Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 671, del Diario de Querétaro del 13 de agosto del 2017.
Escucho en la radio los promocionales de la Secretaría de Salud, específicamente los que aluden al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En el 2012 –refiere el spot– el IMSS se encontraba en la quiebra. Hoy la situación es diferente, a grado tal que se ha invertido en siete proyectos de infraestructura de servicios médicos a nivel nacional. Incluso, el propio director general del IMSS, Mikel Arriola, presume que la institución ha reportado un superávit por 6400 millones de pesos, que garantizan la viabilidad del seguro social hasta el 2020.
Respecto a la atención de urgencias, se habla de que ahora se atienden primero los casos de mayor gravedad a diferencia de la atención por orden de llegada de los pacientes.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Satisfacción a Derechohabientes Usuarios de Servicios Médicos del IMSS correspondiente a junio del 2017, a nivel nacional 83% de los usuarios están satisfechos o muy satisfechos con la atención médica que reciben. En 25 delegaciones, más del 80% de los usuarios están muy satisfechos o satisfechos con la atención médica que reciben. Sinaloa es la unidad médica que reporta un porcentaje de 91% mientras que Campeche registra un 74%. Querétaro presenta un 79%, cerca de la media, en los niveles de satisfacción.
En 15 unidades médicas de alta especialidad (UMAE), más del 90% de los pacientes están satisfechos o muy satisfechos con la atención recibida. Querétaro no cuenta con UMAE, lo que explica la notable frecuencia de pacientes que tienen que atenderse en el hospital Siglo XXI.
No obstante, Arriola señala que aún hay asuntos pendientes: mejorar la reducción en tiempos de atención, específicamente en el área de urgencias; mejorar la limpieza de las unidades médicas, especialmente de los baños; así como mejorar los tiempos en la realización de los trámites que, en su gran mayoría, y a pesar del incremento de la usabilidad de plataformas digitales, se deben de realizar de manera presencial.
Hacia el final de su exitosa carrera como neurocirujano, Henry Marsh (Oxford, 1950) decidió escribir sus memorias a manera de testimonios, en un estilo que nos recuerda los textos interesantes y evocadores de Oliver Sacks.
Más que una antología de vanaglorias, con la efusividad propia de quien se asume como héroe, Marsh nos presenta una colección de testimonios narrados desde una intensa honestidad médica, tomando distancia del melodrama maniqueo que encuentra en el sector salud un bastión susceptible. No es un libro de superación personal ni una autobiografía insufrible número uno en ventas.
Para Marsh, hay cosas peores que la muerte. Por ejemplo, quedar permanentemente postrado a una cama, conectado a dispositivos electrónicos que obstinadamente nos mantienen vivos, a causa de un derrame cerebral: vivir como vegetal. Desde su elocuente objetividad, ésta es quizás una de las afirmaciones más agudas que encontrará el lector. La noción de vida desde el punto de vista de uno de los neurocirujanos más importantes de Inglaterra (¡y del mundo!) quizás podría arrojar luz ante nuestra anquilosada terquedad por mantener vivos a nuestros seres queridos que padecen afectaciones críticas a su salud.
Del mismo modo, saber cuándo sí y cuándo no operar es quizás igual de importante que saber operar. Aunque los avances de la ciencia y de la burocracia médica aportan pronósticos más optimistas en cuanto al resultado de la operación y a los procedimientos de protección legal al paciente, respectivamente, la decisión de la operación recae en el paciente o, en determinados casos, en sus familias. Y eso se presenta tanto en Inglaterra, Nepal, Ucrania (otros de los escenarios de las memorias de Marsh) como en nuestro país.
¿Qué es lo más difícil de aprender en la ciencia médica, específicamente en la neurocirugía? Marsh señala que definitivamente es la adquisición de la experiencia. Al lado de los éxitos médicos y de las intervenciones quirúrgicas exitosas, caminan los fracasos propios del trabajo médico. Todo doctor lleva consigo un cementerio, afirma Marsh.
En contraparte, la ética profesional (de hecho, el título es tomado de la primera enmienda del juramento hipocrático) está constantemente en el filo: cuando la intervención es exitosa, el médico recibe el nombramiento de héroe; cuando la intervención fracasa y éste hecho provoca la muerte del paciente, el médico es tratado como un criminal, sobre todo si el fracaso se debió a un error humano, a una decisión errónea.
Tanto en Inglaterra como en nuestro país, la atención sigue siendo el principal desafío de los servicios médicos. Sin ser determinista, creo que esto a todos nos consta. ¿Qué pensaría Marsh si caminara por la sección de camillas del área de Urgencias del Hospital Regonal número 1 de Querétaro? Aunque esto parezca al principio una imposibilidad (Marsh participó como autor en el Hay Festival de Cartagena el pasado mes de enero, pero lamentablemente no aparece en la lista de autores del Hay Querétaro para este año) los testimonios de Marsh no son tan distintos a nuestra realidad. Las implementaciones burocráticas, la importancia de la colaboración profesional entre colegas, la atención al paciente y la inversión en hospitales por parte de los gobiernos serán asuntos de atención permanente.
A decir de Marsh, “La neurocirugía consiste en el tratamiento quirúrgico de pacientes con enfermedades y lesiones del cerebro y la columna vertebral. Se trata de problemas poco frecuentes y, por tanto, el número de neurocirujanos y de departamentos de Neurocirugía, si se compara con otras especialidades médicas, es pequeño” (27).
Ante todo no hagas daño es el conjunto de memorias de un neurocirujano exitoso a lo largo de cuarenta años de carrera. De un profesional de la salud que se traslada a su trabajo en bicicleta, que se encuentra viviendo su segundo matrimonio porque, debido al tipo de profesión que ejerce, su primera experiencia fracasó.
¿Qué pasaría por su mente, caro lector, cuando un médico le avisa que le acaban de diagnosticar un pineocitoma, es decir, un tumor de la glándula plineal? ¿Qué decisión tomaría si su neurocirujano le avisara que, a pesar de la operación, solamente le restan, a lo sumo, tres meses de vida?
Sin ser un pasquín de superación personal, nos encontramos ante un libro imprescindible que ocupará un espacio digno en las gavetas de nuestra vida literaria.