Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 608, del Diario de Querétaro del 15 de mayo del 2016.
Fue en una mañana de abril cuando, a las puertas de su casa, Martin Heidegger recibió un enorme sobre con matasellos de la Universidad de Friburgo. Entró a la sala y, no sin cierta desesperación, abrió de inmediato aquél elegante pliego. Se trataba de una invitación personal para que asistiera a la ceremonia que se celebraría en su honor, con motivo de su nombramiento. Quizás sin sorpresas, leyó nuevamente la invitación. La ceremonia se llevaría a cabo la siguiente semana.
No era para menos. Tras haberse adherido junto a otros importantes filósofos e intelectuales a la ideología de Goebbels, Heidegger había sido nombrado rector de la Universidad de Friburgo, institución que lo había visto crecer meteóricamente como intelectual, primero como discípulo de Carl Braig y Heinrich Rikert, de quienes adquirió los conceptos fundamentales del neokantismo, para posteriormente fungir como asistente de Edmund Husserl, de allí su innegable influencia fenomenológica.
Después de que hubo recibido su nombramiento, con inusitado entusiasmo, y con la efervescencia política del momento, Heidegger se registro como miembro del NSDAP, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, por sus siglas en español.
En aquel abril, quizás bajo el influjo de la misma efervescencia, hordas de estudiantes universitarios e intelectuales salieron a las calles Düsseldorf para la destrucción de libros. Mientras huía por la acera de Königsallee, Ana, una joven historiadora egresada de la Universidad de Düsseldorf, se recriminaba a sí misma por no haber logrado rescatar a más autores:
–Los están matando, los están quemando a todos. ¡Nadie saldrá vivo de aquí!
No importó el peso de la Historia. Hacia 1773, en esta ciudad se fundó la Academia de Bellas Artes más antigua de todo Europa.
Pero aquello era solamente un preludio a lo que estaba por ocurrir realmente. Relativamente cerca de Düsselfdorf se encuentra Colonia, la ciudad que vio nacer la rampante industria alemana. El día 5 de mayo, hordas de estudiantes de la Universidad de Colonia se organizaron en la explanada central para tomar la biblioteca. De allí sustrajeron todos los libros posibles que hubiesen sido escritos por autores judíos. Cuando hubieron regresado a la explanada con bolsas, cajas, y demás herramientas para el acarreo de libros, levantaron una inmensa pira a donde fueron a parar todas las obras. Prácticamente ningún libro sobrevivió.
Al siguiente día se repitió lo mismo, en esta ocasión en el Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Una enorme multitud de estudiantes en contubernio con las Juventudes Nazis lograron incinerar cerca de media tonelada de libros en un solo acto.
A la par de los atentados, y tras largas y álgidas reuniones nocturnas con sus principales colaboradores y representantes del sector estudiantil, Goebbels estableció el 10 de mayo como el día para combatir el desagravio intelectual que seguía lacerando la cultura alemana, de acuerdo a su hipótesis. Sin embargo, desde el 8 de mayo los atentados contra las bibliotecas se seguían multiplicando. Y no se iban a detener.
Aquella tarde del 8 de mayo, entre la muchedumbre que se congregaba alrededor de la pira libresca asentada sobre la plaza central la Universidad de Friburgo, un jocoso Heidegger participaba con ahínco arrojando cientos de volúmenes escritos por autores judíos. Aquello era una fiesta. Las miradas de soldados alemanes se comenzarían a acostumbrar a las cenizas sobrevolando sus cabezas.
El 9 de mayo, un día antes del movimiento para abatir el desagravio cultural, un Goebbels desbordado habría de pronunciar el siguiente discurso en la ciudad de Kaiserhof:
–Protesto contra el concepto que hace del artista un ser apolítico. Ningún artista puede ni debe de mantenerse en la retaguardia. Todo aquel que se ufane de ser artista debe de tomar las banderas y marchar al frente.
Otto, Max, Erick y otros tantos talentosos artistas, virtuosos interpretes en su mayoría de las obras de Goethe y Schiller, recibieron con júbilo las palabras de Goebbels, a grado tal que decidieron acompañarlo en su encomienda: eliminar todo rasgo judío de la cultura e idiosincrasia alemanas.
Desde las primeras horas de aquel 10 de mayo, en los rincones de la Universidad Wilhelm Von Humboldt, comenzó a resonar una insistente melodía coral que hacía correr a los estudiantes que aún se afanaban a tomar cursos como si corrieran días normales:
“Contra la clase materialista y utilitaria,
Por una comunidad de pueblo,
Y una forma ideal de vida,
¡Marx!,
¡Kautsky!”
Stella alcanzaba a escuchar los gritos y cánticos de los miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes. Parecía increíble que ni los propios muros de la biblioteca pudieran repeler el escándalo del exterior. Fue al dar vuelta a la siguiente página que un sonoro golpe rompió el silencio hasta ese momento sagrado de aquel recinto. Stella ocultó instintivamente su Hemingway bajo el brazo y se dirigió al ala norte de la biblioteca. Milagrosamente, ayudada por su inopinada presencia y su lúgubre aspecto, Stella logró pasar inadvertida. Los miembros de la Asociación comenzaron a recolectar todos los libros de autores judíos. Tras cerca de dos horas, la pira congregaba cerca de 25 mil títulos. Stella pudo conservar su Hemingway, aunque le dolió no haber podido hacer algo más por Broch, Freud, Bretch…
–¡Heil!– grito Goebbels minutos antes de la medianoche. Sabía que no lejos de ahí Rosemberg estaba llamando la atención de Hitler. Era el momento de demostrar quién mandaba.
–La era del intelectualismo judío ha llegado a su fin. El día de hoy la revolución alemana abre las puertas nuevamente a una nueva forma de vida que nos permitirá llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Pero no se confundan. Esta revolución no comienza desde arriba. Se inicia desde abajo, desde sus raíces, y continua con pulso implacable en ascenso…
La gente, en su mayoría estudiantes y personas vinculadas con el arte, colmaron la plaza con sus aplausos. Tras un breve silencio Goebbels continuó:
–Por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, esta revolución es la expresión genuina de la voluntad del pueblo. En los últimos años, ustedes, estudiantes y artistas, recibieron la peor humillación posible con el pretexto de la República de Noviembre, que consistió tácitamente en inundar sus bibliotecas con la basura y corrupción de la mierda literaria de los judíos. Esto provocó que nuestra ciencia y nuestra cultura se aislaran irremediablemente de la vida alemana. Pero eso está por terminar.
Una nueva andanada de aplausos estimularon el brío de un Goebbels plenamente emocionado y entregado. Prosiguió:
–Las revoluciones que son genuinas no se detienen con nada. Ninguna área debe de permanecer intocable. En verdad les digo: ustedes están haciendo lo correcto en este día, a esta hora, en el instante en que entregan a las llamas al espíritu diabólico del pasado.