jueves 6 de abril, titulada “Sergio y las muertas” Héctor de Mauleón recordaba a Sergio tendido en la cama del hospital tras una golpiza que un grupo de sujetos le propinó al interior de un taxi en la Ciudad de México, a raíz de las investigaciones que Sergio llevaba a cabo.

En éste su Libro de Cabecera de nuestro suplemento BARROCO, número 595, del 7 de febrero del 2016, repasábamos el libro Huesos en el desierto (Anagrama, 2006), trabajo periodístico que recoge el producto de las investigaciones en torno al asesinato sistemático de mujeres en Ciudad Juárez.

En una de tantas tertulias, el poeta y amigo José Homero (Minatitlán, 1965) nos acercó una perspectiva distinta a Sergio desconocida hasta entonces por mí: un periodista apasionado que ha sabido integrar la investigación periodística a su discurso narrativo.

Es quizás por esta virtud particular de González Rodríguez que su discurso se ve influido por un halo de violencia cotidiana puesto en perspectiva desde la estética narrativa. Este halo ha influido innegablemente a escritores contemporáneos, de entre los que destacan a Emiliano Monge hasta el mismo Roberto Bolaño. Bolaño fue quien se acercó a González Rodríguez para solicitar su “ayuda técnica” en la elaboración de la inmensa novela 2666: “una metáfora de México y del pasado de México y del incierto futuro de toda Latinoamérica. Es un libro no en la tradición de aventura sino en la tradición apocalíptica” (Montoya y Esteban, Entre lo local y lo global: la narrativa latinoamericana del cambio de siglo, 1990-2006, Iberoamericana Editorial).

Querétaro recibió en varias ocasiones a Sergio. Unas como comensal en restaurantes taurinos, en el marco del Hay Festival 2016. Otras como miembro del legendario grupo Enigma, en la década de los setenta y, recientemente, el 22 de diciembre del 2012, en el toquín organizado por Circo Volador A. C., en el mismísimo hoyo funky de Felipe Carrillo Puerto que los viera actuar hace casi cuarenta años.

Bajista implacable con su inseparable bajo Rickenbacker, Sergio también fue un punto de encuentro entre voces y posturas tan disímiles. A él llegaban voces como las de Jenaro Villamil hasta del mismo Héctor de Mauleón. Acaso porque el mismo Sergio nunca antepuso algún interés político a su real pasión periodística.

Para no faltar al ámpula anual, reproducimos a continuación la última lista de los mejores libros del año según Sergio González Rodríguez.

Gracias, Sergio.

El mejor libro del año: Luis Villoro, La alternativa. Perspectivas y posibilidades de cambio.

Ensayo: Abraham Cruzvillegas, La voluntad de los objetos; Jaime Labastida, El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana; Omar Nieto, Teoría general de lo fantástico; Maruan Soto Antaki, Reserva del vacío; Ernesto Lumbreras, Oro líquido en cuenco de obsidiana; Guillermo Sheridan, Habitación con retratos; Antonio Calera-Grobet, Sobras completas; Néstor García Canclini, El mundo entero como lugar extraño; José Woldenberg, La voz de los otros; Mario Casasús, Ignacio Manuel Altamirano en Morelos (1853-1901); Hugo Gutiérrez Vega, Otras voces, otros ámbitos; Evodio Escalante, Las metáforas de la crítica; Pedro Serrano, Defensas.

Ensayo político: Israel Covarrubias, Los espejos de la democracia; Froylán Enciso, Nuestra historia narcótica; Raúl Trejo Delarbre, Alegato por la deliberación pública; Enrique Díaz Álvarez, El traslado; Fernando Escalante Gonzalbo, Historia mínima del neoliberalismo; José Manuel Valenzuela y Rossana Reguillo, Juvenicidio; Enrique Krauze, El nacimiento de las instituciones.

Testimonio: Delia Juárez, edit., Así escribo; Orlando Ortiz, Jueves de Corpus; Julián Herbert, La casa del dolor ajeno; Sara Sefchovich, El cielo completo; Wilbert Torre, El despido; Leonardo da Jandra, Diarios (1999-2012); Julio Trujillo, Atajos y rodeos; Fernando Solana Olivares, Viernes.

Crónica: Héctor de Mauleón, La ciudad que nos inventa; Fabio Morábito, También Berlín se olvida; Jenaro Villamil, La caída del telepresidente; Alejandra S. Inzunza, et al., Narcoamérica; Juan Carlos Reyna, et al., Demasiados lobos andan sueltos; Daniel Lizárraga, et al., La casa blanca de Peña Nieto; Diego Olavarría, El paralelo etíope; Rogelio Villarreal, ¿Qué hace usted en un libro como éste?; Antonio Bertrán, Chulos y coquetones; Diego Enrique Osorno, Slim; Francisco Goldman, El circuito interior; Juan Villoro, Paco Ignacio Taibo II, et al., La travesía de las tortugas; Emiliano Ruiz Parra, Los hijos de la ira.

Edición conmemorativa: Mariano Azuela, Los de abajo (Víctor Díaz Arciniega, edit.); Salvador Elizondo, Diarios 1945-1985.

Premio Verborrea Insufrible o Pobres Bosques: Francisco Martín Moreno, México engañado (600 páginas para mostrar que los libros de texto de la SEP están equivocados, ¡puaf!).

Arte y fotografía: Ana Casas Broda, Itala Schmelz, Gerardo Montiel Klint, et al., Develar y detonar; Daniel Lezama, Árboles de Tamoanchan; David Fajardo Tapia, Bandidos, miserables, facinerosos; Dulce María de Alvarado, Performance en México: 28 testimonios, 1995-2000; Aurora Noreña, Ondulaciones sobre el puente; Alejandro Magallanes, et al., La delgada línea que divide el lado derecho del izquierdo.

Cuento: Gabriela Jáuregui, La memoria de las cosas; Luis Jorge Boone, Cavernas; Gabriel Bernal Granados, Murallas; Daniela Bojórquez Vértiz, Óptica sanguínea; Bernardo Fernández “Bef”, Escenarios para el fin del mundo; Alberto Chimal, Los atacantes.

Novela: Emiliano Monge, Las tierras arrasadas; Elena Poniatowska, Dos veces única; Alberto Barrera Tyszka, Patria o muerte; Élmer Mendoza, Besar al detective; L.M. Oliveira, Resaca; Gabriel Santander, La venganza de las chachas; Fabrizio Mejía Madrid, Un hombre de confianza; Julio Patán, Negocio de chacales; Hernán Lara Zavala, Macho viejo; J.M. Servín, Al final del vacío; Antonio Ortuño, Méjico; Sandra Lorenzano, La estirpe del silencio.

Poesía: Carmen Boullosa, Hamartia (o Hacha); Jorge Esquinca, Cámara nupcial; Rocío Cerón, Nudo vórtex; Luigi Amara, Nu)n(ca; Feli Dávalos, Mongolia; Julia Santibáñez, Rabia de vida; Eduardo Milán, Donde no hay; Julio Eutiquio Sarabia, El tenue rededor del mundo; Ana Rosa González Matute, Brizna de hierba; Héctor Carreto, Testamento de Clark Kent; Roberto Tejada, Todo en el ahora.

Primera novela: Bruno H. Piché, Los hechos; Verónica Gerber, Conjunto vacío; José Manuel Cuéllar Moreno, Ciudademéxico; Eduardo de Gortari, Los suburbios; Vicente Quirarte, La isla tiene forma de ballena; Roberto Wong, París D.F.

Antología: Eduardo Antonio Parra, comp., Norte; Orfa Alarcón, et al., El silencio de los cuerpos; Juan Domingo Argüelles, Breve antología de poesía mexicana; Carlos Martínez Rentería, et al., De equivocaciones y barbarie; Cristina Rivera Garza, et al., Con/dolerse.

El peor libro del año: Rossana Fuentes Berain, México 2020 (Medalla de Oro de Candidez Ultraliberal).

 

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Las cosas que perdimos en el fuego

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 641, del Diario de Querétaro del 15 de enero del 2017.

Cuando leí por primera vez el título “Las cosas que perdimos en el fuego”, a través de un reflejo mnemotécnico llegué a la película Cosas que perdimos en el fuego (Things we lost in fire, 2007) protagonizada por Halle Berry, David Duchovny y Benicio del Toro, bajo la dirección de Susanne Bier. Un drama planteado como juego narrativo donde convergen conflictos cotidianos de personajes domésticos y complejos que, desde su perspectiva, deconstruyen su propia realidad a partir de la metáfora del dolor, la soledad y el conflicto interior invocado por la insurrección emocional de nuestros días.

Pero no, caro lector, no me refiero al primer largometraje en inglés dirigido por la danesa Bier, sino a Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), un conjunto de once cuentos que significan a su vez el ingreso de la autora a los grandes sellos editoriales. Su internacionalización a través de su incorporación como autora del sello español, supuso una expectativa inusual por leer finalmente a una de las plumas más comentadas y prometedoras de la literatura latinoamericana contemporánea.

He de confesar que, sin conocer trabajos anteriores de Enríquez, confirmo que la espera no valió la pena.

Ante los paralelismos del arte suelo reaccionar con una discreta bipolaridad: por un lado, celebro la coincidencia cósmica e irracional por la cuita del encuentro con el otro en una misma incidencia estética; por otro lado, dicho paralelismo es una carta abierta a la sospecha, una síntoma de la anomia creativa, un descuido del editor o del autor (¿qué necesidad hay de sostener un título tan similar a otra obra?) o un intento estridente por  subrogar nuestra inteligencia: cuando el intento por maravillar al lector se convierte en un truco para sabotearlo.

Estamos ante un libro fragmentario, autocomplaciente y parafílico, por decir lo menos.

Es fragmentario porque cada uno de los relatos, salvo el que le da el título al libro, padecen de una desvinculación discursiva evidente. En cuanto la puesta en narración de los elementos que conforman al cuento (personajes, espacios, situaciones) todos bajo una predecible lógica discursiva más cercana al cine estadunidense de terror adolescente (teen horror film o teen slasher film) que a referencias al realismo mágico, ésta se corrompe al presentar una interrupción abrupta al final de cada relato. Los cuentos se caen en los finales. Ya sea por estilo o por una edición ausente, los relatos se presentan amputados, al modo de Adela, personaje con un brazo amputado y que es protagonista de uno de los cuentos. Dicha fragmentación de los relatos es funesta e hilarante. El desarrollo de situaciones y escenarios insólitos queda a la deriva por una especie de apuro prosódico que no se toma la molestia de entregar a los personajes vida propia.

Es autocomplaciente no por su propuesta discursiva, sino por su colección de imágenes propias de la generación de la autora. Somos precisamente los lectores de entre 30 y 40 años, los pertenecientes a aquello que llamaron Generación X, quienes se sentirán plenamente identificados ante este desfile de horrores. Sin recaer en leyendas urbanas, ni mucho menos mitos, los cuentos recuperan los dimes y diretes de una generación anclada, a la tónica que la autora impone a través de un referente espacial reiterativo: la casa habitación. Es precisamente la casa, ora abandonada, ora con fantasmas (en serio), el lugar con mayor recurrencia al interior de los relatos.

Con susceptible determinación, y en alevoso intento por presentar hipérboles novedosas, Enríquez queda envuelta en lo cursi del propio desfile simbólico que ella misma se encargó de montar. Frases como “sequía infernal”, “cruzar el portón oxidado fue horrible” y la aparentemente expresión inquebrantable de “casa embrujada” dan cuenta de una adjetivación que sucumbe al delirio del freak show, mas no del terror, como se anuncia con donaire en la mayoría de las reseñas. En su intento por narrar terror, Enríquez acaba tratando de espantar con carencia de suspenso, lo que desilusiona, pero no asusta. La decepción fatal a la sensualidad.

Y es parafílico porque, con la firme intención de espantar (como quien camina por la calle y se topa con el cadáver de un gato), Enríquez recurre a las parafilias, apostando al morbo y sacrificando la sutileza de las posibilidades literarias. La estrategia a la que agudamente apela la autora es construir vínculos entre sus personajes y una especie de conjunto de anáforas, referentes reiterativos que se van dispersando a lo largo de los textos, pero que no aluden a nada. No obstante, el carácter anafórico no establece ningún tipo de ritmo, sino que deviene en una enumeración flagrante de parafilias que, desde una postura pretenciosa, pretenden mover a lector, mas no conmover.

De este modo, por ejemplo, encontramos las siguientes referencias a la palabra vómito:

“Lala me ayudó a vomitar en el inodoro y después fue a comprar pastillas para mi dolor de cabeza. Yo vomitaba de borracha y asustada…”, página 33.

“Desperté en el ómnibus de vuelta, ya de día, con la remera sucia de vómito.”, página 81.

“[…] esas caras entrevistas en sueños que sacan cerveza de la heladera y vomitan en el inodoro y a veces se roban la llave o tienen un gesto de generosidad”, página 97.

“En el colegio, se hablaba de que Pablo y Adela eran novios y los chicos se metían los dedos en la boca, hasta la garganta, haciendo gesto de vómito.”, 116.

“Algunas chicas vomitaron”, página 192.

“Bajó corriendo la escalera y no llegó al baño: vomitó en el living, manchó una de las cajas de libros y lloró sentada”, 229.

“Lo primero que hizo fue limpiar el vómito, vaciar la caja de libros y tirar el cartón apestoso a la basura.”, 229.

“[…] tuvo que hacer un gran esfuerzo para no vomitar, mientras su estómago se agitaba desesperado.”, 245.

Las cosas que perdimos en el fuego es un libro en el que no se tuvo el cuidado de evitar parafrasear el título de una obra previa, que por descuido u omisión no hizo un trabajo curatorial al momento de establecer la disposición de los cuentos (los cuentos Los años intoxicados y La casa de Adela, que son consecutivos, aparece un personaje llamado Roxana, pero no es el mismo personaje en los dos cuentos, lo que genera confusión); que presenta anacronismos graves al momento de procurar establecer una relación del contexto cultural y los personajes (en Los años intoxicados, los hechos ocurren en 1994, pero los personajes adolescentes escuchan Ummagumma (1969) de Pink Floyd y Led Zeppelin III (1970) de Led Zeppelin); y que pretenciosamente propone artimañas intertextuales como aquella en donde alude sin citar a “Immigrant song”: “Andrea estaba de vuelta con nosotras y cuando pusimos Led Zeppelin III quiso bailar, gritaba sobre las tierras de hielo y nieve y sobre el martillo de los dioses” (página 62).

Supongo que entre las cosas que perdió en el fuego, salvo el cuento homónimo, Enríquez se extravió a sí misma en su propio morbo, ahogada en litros de sangre de la mano de un niño decapitado, nunca a la altura del Niño proletario de Osvaldo Lamborghini.

Los fundamentales de Anagrama: la lista de Jorge Herralde. (III)

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 626, del Diario de Querétaro del 17 de septiembre del 2016.

Anagrama lleva, hasta la fecha, poco más de 3 mil títulos editados y publicados, una veintena de colecciones y los premio anuales que la editorial entrega: Premio Anagrama de Ensayo, desde 1973; y el Premio Herralde de Novela, a partir de 1983.

Por su trabajo de editor, Jorge Herralde ha recibido muchos reconocimientos entre los que podemos destacar fundamentalmente dos: en 1987 fue elegido “Hombre del Año” por la revista española Cambio 16 por su intensa actividad literaria; era la primera vez que este galardón se le entregaba a un editor. Y en el 2006 recibió el importante premio italiano Targa de Argento que distingue la labor editorial que coadyuva con el patrimonio cultural europeo y fomenta la cultura no consumista.

A Herralde se le ha criticado porque la mayoría de sus traducciones están plagadas del argot madrileño. Por ejemplo, Secretos de alcoba de los grandes chefs (Anagrama, 2007) de Irvine Welsh, “parece la novela de un adolescente español totalmente sobregirado con el habla de la calle, como si se tratara de uno de esos ruidosos pendejos seguidores de Bret Easton Ellis que abundaron en la península a principios de los noventa”[i].

  1. Antagonía de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), Novela en cuatro libros iniciada en 1973. Anagrama la publicó en un solo tomo en 2012.

La obra está comformada por:

“Recuento”, donde se presenta la vida de Raúl Ferrer Gaminde desde que nace hasta que comienza a escribir. Es la biografía del creador, o cómo llega a la conclusión, a la palabra, a la idea, a concebirse a sí mismo como escritor.

“Los verdes de mayo hasta el mar”, en donde se cuenta la vida cotidiana de este creador, intercalada con sus textos.

“La cólera de Aquiles”, el cual parece que tiene poco que ver con Raúl Ferrer, pero que en realidad ofrece otro punto de vista, desde afuera, ya que la voz narrativa cambia a la prima y antigua amante del protagonista, que aporta desde su perspectiva la imagen y el mundo de Raúl.

“Teoría del Conocimiento”, es el libro que escribe Raúl, su experiencia de vida, su experiencia de escritor, pero sobre todo se aporte una visión sobre la literatura, la creación, las palabras: el universo literario visto desde la Literatura.

  1. En la orilla de Rafael Chirbes Magraner (Valencia, 1949-2015).

El capítulo primero se títula “El Hallazgo”: el 26 de diciembre del 2006 un cadáver, encontrado por el personaje Ahmed Ouallahi, en el pantano de Olba pone en marcha la narración. Su protagonista, Esteban, se ha visto obligado a cerrar la carpintería de la que era dueño, dejando en el paro a los que trabajaban para él. Mientras se encarga de cuidar a su padre, enfermo en fase terminal, Esteban indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo, y entre cuyos escombros encontramos los valores que han regido una sociedad, un mundo y un tiempo. La novela nos obliga a mirar hacia ese espacio fangoso que siempre estuvo ahí, aunque durante años nadie parecía estar dispuesto a asumirlo, a la vez lugar de uso y abismo donde se han ocultado delitos y se han lavado conciencias privadas y públicas. Heredero de la mejor tradición del realismo, el estilo de En la orilla se sostiene por un lenguaje directo y un tono obsesivo que atrapa al lector desde la primera línea volviéndolo cómplice.

  1. Crematorio de Rafael Chirbes Magraner (Valencia, 1949-2015).

La muerte de Matías Bertomeu, el ideólogo que cambió la revolución por la agricultura, pone en marcha los mecanismos que componen Crematorio. El dolor devuelve el reverso de vidas levantadas sobre oscuros cimientos: la del hermano de Matías, Rubén, el constructor sin escrúpulos; la de Silvia, la hija de Rubén, biempensante restauradora de arte casada con Juan Mullor, el catedrático que prepara la biografía de Federico Brouard, viejo amigo de los Bertomeu, un escritor alcohólico que vive el fracaso de sus últimos días; la de Ramón Collado, el hombre que hizo los trabajos sucios del constructor; la de Traian, el mafioso ruso, viejo socio de Rubén; y la de Mónica, la jovencísima y ambiciosa esposa.

En los agradecimientos, el autor se excusa con los autores ‘saqueados’ en su libro (textos literarios, artículos periodísticos, películas… incluyendo la Biblia), homenajeándolos y citándolos a la menor excusa.

En el 2011 fue adaptada como serie televisiva (8 capítulos), aclamada por la crítica.

  1. 2666 de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003).

A cuatro profesores de literatura, Pelletier, Morini, Espinoza y Norton, los une su fascinación por la obra de Beno von Archimboldi, un enigmático escritor alemán cuyo prestigio crece en todo el mundo. La complicidad se vuelve vodevil intelectual y desemboca en un peregrinaje a Santa Teresa (trasunto de Ciudad Juárez), donde hay quien dice que Archimboldi ha sido visto. Ya allí, Pelletier y Espinoza se enteran de que la ciudad es desde años atrás escenario de una larga cadena de crímenes: en los vertederos aparecen cadáveres de mujeres con señales de haber sido violadas y torturadas. Es el primer asomo de la novela a sus procelosos caudales, repletos de personajes memorables cuyas historias, a caballo entre la risa y el horror, abarcan dos continentes e incluyen un vertiginoso travelling por la historia europea del siglo XX. 2666 confirma el veredicto de Susan Sontag: «el más influyente y admirado novelista en lengua española de su generación. Su muerte, a los cincuenta años, es una gran pérdida para la literatura».

  1. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003).

Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, la misteriosa escritora desaparecida en México en los años posteriores a la revolución, y esa búsqueda -el viaje y sus consecuencias-, se prolonga durante veinte años y se bifurca a través de numerosos personajes y continentes, en una novela donde hay de todo: amores y muertes, asesinatos y fugas turísticas, manicomios y universidades, desapariciones y apariciones. Entre los enigmáticos protagonistas de este libro, destaca un fotógrafo español en el último escalón de la desesperación, un neonazi, un torero mexicano jubilado que vive en el desierto, una estudiante francesa lectora de Sade, una prostituta adolescente en permanente huida, una prócer uruguaya, un abogado gallego herido por la poesía, un editor mexicano perseguido por unos pistoleros a sueldo.

Esta obra maestra, patrón de influencia para una larga lista de escritores noveles y quienes buscan reinventarse, obtuvo por unanimidad el Premio Herralde de Novela y el Rómulo Gallegos.

A pesar de que en el 2005 Jorge Herralde dedicó al escritor chileno Para Bolaño (Acantilado), un libro de poco más de cien páginas que reúne textos donde el editor da cuenta de su amistad y la personalidad del escritor chileno, Alfaguara anunció que para este año reeditará toda la obra del autor, incluyendo dos textos inéditos: El espíritu de la ciencia ficción, en librerías a partir del 3 de noviembre, y un volumen de cuentos aún sin título.

[i] Ernesto Ayala, Un plato insípido, Cuerpo E (Artes y Letras), El Mercurio, Chile, 23/3/2008. Recuperado el 14 de septiembre del 2016.

Los fundamentales de Anagrama: la lista de Jorge Herralde (II)

Jorge Herralde II

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 619, del Diario de Querétaro del 31 de julio del 2016.

Hablar de Anagrama es hablar de una generación consolidada tanto de autores como de lectores. Jorge Herralde (Barcelona, 1936), el principal responsable de la editorial se autoproclama como inocente y no culpable de ello. Si bien su vocación era inicialmente literaria, la vena editorial le permitió abrir puertas en aquellos tiempo en que el franquismo esperaba su fin. Acorde a su contexto, y afrontando la agreste censura, la editorial inició en el terreno de los ensayos políticos, una especie de mercados de heterodoxias, como lo llama el propio Herralde.

En la editorial se encontraban predominantemente textos de “El Che”, Mao, Trostski, y Rosa Luxemburgo. Pero, a la par de aquel mosaico político, también estaba presente una curiosa vertiente literaria: sonetos de Shakespeare, Conversaciones con Marcel Duchamp de Pierre Cabanne, volúmenes de la corriente llamada Literatura Forajida con sus máximos exponentes: Copi y Charles Bukowski. También se abrió un espacio para el nuevo periodismo pero, a finales de la década de los setenta, se comenzaron a publicar las colecciones celebérrimas: Panoramas de Narrativas y Narrativas Hispánicas.

A continuación, se presenta la segunda parte de la lista de los libros fundamentales de Anagrama de acuerdo al criterio de Jorge Herralde.

  1. Catedral de Raymond Carver (Clatskanie, 1938-Port Angeles, 1988), publicada originalmente en 1983.

Trabajadores de maquiladores, empleados mediocres, desempleados, parejas que están al borde del precipicio, desemparados, infelices golpeados por la vida, alchoólicos frenéticos.. todos ellos convergen en un mosaico de relatos donde convergen terrores extraordinarios desde una existencia extraordinaria, de acuerdo a un célebre comentario que hizo la autora Cathleen Medwick respecto a la obra que llevó a Carver a consolidarse como el mejor autor de la narrativa norteamericana.

  1. Mientras agonizo de William Faulkner (New Albany, 1897-Byhalia, 1962).

Al ganador del premio Nobel de Literatura en 1949 y del Pulitzer de Literatura en 1955 le llevó seis frenéticas semanas escribir su quinta novela mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno de la central eléctrica de la Universidad de Mississippi, su estado natal. En la novela, escrita mediante la técnica literaria del flujo de conciencia, convergen quince voces narrativas a lo largo de 59 capítulos. Se narra la peripecia de la familia Bruden, un grupo de blancos pobres, que recorren los parajes rurales del sur con el cadáver de la esposa y madre en un ataúd, para enterrarla en una parcela de su propiedad.

  1. A sangre fría de Truman Capote (Nueva Orleans, 1924-Los Ángeles, 1984).

Imagine las primeras planas de los periódicos: “Mueren asesinados los miembros de la familia Clutter”. Lo anterior ocurrió el 15 de noviembre de 1959 en un pueblito de Kansas. Inicialmente no se encontraron pistas de los sospechosos, ni los motivos del multihomiciodio sino hasta cinco años después, cuando Dick Hickcock y Perry Smith fueron enviados a la horca tras haber sido hayados culpables. El crimen motivó a Truman Capote a escribir un texto de no ficción que por su estructura narrativa, por la vivacidad de las descripciones y por el estilo tan depurado, hará que el lector no se pueda despegar del texto hasta haberlo terminado completamente.

  1. Lolita de Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977).

“La gran novela norteamericana fue escrita por un ruso”, dijo en su momento el autor Alan Levy. En tiempos de las oportunistas apologías del delito, quizás la lista debería de proscribir a la salud de la supremacía política de las buenas conciencias, caro lector. Pero, aún así, la obsesión de Humbert Humbert por la doceañera Lolita se sigue imponiendo como una novela de amor donde intevienen elementos como la atracción perversa por las nínfulas y el incesto. Las palabras sobran.

  1. Trilogía de la memoria de Sergio Pitol (Puebla, 1933).

Nuestro Premio Cervantes 2005 presenta en un solo volumen El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena. En la primera se propone una forma novedosa de novela, obedeciendo a uno de los lemas de los alquimistas, astrólogos y profesores de sortilegios: “Todo está en todas las cosas”, que en el último libro de la trilogía se radicaliza en “Todo es todo”. En El viaje, Pitol narra un regreso a la Unión Soviética. Dos semanas de entradas de su diario de 1986 y otros textos refieren la grandeza y miseria de ese país: encuentros, paseos, discusiones sobre literatura, teatro, pintura, política; sueños delirantes. En El mago de Viena, el autor ha disuelto las fronteras entre los géneros; es una obra sin índices. Los textos consisten en fragmentos oníricos, inverosímiles, reales e irreales, pero la estructura al fin crea una unidad perfecta.

  1. Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941).

¿Quién es Emilio Renzi, ese ente metanarrativo que ora aparece, ora es protagonista en obras anteriores de Ricardo Piglia?, ¿por qué en esta ocasión ocupa un lugar preponderante?, ¿quién escribie: Piglia o Renzi? A la luz de su pasado, Piglia, el autor , vuelve la vista atrás y rescata los diarios escritos a lo largo de más de medio siglo, entre 1957 y 2015, a los que se incorporan también algunos relatos y ensayos directamente vinculados con ellos. Imperdible.

  1. El héroe de las mansardas de Mansard de Álvaro Pombo (Santander, 1939).

Situada en la posguerra española, ésta es la historia de Kus-Kús, un niño de la alta burguesía del norte, una especie de gnomo que se inserta peligrosamente en el mundo de los adultos; de su extravagante tía Eugenia; de Julián, un criado con un pasado enigmático y un glamour equívoco; de Miss Adelaida Hart, admirable institutriz inglesa; de la abuela Mercedes y de su acompañante y amiga María del Carmen Villacantero; de Manolo, el mozo de la tienda de ultramarinos La Cubana, acreditado semental y asiduo visitante de la tía Eugenia. El personalísimo manejo de la ironía y el humor, y una combinación de lenguaje culto y cotidiano que situó a Álvaro Pombo en la primera línea de la narrativa española contemporánea después de ganar la primera edición del Premio Herralde de Novela, allá en 1983.

En la semana pasada en este humilde espacio de letras, bibliofilia y cultura general abordamos en una primera entrega el inicio del Hay Festival Querétaro 2016. No obstante, caro lector, las recomendaciones literarias de Herralde, seguiremos con nuestra cobertura del Hay Festival mientras esperamos su llegada pacientemente.

Los fundamentales de Anagrama: la lista de Jorge Herralde (I).

Jorge Herralde

En una entrevista reciente, Jorge Herralde (Barcelona, 1936) se refirió al mundo del libro en relación a las nuevas tecnologías como un territorio muy complejo. Si antes pululaba el fantasma de que el e-book acabaría con el libro de papel, esto se ha demostrado que no sucede ni mucho menos, de acuerdo a los últimos números reportados como estancados. Es decir, para Herralde este fantasma está un poco despejado: “Respecto del cambio de costumbres debido a las nuevas tecnologías, los jóvenes que antes leían más y ahora con los juegos y los cacharreros ocupan su tiempo de ocio, luego hay una banalizacion de la cultura y esto deja de lado las teorías, hay algo tan práctico como la lista de best-sellers, sobre todo en Estados Unidos. En general es la apoteosis del best-seller y de Las Sombras de Grey” (Infobae, 25 de abril del 2016).

A continuación, se presenta la lista de los libros fundamentales de Anagrama de acuerdo al criterio de Jorge Herralde.

  1. Limónov de Emmanuel Carrère (París, 1957), con traducción de Jaime Zulaika.

El libro narra la vida de Limónov, poeta y pendenciero en su juventud, quien tras frecuentar los círculos clandestinos de la disidencia en la Unión Soviética, se vio obligado a exiliarse en Nueva York, donde vivió como un vagabundo, fue mayordomo de un millonario y escribió novelas autobiográficas. Siguió haciéndolo cuando se marchó a París y allí alcanzó notoriedad pública con una escandalosa novela sobre sus andanzas neoyorquinas por el lado salvaje. De allí pasó a los Balcanes, donde apoyó hasta las últimas consecuencias la causa serbia, y regresó después a la Rusia poscomunista para fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. Él acabó en la cárcel, acusado de tentativa de golpe de Estado, y allí escribió más libros, tuvo una experiencia mística y al salir se convirtió en opositor a Putin.
El mismo Emannuel Carrère advierte: «Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco». Esta novela biográfica o biografía novelada reconstruye la vida de un personaje real que parece surgido de la ficción. Un personaje desmesurado, ambiguo, escurridizo y estrafalario, con una peripecia vital casi inverosímil, que le permite al autor trazar un contundente retrato de la Rusia de los últimos cincuenta años y al mismo tiempo aventurarse en una indagación deslumbrante sobre las paradojas de la condición humana.

  1. El loro de Flaubert de Julian Barnes (Leicester, 1946).

Geoffrey Braithwaite es un médico jubilado atormentado por una obsesión con el gran genio literario francés, Gustave Flaubert. Cuando Geoffrey emprende una investigación sobre el misterio del loro de peluche Flaubert prestado del Museo de Rouen para ayudar a la investigación una de sus novelas, aprende muchísimo sobre el escritor de trabajo, la familia , los amantes , los procesos de pensamiento , la salud y obsesiones . No obstante, gradualmente el lector advierte el aprendizaje de algunos detalles importantes e impactantes sobre Geoffrey y su propia vida.

  1. Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard (Heerlen, 1931-Gmunden, 1989).

Jorge Herralde consideró que el vigésimo aniversario del fallecimiento de Thomas Bernhard era motivo suficiente se reunir en un solo libro los cinco volúmenes de los escritos autobiográficos cuya publicación se inició con El origen en 1983, seguido de El sótano, El aliento, El frío y Un niño. Desde una furiosa invectiva contra el sistema educativo y, en particular, contra el nacionalismo y el catolicismo, hasta la descripción de una época de horror marcada por el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, el lector de estos Relatos autobiográficos descubrirá cómo Bernhard logró concebir y construir una obra que es considerada una exaltación de la supervivencia. Claro, objetivo, irónico, iconoclasta, sublevándose contra el hecho mismo de estar en el mundo, el autor nos sitúa aquí ante una pentalogía que muy bien podría calificarse de novela autobiográfica: lo que leemos es la descripción de una vida como invención de una vida. Así, Bernhard nos revela en estos relatos cómo llegó a ser el escritor que fue.

  1. El emperador de Ryszard Kapuściński (Pinsk, 1932-Varsovia, 2007).

Un libro fascinante en torno a un personaje tan excepcional como intrigante: el emperador Haile Selassie de Etiopía, el Rey de Reyes, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Muy Altísimo Señor, descendiente de Salomón, que gobernó su país como monarca absoluto durante casi cincuenta años, hasta que en 1974 fue derrocado por un Consejo Revolucionario.

En el número 598 del suplemento cultural Barroco dimos cuenta de Los cinco sentidos del periodista: estar, ver, oír, compartir, pensar.

  1. Canadá de Richard Ford (Jackson, 1944), con traducción de Jesús Zulaika.

Dell Parsons tiene quince años cuando sucede algo que marcará para siempre su vida: sus padres roban un banco y son detenidos. Su mundo y el de su hermana gemela Berner se desmorona en ese momento. Con los padres en la cárcel, Berner decide huir de la casa familiar en Montana. A Dell, un amigo de la familia le ayudará a cruzar la frontera canadiense con la esperanza de que allí pueda reiniciar su vida en mejores condiciones. En Canadá se hará cargo de él Arthur Remlinger, un americano enigmático cuya frialdad oculta un carácter sombrío y violento. Y en ese nuevo entorno, Dell reconducirá su vida y se enfrentará al mundo de los adultos. Una bellísima y profunda novela sobre la pérdida de la inocencia, sobre los lazos familiares y sobre el camino que uno recorre para alcanzar la madurez.

De Richard Ford y su reciénte condecoración con el premio Princesa de Asturias de las Letras dimos cuenta en el número 613 del suplemento cultural Barroco.

  1. ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? de Raymond Carver (Clatskanie, 1938-Port Angeles, 1988).

Primer libro de relatos, que escribió y reescribió a lo largo de quince años y que le supuso la consagración inmediata, Raymond Carver renovó la forma del relato breve hasta darle proporciones de hai ku y sin que esta utilización radical de la elipsis le haga perder ninguna fuerza.

Al igual que con la película The Revenant (2015), Birdman (2014) de Alejandro G. Iñárritu es un excelente pretexto para ingresar al mundo literario de Carver, mas no a la inversa.

  1. Si me necesitas, llámame de Raymond Carver, con traducción de Benito Gómez Ibáñez.

A estas alturas Raymond Carver había ya ingresado en ese parnaso donde la obra de un escritor está completa. Al parecer, todo lo que importaba había sido ya publicado. Pero ahora, años después de su muerte, la viuda de Carver, escritora y poeta, ha encontrado y editado cinco relatos. Relatos espléndidos, estremecedores, con hombres que han dejado de beber y están en la línea divisoria entre dos vidas, con parejas que ya no se aman y empiezan a mirarse como extraños, con un escritor que ha abandonado a su mujer y está intentando empezar a escribir otra vez a partir de ese vacío que es el comienzo de todas las cosas.

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