De las 5 W a la búsqueda del «Me gusta».

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 631, del Diario de Querétaro del 23 de octubre del 2016

Miércoles 19 de octubre. En el sitio de Aristegui Noticias las noticias más leídas eran las siguientes:

  1. Jalisco: les cortan manos por “rateros”; detienen a dos probables responsables.
  2. Circula en las redes fuerte agresión contra adolescente en EU (Video).
  3. Más contra Duarte: abogado confiesa ser prestanombres.
  4. Así fue el asesinato del juez Vicente Antonio Bermúdez (Video).
  5. Detectan plagio en canción por centenario del América; el equipo se deslinda.

El primer lugar, si bien no presentaba en su totalidad las fotografías que comenzaron a circular por redes sociales desde el domingo por la noche, sí presentaba material gráfico explícito, con una sutil e inútil advertencia de “imágenes fuertes” (sic) y un insulso pixeleado sobre los rostros de los presuntos ladrones.

El 18 de octubre, en su intervención en el noticiario de Ciro Gómez Leyva, el periodista especialista en información de economía y finanzas, David Páramo, se refirió como “legión de imbéciles” a usuarios de redes sociales, esto en apenas el segundo día de emisión del nuevo canal de televisión abierta, Imagen TV: “Desgraciadamente sí (las redes sociales son más fuertes que el dato económico (…) El gobierno ha dejado que esa legión de imbéciles, de la que hablaba Umberto Eco, tome el control” (sic)[i].

La infortunada referencia que Páramo pretendió esgrimir se refiere a lo dicho por Eco en 2015: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas»[ii].

En su incipiente noticiero en Televisa, la periodista Denise Maerker dio la primicia de la orden de aprehensión en contra del hoy prófugo exgobernador de Veracruz, Javier Duarte. Minutos después, en el primer día de su noticiero, Gómez Leyva rebatía la versión de Maerker aduciendo que aun no se confirmaba la información. Hace más de una década, Maerker y Gómez Leyva conducían el noticiario nocturno de CNI Canal 40, desaparecido violentamente con un chiquihuitazo. La dupla se hizo célebre por su estilo único, su proclividad para el periodismo de investigación, su virtuosa editorialización y su vocación por informar más que su ambición por el poder.

A propósito del Nobel, el tema de Bob Dylan sustituyó al periodismo por lamentaciones ingentes amplificadas al amparo de las redes sociales. De acuerdo a Christopher Domínguez Michael: “Los medios de comunicación masiva y algunos amantes ingenuos de las bellas letras le siguen pidiendo a la Academia Sueca que sea algo que ella misma se ha dedicado a desmentir a lo largo de su ya más que centenaria existencia: la regente planetaria del gusto literario”[iii].

Ergo, hubo quien desde su postura de “letrista populachero”, con rasgamiento de vestiduras, recogimiento de lo políticamente correcto y desde la seguridad de una publicación en Facebook, orquestó batallas para que a Juanga se le otorgara post mortem también un premio por sus letras.

Además de los detractores, no faltaron quienes días antes del anuncio compartieron la ‘nota’ donde “Paulo Coelho gana el Nobel de Literatura”[iv]. Asimismo, hubo quienes a través de Facebook, movidos por las instintiva confianza que daba una fotografía con el logotipo del periódico El País, esparcieron la noticia de que “Bob Dylan rechaza el premio Nobel de Literatura”[v].

El 17 de octubre, en el marco de la 72 Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, el periodista Carlos Marín, director general de Milenio; Javier Tejado Dondé, secretario general de la Organización de Telecomunicaciones de Iberoamérica y columnista de El Universal; Jorge Islas, miembro del consejo editorial consultivo de El Universal; entre otros, se pronunciaron en contra del robo de contenidos. Un día después, el autodenominado gran diario de México, incurrió en robo de contenidos al plagiar una nota publicada originalmente por el periódico Reforma[vi]. José Díaz-Briseño, autor y corresponsal de Reforma, a través de su cuenta de Twitter (@diazbriseno) hizo público el plagio: “So, El Universal copied word-by-word my story in Reforma early today about SCOTUS order regarding the extradition of Zhenli Ye Gon to Mexico”.

El 1 de octubre, en el Parque de los Periodistas Ilustres de la CDMX, se develó una estatua en honor a Juan Francisco Ealy Ortiz, presidente ejecutivo y del consejo de administración de El Universal desde 1969 quien, por cierto, nunca ha sido periodista.

Al parecer, el periodismo ha sustituido el método de las 5W (qué, quién, cómo, cuándo y dónde) por una búsqueda denodada del “Me gusta”, del retweet, de “Compartir”, de emoji. Si con el periodismo gonzo la nota se provocaba en confrontación plena del periodista con la realidad, en el periodismo perezoso de las redes sociales apuesta por el morbo para atraer la atención, no de lectores, sino de potenciales diletantes de la tragedia, por una exclusiva abyecta que más que informar busca deformar. Si antes era peligroso despotricar con la dispersión perversa a partir de una lectura furtiva la de ocho en el primer puesto de periódicos que nos encontrábamos en nuestro camino, ahora el ‘compartir’ o ‘retuitear’ se ha convertido en la flagrancia perversa de una sociedad en la que la lectura y el interés por la información sucumbe ante el meme y la denostación.

En Colombia existe el Código de Ética del Círculo de Periodistas de Bogotá en el cual se propugna a que el periodista evite engañar y manipular a la opinión pública, debe de evitar explotar la morbosidad del público y la curiosidad mal sana. La velocidad del desarrollo tecnológico ha avanzado con mayor celeridad que nuestro sentido deontológico. Evidencia de ello es que la capacidad de transmitir y filtrar contenidos en tiempo real nos hace caer en la abyección de sobrevalorar el impacto de la realidad inmediata o, peor aún, ser parte de una curiosidad mórbida a partir de material multimedia que eventualmente puede ser considerado como evidencia para iniciar una averiguación judicial.

México no cuenta con un código de ética para periodistas.

De más está señalar que el asesinato por la espalda de Bermúdez no aporta nada al periodismo. Nuestra legión, además de idiotas, es una congregación en torno al morbo, hacia una masiva, inmediata y viral convicción de sentirnos atraídos hacia los acontecimientos desagradables, en la hora de la gaya y estulta (gaya por estulta) ingenuidad renuncia a la tentación de los vientos idiotas.

[i] Redacción, “Llama David Páramo ‘legión de imbéciles’ a usuarios de redes sociales”, en SDPNoticias, martes 18 de octubre del 2016. Disponible en http://www.sdpnoticias.com/enelshow/television/2016/10/18/llama-david-paramo-legion-de-imbeciles-a-usuarios-de-redes-sociales

[ii] “Umberto Eco: ‘Con i social parola a legione di imbecilli’”, en La Stampa, Cultura, miércoles 10 de junio del 2015. Disponible en http://www.lastampa.it/2015/06/10/cultura/eco-con-i-parola-a-legioni-di-imbecilli-XJrvezBN4XOoyo0h98EfiJ/pagina.html

[iii] Christopher Domínguez Michael, “El equívoco sueco” en El Universal, miércoles 19 de octubre del 2016. Disponible en: http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/columna/christopher-dominguez-m/cultura/2016/10/19/el-equivoco-sueco

[iv] Anónimo, “Paulo Coehlo gana el Premio Nobel de Literatura 2016”, disponible en http://www.elclubdeloslibrosperdidos.org/2016/10/paulo-coelho-gana-el-premio-nobel-de.html

[v] Eduardo Anchondo, “Bob Dylan rechaza el Premio Nobel de Literatura”. Disponible en http://elregiodeporte.com/2016/10/19/bob-dylan-rechaza-el-premio-nobel-de-literatura/

[vi] Etcétera, “El Universal plagia nota de Reforma, un día después de que sus directivos denuncian “robo de contenido””, lunes 17 de octubre. Disponible en http://www.etcetera.com.mx/articulo/El+Universal+plagia+nota+de+Reforma+un+d%C3%ADa+despu%C3%A9s+de+que+sus+directivos+denuncian+robo+de+contenido%E2%80%9D/50148

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Bob Dylan

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 630, del Diario de Querétaro del 16 de octubre del 2016.

En Querétaro, en 1985, durante todas las mañanas predominaba el ruido blanco de la televisión en el Canal 5. Ya hacia las 14.00 hrs. se establecía la transmisión con la barra da caricaturas, primero con El Buzón de Rogelio Moreno y luego con El Tío Gamboín y su infinita colección de juguetes. Pero antes de iniciar la transmisión la televisión ponía (¡) videos musicales: “Everybody wants to rule the world” de Tears for Fears, el que recuerdo a la perfección. Y así procedió en los siguientes años: “A kind of magic” de Queen en 1986; “Learning to fly” de Pink Floyd en 1987. Dentro de mi desasosegada imaginación me figuraba que alguien ponía los videos para que a los técnicos de la televisión les diera tiempo para conectar los cables de la antena que les permitía transmitir el XHGC.

En algún día de 1985 hubo una excepción. En lugar de poner a Tears for Fears pusieron “We are the world” una pegajosa y emotiva melodía compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie, producida y dirigida por Quincy Jones, e interpretada por un grupo de 45 músicos que en ese tiempo estaban en la cima de la fama, denominado USA for Africa. En la canción había intervenciones de solistas. Lionel Richie iniciaba, seguían el talentosísimo Stevie Wonder, el siempre maravilloso Paul Simon, el imponente Kenny Rogers, el jazzista James Ingram, la espectacular Tina Turner, el ferviente Billy Joel, la superestrella Michael Jackson, la fastuosa Diana Ross, la estupenda Dionne Warwick, el ser quasi inmortal Willie Nelson, el virtuosismo de Al Jarreu, el jefe y consentido Bruce Springsteen, el entonces famoso Kenny Loggins, el recién solista Steve Perry, Daryl Hall (de Hall & Oates), el hilarante Huey Lewis, la intensa Cyndi Lauper, la sublime belleza Kim Carnes y el entrañable Ray Charles. Pero hubo uno que llamó poderosamente mi atención porque irradiaba un halo de sencilla majestuosidad, que en su interpretación ­–un puente hacia la última sección de estribillos– lucía una virtuosa sencillez legítima: Bob Dylan.

Cuando escribo esto es jueves. Estamos despiertos desde las 5.00 hrs. al anuncio del Instituto Karolinska antes de las 6:00 hrs. en horario de la Ciudad de México, Sara Danius, con una elocuente y coqueta sonrisa, anunció que Bob Dylan se había hecho acreedor al premio Nobel de Literatura 2016. En nuestro Libro de Cabecera de la semana pasada advertimos esto como posibilidad; personalmente llevo más de 10 años esperando a que esto ocurriera. Es jueves y es un gran día porque de infinitas maneras Dylan ha sido parte de nuestras vidas.

Y no es de extrañar. No son pocas las voces que consideran (consideramos) que Robert Allen Zimmerman (en hebreo, שבתאי זיסל בן אברהם , Shabtai Zisl ben Avraham) es el mayor poeta de habla inglesa de la literatura del siglo XX. Y algunas evidencias lo confirman:

  • Distinción honorífica Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el Ministro de Cultura de Francia, en 1990,
  • Premio de Música Polar, otorgado por la Real Academia Sueca de Música, en el 2000, por sus logros excepcionales en la creación y el avance de la música. Este premio es popularmente conocido como el Nobel de la Música. También han sido premiados Paul McCartney, Elton John, Bruce Springsteen, Pink Floyd, Led Zepellin, Patti Smith. Cecilia Bartoli lo obtuvo en el 2016.
  • Premio Príncipe de Asturias, por su aportación relevante al patrimonio cultural de la humanidad, en el 2007.
  • Premio Pulitzer, en citación especial, por el impacto de su trabajo en la música popular estadounidense.
  • Medalla Presidencial de la Libertad en 2002, junto a Toni Morrison y otras 11 personas más por “el impacto increíble que han tenido en tanta gente, no a corto plazo, sino de manera constante, a lo largo de toda su vida”.
  • Premio Nobel de Literatura 2016, por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la tradición de la gran canción americana.

Por cierto, después de 1993 a ningún otro estadounidense se le había entregado el Nobel de Literatura. La última había sido Toni Morrison.

A sus 75 años, Dylan ha ganado además 12 premios Grammy, un Golden Globe y un Oscar, estos dos últimos por la canción “Things have changed” de la película Wonder Boys (2000, conocida en Latinoamérica como Loco Fin de Semana), con lo que sienta un antecedente histórico. Antes que él, George Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura en 1925, obtuvo el Oscar a mejor guión adaptado por la película Pigmalión en 1938.

Es miembro del Salón de la Fama del Grammy desde 1973. En 1988 fue ingresado al Salón de la Fama del Rock. Así mismo, cinco de sus canciones fueron incorporadas a la lista de 500 canciones fundamentales del Rock N’ Roll: Blowin’ in the wind (1963), The Times They Are A-Changin (1963), Like a Rolling Stone (1965), Subterranean Homesick Blues (1965) y Tangled Up In Blue (1975).

Like a Rolling Stone es la mejor canción que he escrito” dijo Bob Dylan en 1965. En el 2004, en una edición especial la revista Rolling Stone (por supuesto, en su edición americana) la declaró la mejor canción de todos los tiempos.

Joyce Carol Oates escribió en su Twitter: “Sobre el Nobel a Dylan: inspirada y original elección. Su inquietante música y sus letras siempre me han parecido, en el sentido más profundo, literarias”.

Hoy como en 1965 es poco probable que los aficionados a la poesía o los poetas académicos y literarios miren con buenos ojos al cantante estadounidense de folk, de 23 años de edad en 1965, de 75 en 2016. Hoy como en el 65 una grey hipócrita, conservadora, atenida, ignorante y sospechosamente purista se arde por el premio a Dylan. Almas que se autoasumen como libres, personajes de la izquierda fofa y mezquina, que primero reniegan de los galardones para enseguida compartir con la rabia de las redes sociales su indignación por el otorgamiento a Dylan. Críticos literarios del feis, lectores tipo Splenda, emergentes especialistas de la literatura mundial indignados a la sazón de su ignorancia porque Bob Dylan es un cantante y compositor, que canta feo y que mejor se lo hubieran dado a Juan Gabriel. Tan lejanos de la Tarántula y de las Letras, son víctimas de su Viento Idiota.

Hoy, al lado William Faulkner, John Steinbeck, Ernst Hemingway y Tony Morrison se instala el de Bob Dylan.

Hoy es jueves 13 de octubre. Al momento de terminar de escribir estas líneas, Dylan estará comenzando un concierto en Las Vegas. Su amigo y compañero de viaje en el Desert Trip, Paul McCartney, también estará ofreciendo un concierto en Pappy & Harriet, un bar con capacidad para 300 personas en Pioneertown, cerca del parque nacional Árbol de Joshua. La taquilla abrió a las 18:30. Los boletos cuestan $ 50. El corresponsal de The Guardian me dice que quizás esto es lo más grande que sucede en Pioneertown desde que Roy Rogers lanzó la primera copa en la bolera.

Este jueves, el día en que mis dos grandes pasiones encontraron un punto de convergencia llamado Bob Dylan, es el día más hermoso de la Historia. Al menos para mí. How does it feel?

Nobel

nobel

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 629, del Diario de Querétaro del 9 de octubre del 2016.

Un freno automático, una caldera antiexplosiva inspirada en el casco de un barco, dispositivos y aparatos vaporizadores y congeladores, medios modernos para refinar hierro de fundición, un método eficaz para la destilación continua del petróleo, una colección de máquinas para llevar a cabo procedimientos médicos, una producción incipiente de cueros sintéticos, un procedimiento efectivo para lograr concentrar ácido sulfúrico, una mezcla estable de nitroglicerina y diatomita, y un premio que legitima o estigmatiza la carrera de un escritor.

Todos los elementos anteriores tienen algo en común: fueron invenciones y ocurrencias de un mismo creador, Alfred Nobel (Estocolmo, 1833-San Remo, 1896).

El penúltimo invento que citamos, la nitroglicerina combinada con diatomita (este último elemento conocido con el literario nombre de tierra de diatomeas, que consiste en un particular tipo de arena de dióxido de silicio que encontró su origen en los fósiles de microorganismos marinos) se le conoce vulgarmente con el multisemántico nombre de dinamita.

De haber sabido antes que la diatomita era capaz de absorber la nitroglicerina para así poder controlar su manejo, Alfred Nobel y su padre se habrían evitado muchos accidentes, incluso aquél trágico evento en el que uno de sus cinco hermanos de Alfred salió volando por los aires gracias a una explosión de nitroglicerina.

Un asalto de ciencia lo posicionó como inventor de la dinamita; un golpe de conciencia lo emplazó como el fundador del Premio Nobel.

Los usos que se hagan de un invento no responsabilidades del inventor, estrictamente hablando. De esto da cuenta Marie Curie cuando, en la ceremonia de recepción del premio Nobel, dijo que las utilizaciones del elemento radio (Ra) en la medicina podrían ser invaluables (el cloruro de radio produce radón, que es utilizado en el tratamiento para combatir el cáncer), pero su manipulación con otros fines podría resultar nefasta (su extrema radiactividad, un millón de veces más que el uranio, le confiere una peligrosidad es sempiterna: su isótopo más estable, Ra-226, tiene un periodo de semidesintegración de 1.602 años).

Del ruido de la dinámita y del Nobel de Literatura los responsables directos somos los usuarios finales. Paradójicamente el premio Nobel de la Paz se sigue entregando en Noruega que, desde 1905, rompió pacificamente relaciones con Suecia. De allí que el premio de la paz se siga entregando en Oslo, mientras que el resto se entrega en Estocolmo. Una paradoja más: de la ciencia es de donde sale el dinero para el otorgamiento del Nobel de Literatura. Lo que ocurre con algunos escritores que obtienen el galardón es similar a una efímera ignición (llamarada de petate, le llamamos en el español mexicano): resplandecen con el fulgor del premio, tras una sistemática anonimia repentinamente sus libros se encuentran en todas partes, máxime si el galardonado es latinoamericano; ya no digamos mexicano, aunque Octavio Paz nunca necesitó de un impulso adicional. Posteriormente, cuando el furor del galardón no resiste el embate del tiempo, el escritor nobel (que no novel) regresa con más grima que gloria a la oscuridad. ¿Alquien recuerda a Imre Kertész, fallecido el pasado mes de marzo del presente año?

Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Federico García Lorca, Marcel Proust, James Joyce, Franz Kafka, Paul Valéry, Henry James, August Strindberg, Antón Chejov, Emile Zola son algunos de los nombres que no aparecen en el dinámico firmamento de los autores laureados. Las causas para esta aparente injusticia, al menos en gran parte del siglo XX, es que los académicos de aquellos tiempos no conocían la obra de estos autores simplemente porque no los habían leído. O, de manera similar que cuando se rechaza un manuscrito, no pudieron establecer una valoración prospectiva hacia la obra de ciertos autores. ¿Acaso Roberto Bolaño debió haber ganado el premio después de que se hubo publicado Los detectives salvajes (Anagrama, 1998) por encima de José Saramago o Günter Grass?

Lev Tolstoi (Rusia, 1828-1910), quizás uno de los autores que debieron haber ganado indiscutiblemente una de las primeras ediciones del Nobel de Literatura, por su desbordante calidad literaria y su perspectiva idealista puesta en letras y llevada con virtuosismo a la práctica en su estilo de vida encomendada a la santidad, no ganó acaso por la hipótesis política más concurrida: Carl David arf Wirsén no podía premiar a un anarquista que se había lanzado contra la sociedad de su tiempo, a un prófugo de la justicia perseguido infinidad de veces por la policía zarista, a un excomulgado por la delicada orden del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, allá por 1901. La herejía: Tolstoi consideraba que el libre albedrío de las personas les permite distinguir entre el bien y el mal sin la necesidad de que estorbosos sacerdotes vinieran a tergiversar la realidad o, lo peor, a corromper como intermediarios el mensaje evangélico. Al final, Wirsén se defendería aduciendo que el autor de Guerra y Paz (1869) no había sido condecorado porque Tolstoi había rechazado todas las formas de civilización. Pocos años después, la Historia le daría la razón a Tolstoi.

Theodor Mommsen (1817-1903), el segundo galardonado en la historia del Nobel de Literatura, en 1902, es el único historiador profesional que se ha hecho acreedor al premio. Hoy olvidado, la academia lo consideró “El más grandioso maestro con vida en el arte de la escritura histórica. Por esos mismos años, Joseph Conrad había publicado El corazón de la tinieblas, una bella parábola acerca del colonialismo. Máximo Gorki, por su parte, publicó Los bajos fondos, un agrio retrato multicolor desde el realismo más violento de la Rusia zarista. Ninguno de los dos ganó el premio. Y como este, ejemplos abundan: José Luis Borges, Julio Cortázar, Federico García Lorca, Marcel Proust, James Joyce, Franz Kafka, Paul Valéry, Emile Zola…

En 1935 el premio no se entregó porque fue declarado desierto. Un año antes lo ganó Luigi Pirandello; uno después Eugene O’Neill.

En el 2008, J. M. G. Le Clézio recibió un premio en efectivo de 10 millones de kronas suecos, equivalentes a 22 millones 253 mil 144 pesos con 91 centavos.

Si bien el nombramiento del ganador se realiza durante la segunda semana de octubre, es hasta el 10 de diciembre que el galardonado se presenta para la recepción del premio en Estocolmo, Suecia. La fecha es por la conmemoración del fallecimiento de Nobel.

Como norma general la academia no puede hacer pública la lista de los nominados ni de los finalistas al galardón, sino hasta después de que hayan pasado cincuenta años. Y eso se agradece, porque de lo contrario Haruki Murakami, apoyado por una estridente horda de idiotas, habría ganado desde hace cinco años, como si se tratase de un reality show.

De los 112 ganadores del Nobel de Literatura entregados, 11 han sido otorgados a escritores de habla hispana: 6 latinoamericanos y 5 españoles. Solamente 14 mujeres se han alzado con el premio. La última, el año pasado, la periodista Svetlana Alexievich. A continuación, la quiniela ociosa de El Libro de Cabecera.

Posibles galardonados:

  1. Cees Nooteboom
  2. Joyce Carol Oates
  3. Ali Ahmad Said Esber, alias Adunis.
  4. Ngugi Wa Thiong’o
  5. Philip Roth
  6. Bob Dylan, Leonard Cohen y hasta Bruce Springsteen…

Quienes nunca serán condecorados:

  1. Haruki Murakami.
  2. L. James
  3. Elena Poniatowska, aunque haya sido mencionada por Ana María Shua del diario argentino La Nación.

Lo que nunca dijeron los que supuestamente lo dijeron

They never

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 606, del Diario de Querétaro del 17 de abril del 2016.

Hay una frase que un servidor suele utilizar para esgrimir sagacidad retórica cuando la discusión en torno a la libertad de expresión ha llegado a un punto ciego: “detesto lo que dices, pero defendería con mi vida tu derecho a decirlo”, la cual se atribuye automáticamente a Voltaire.

En el 2012, Jonah Lehrer, periodista de la prestigiosa revista The New Yorker, había obtenido un contrato con la editorial de temas educativos Houghton Miffin, con dos libros: How We Decide (Houghton Miffin Haocourt, 2009) e Imagine: How Creativity Works (Houghton Miffin Harcourt, 2012). El primero era considerado el primer libro que presentaba los más recientes descubrimientos de la neurociencia para ser aplicados en la toma de decisiones de nuestra vida diaria. El segundo era una especie de ensayo en donde Lehrer rompía con el mito de las musas, de los grandes talentos, demostrando que la creatividad no era un regalo divino atribuido a unos cuantos suertudos.

“Es una cosa muy difícil de describir. Se trata solamente de este sentimiento que consiste en tener algo qué decir”, decía Bob Dylan en el primer capítulo de Imagine: How Creativity Works, donde además se abundaba en el proceso creativo del compositor de “Like a rolling stone”.

Suena bien, ¿verdad? Solo que hay un pequeño detalle. Dylan nunca dijo eso.

El 30 de julio del 2012, Michael Moynihan, periodista de la revista Tablet, publicó un reportaje titulado “Jonah Lehrer’s Deceptions” en donde puso de manifiesto el escándalo de plagio en que había incurrido Lehrer: «Le pregunté por siete citas de Bob Dylan, tres de las cuales no aparecían en ningún sitio, al menos en la forma en la que se recogían en el libro; otras tres que incluían partes de citas de Dylan reales, y una que había sido sacada totalmente de contexto», aseguró Moynihan en una entrevista para la BBC.

Al principio, Lehrer respondió que las citas provenían de una entrevista de archivo suministrada por los representantes de Bob Dylan, algo que nunca ocurrió. Posteriormente, reconoció su mentira: «Fue dicha en un momento de pánico. Las mentiras ahora se terminaron. Entiendo la gravedad de mi postura. Quiero disculparme con todos a los que he decepcionado, especialmente mis editores y lectores», dijo el periodista. Entre las citas puestas en duda por Moynihan, hay una que apareció en los setenta en un documental. Cuando a Dylan le preguntan sobre sus canciones, responde: «Tan sólo las escribo. No hay un gran mensaje». En Imagine… , Lehrer añade una tercera oración: «Deja de pedirme que lo explique», que en realidad nunca aparece en la película.

No bastó su disculpa pública. Además de perder su trabajo en The New Yorker, los libros de Lehrer fueron retirados del mercado a pesar de que Imagine… ya había vendido 200 mil copias. Houghton Mifflin consideró los actos de Lehrer como un abuso grave en contra de la editorial y, sobre todo, en contra de los lectores.

Tanto mi estupenda sagacidad para blofear con Voltaire, como el acto oportunista de Lehrer, caro lector, ambos actos provienen de la arraigadísima costumbre de citar erróneamente o fuera de contexto. El libro titulado They never said it. A book of fake quotes, misquotes and misleading attributions (Oxford University Press, 1990) de Paul F. Boller y John George quizás pueda arrojar algo de luz al respecto. Veamos algunas de las más célebres.

  1. Neil Armstrong: Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. El 20 de julio de 1969, a las 10:56, el astronauta Neil Armstrong salió del módulo lunar que le había llevado a través de miles de millas de espacio para convertirse en el primer ser humano en pisar la luna. Su sentencia sobre aquel hecho histórico se transmitió en todo el mundo. Pero cuando volvió a la Tierra descubrió que había sido malinterpretado: «Este es un pequeño paso para un hombre,» que había anunciado, «un gran salto para la humanidad». Pero debido a la estática, la preposición en inglés «a«, había quedado fuera de su discurso, arruinando así el contraste que había hecho entre un hombre (a man) y toda la humanidad. Los periódicos y las agencias de noticias informaron de inmediato la corrección de Armstrong, pero la versión defectuosa sigue circulando.
  2. Galileo: Eppur si muove, traducido del italiando como Y sin embargo se mueve. En realidad no hay evidencia de que Galileo haya susurrado obstinadamente estas desafiantes palabras tras ser obligado por la Inquisición en 1633 a abjurar de su creencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Fue un escritor francés, en un libro publicado más de un siglo después de la muerte de Galileo, el que puso las palabras en la boca del gran científico. Pero, sin duda, la anécdota es reconfortante.
  3. Voltaire: No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo. Como señalábamos al principio, esta cita atribuida obstinadamente a Voltaire, es una de las más populares entre los defensores acérrimos de la libertad de expresión. Pero Voltaire nunca pronunció estas palabras; y no hay ninguna razón para suponer que alguna vez trató de luchar hasta la muerte de Claude Adrien Helvetius, el filósofo francés en cuyo nombre se supone que han hecho su célebre declaración. La cita original proviene de un libro publicado en 1906 titulado Los Amigos de Voltaire, escrito por S. G. Tallentyre, el seudónimo de Evelyn Beatrice Hall.

De acuerdo con Evelyn Hall, en 1758 Helvetius publicó De L’Esprit (En la Mente), exponiendo la idea de que el egoísmo y las pasiones son los únicos resortes de las acciones humanas y que no hay tales cosas como las virtudes y los vicios. Si bien Voltaire no se impresionó con el libro, las autoridades civiles y eclesiásticas interpretaron la publicación con un agravio, por lo que el libro fue condenado por el Parlamento de París, atacado por el Papa, censurado por la Sorbona, condenado a la quema pública a cargo del verdugo, y su privilegio de publicación revocada.

Con gran angustia, Helvetius insistió en que había escrito De L’Esprit en estado de perfecta inocencia y que no había tenido la más mínima idea del efecto que produciría su publicación. El Parlamento finalmente aceptó su argumento, y tras imponerle una ejemplar multa, le fue retirada la mayordomía que tenía desde hacía años y fue conminado a exiliarse durante dos años en Vorë.

«¡Vaya alboroto por una tortilla!» Voltaire exclamó al oír acerca de la quema de libros. Tomando en cuenta lo anterior, Evelyn Hall optó por adoptarlo en su novela de la siguiente manera: «–No estoy de acuerdo con lo que dices, pero yo defiendo hasta la muerte tu derecho a decirlo– era su actitud ahora. » De ninguna manera la autora afirma que Voltaire se haya pronunciado de manera oral o por escrito al respecto, simplemente trató de narrar la actitud general de Voltaire, de ahí la explicación que dicha cita la haya puesto entre comillas. Cuestionada al respecto en 1935, explicó: «No tenía intención de dar a entender que Voltaire haya pronunciado al pie de la letra estas palabras”.

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