Lauro Zavala – Pretextos metaliterarios

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 646, del Diario de Querétaro del 19 de febrero del 2017.

No existe ni existirán dos cuentos con estilos iguales. El cuento puede estar escrito en modos infinitamente distintos.
Algunos cuentos se resumen de manera clara y concisa a modo de anécdota.
Otros cuentos no son otra cosa que anécdota.
Una anécdota es, a lo sumo, un relato breve de un hecho que resulta curioso. Puede expresarse como ilustración, ejemplo o entendimiento.
Pero recuerda, la anécdota también es el argumento de una obra.
Algunos cuentos tienen un desarrollo que está formado por secuencias abruptas de acciones que se enlazan hasta llegar al clímax.
Otros, en cambio, dan cuenta de una vida oblicua y tangencial, es decir: presenta desviaciones respecto a un tema o personaje.
Existen cuentos en los que parece que el autor los hubiese parido de la vida misma: aún conservan frescas las huellas de su nacimiento.
Hay cuentos que son simples episodios sueltos; su significado puede ser hermético para el mundo o reservado para algunos cuantos.
Hay personas para las cuales lo mejor y más querido que tienen es algún tipo de enfermedad del cuerpo o del alma. La cultivan a lo largo de toda su vida y viven sólo para ella; la padecen, pero se alimentan de ella, se están quejando siempre de esa dolencia ante los demás y de ese modo atraen su atención. Así se ganan la compasión de la gente, pero aparte de eso no tienen nada. Si los librásemos de su enfermedad, si los curásemos, haríamos de ellos unos desdichados, al privarlos de lo único que daba sentido a su vida: se quedarían vacíos. A veces la vida de un hombre es tan mísera que se ve forzado a apreciar su mayor defecto y a vivir para él. Puede decirse que a menudo la gente se vuelve depravada por puro aburrimiento.
Sí, la anterior cita proviene de un cuento, “Veintiséis hombres y una muchacha” de Máximo Gorki.
Cuentos alegóricos: una virtuosa antología de metáforas que construyen una idea compleja.
Cuentos especulativos: ahora se les conoce como ciencia ficción, fantasía, terror, ficción distópica, ficción utópica, ficción apocalíptica y la llamada ucronía.
Cuentos reflexivos: cuyo reflejo puede ir o no emparentado con la cotidianidad de quien lee y de quien lo escribe.
Cuentos pictóricos: un pictograma, por ejemplo.
Cuentos ingeniosos: ¿conoce, Caro Lector, los cuentos de Andrés Neuman?, ¿ha leído “Las furias de Menlo Park” de Ignacio Padilla?
Cuentos psicológicos: no, no son terapéuticos. Suelen ser contraproducentes.
Cuentos que parecen trozos de un reportaje.
No, un reportaje no puede ser un cuento en sentido estrictamente literario.
Cuentos que dicen todo mientras aparentan no decir nada.
La nada (o el todo) puede ser un tema para un cuento.
Nota mental: Lea “El todo que surca la nada” de César Aira.
Todos los cuentos son aceptables. De acuerdo a E. H. Bates, todos los cuentos son parte del desarrollo del cuento moderno.
Los críticos (esos seres tan deleznables como necesarios) se encargarán de hablar de esos cuentos y les darán vueltas, muchas vueltas… pero jamás podrán definir esa virtud llamada equilibrio, un guiño expresivo que delata el instinto del escritor.
Por dicho equilibrio, un cuento deberá de sopesarse en las manos. Con arte cuasi curatorial, deberá de pasar bajo una prueba de estética e intuición.
Quizás deba enmarcar esta frase, Caro Lector, o, al menos, trazarla con marcatextos: el equilibrio del cuento puede ser destruido por una sola frase superflua, por una palabra.
El adjetivo que no da vida, mata. Me dijo alguna vez Francisco de Paula Nieto. Parafraseaba a Huidobro.
La prueba crítica de la forma del cuento consiste en observar a un escritor que trama su cuento pieza por pieza, como alguien que construye una torre de cerillos, y que llega el momento en que siente consciente e instintivamente cuál será el último, y en qué momento la torre no soportará más.
Si un cuento pasa la anterior prueba, ha superado todas las pruebas.
Sí, la Biblia es mejor desde su perspectiva narrativa. Ruth, la parábola del hijo pródigo, Susana, Jonás, son solo algunos ejemplos emblemáticos de la vocación cuentística de la subvalorada Biblia.
Imitar a Roberto Bolaño es un ejercicio interesante y útil, pero no sonarás como Roberto Bolaño, acaso como un impostor.
La novela no es un arte superior al cuento. Mientras ésta se puede permitir el recreo de escenarios, el cuento acude a la concreción de universos.
No puedes morir antes de leer “La princesa y el guisante” de Hans Christian Andersen.
“La dama del perrito” puede arrancarte lágrimas o añorar un amor así. Sí, es de Chéjov.
Joyce es Joyce. Finnegans Wake es quizás la perfecta conjunción entre desafío y lectura lúdica.
Mientras haya escritores de cuentos que puedan pasar la prueba del equilibrio, el cuento sobrevivirá sin importar su forma.
El cuentista que espera que su lector revele signos de audacia artística, morirá en la espera.
Pero nunca escribas para tus contemporáneos, como decía Augusto Monterroso, ni mucho menos para tus antepasados. Escribe para la posteridad.
En la literatura no hay nada escrito aunque ya todo esté escrito.
El lector que por error recibe un libro de cuentos en vez de la novela que pidió se sentirá estafado, porque la novela está de moda.
En Querétaro no hay revistas literarias. Mucho menos una revista dedicada exclusivamente al cuento. Y vaya que hay escritores que fomentan el arte del cuento. ¿Conoce, Caro Lector, a Fernando Tamariz?
A continuación, un cuento, aunque en realidad se trata de un microrrelato que, no obstante, pasa la prueba del equilibrio. Se titula “El emigrante” de Luis Felipe Lomelí:

«El emigrante»

-¿Olvida usted algo?

-¡Ojalá!

Juan Pedro Aparicio escribió el que quizás es el microcuento más corto de habla hispana, consta de una palabra:

“Luis XIV”

Yo.

Parafraseando a Hemingway: si ningún bien puede resultar de los tiempos aciagos por los que atravesamos, al menos producen cuentos.
¿Y si la idea que tienes en mente la conviertes en cuento?

* Texto inspirado por la lectura del siempre imprescindible Lauro Zavala, Teorías del cuento I. UNAM, 1995.