¿Quién es La Chica del Tren?

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La palabra “thriller” es un concepto con diversos significados para la literatura y el cine. Por su raíz etimológica (thrill=emoción, estremecimiento) se refiere a una obra que provoca emociones y estremecimientos en el lector. Su uso se popularizó en los Estados Unidos antes de que emigrara al lenguaje cotidiano de la literatura y el cine europeos. Con este mismo concepto también podemos referirnos al cine de suspenso, de intriga o de temática criminal.

Por extensión y vigente modismo, se denomina thriller a cierto tipo de novelas de detección (donde el protagonista, que puede o no ser necesariamente un detective, emprende una búsqueda frenética e implacable por ‘detectar’ al antagonista), desde Agatha Christie hasta Ian Flemming, pasando por John Katzenbach y Dan Brown. Asimismo, nos remite al cine noir o negro, o a aquellas obras cinematográficas de los años cuarenta denominadas con el arcaísmo “shocker”, ahora en desuso.

Sí, caro lector, ha sido inevitable advertir su presencia porque prácticamente está dispersa en todos lados. Pero, ¿quién demonios es La Chica del Tren (Planeta, 2015)? Es un thriller literario que está causando revuelo en redes sociales, en lectores noveles y veteranos, en amantes y detractores del género, y en las listas de los más vendidos en todo el mundo.

La protagonista es Alice Watson, mujer treintañera, usuaria frecuente del tren suburbano londinense que en su cotidiano recorrido ha establecido una relación particular con personas que habitan una casa aledaña a una parada del tren. Alice no es una femme fatale al estilo de Amy, protagonista de Perdida (Gone Girl, 2012) de la periodista estadunidense Gillian Flynn o de Lisbeth Salander, la detective antisocial y estrafalaria de Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2005) del desaparecido Stieg Larsson. No se trata tampoco de una psicoanalista defenestrada y presuntamente abyecta, con en el caso de El Psicoanalista (2002) de John Katzenbach. En realidad se trata de una mujer que está pasando por una terrible crisis existencial generada por un agudo síndrome postdivorcio: desempleada desde hace meses, con un bochornoso sobrepeso recién logrado, señalada como acosadora por su expareja, y obstinadamente alcohólica.

Su viaje en tren es una manera obsesiva de regresar a su pasado, una ruta de autoflagelación que la conduce a aquellos días felices al lado de Tom, su ahora exesposo, quien recientemente ha establecido una nueva relación con una chica hermosa, una rubia soberbia y recatada que le ha dado a Tom la dicha de tener una linda familia.

En su andar de dolor y regresión a un pasado impensado, advierte la presencia de una pareja feliz, a quien Alice se refiere arbitrariamente con los nombres de Jess y Jason. En una mañana calurosa de julio, Alice es testigo de un hecho fortuito: Jess está besando a otro hombre que no es Jason. Aquello desencadena una serie de situaciones que se concatenan virtuosamente a través de una narrativa sagaz.

La Chica del Tren funciona porque es un relato polifónico donde se coordinan las voces de Alice junto a la de otras dos mujeres. Si bien el título es pobre en sentido polisémico, quizás más cercano a literatura para adolescentes, el gran acierto de la obra está en la estrategia narrativa que le otorga al lector el rol de investigador, atribuyéndole la facultad de analizar frenéticamente la implicación de los personajes a través de su participación en los hechos. Esto generará en el lector una lectura vertiginosa y fluida, con lo que será difícil no terminar de leer el libro en menos de una semana. No le extrañe, caro lector, que lo lleve consigo a todos lados, no Usted al libro, sino viceversa.

Desde el establecimiento de un juego de perspectivas a partir de las voces narrativas, es interesante advertir el grado de omnisciencia y participación de cada uno de los personajes, el cual se presenta como un juego críptico pero accesible a cualquier lector. La emoción del lector sufrirá asimismo un giro estético que provocará un grado de exploración y detenimiento de acuerdo a los intereses y emociones de cada lector. Esto generará también un creciente e intenso interés, con lo cual la lectura atenta y la intriga intimista entre el lector y el autor están garantizadas.

Sin caer en determinismos sexistas, no es baladí sugerir que La Chica del Tren es un libro que puede ser disfrutado más por lectoras que por lectores. Es muy probable que el grado de intuición en múltiples vertientes presentados en la obra generen una implicación de mayor impacto en el sector femenino en comparación con lectores masculinos. Asimismo, el lenguaje convencional del libro permite un acercamiento con mayor grado de identificación de tipo psicológico hacia el lector femenino.

El espacio narrado, un Londres contemporáneo y sugerido con imágenes elocuentes y descripciones intimistas, traslada la experiencia de lectura a la circunstancia del lector. Es decir, nosotros podríamos emular a Alice Watson desde nuestros viajes cotidianos en el transporte urbano queretano, o con las transeúntes que deambulan por las calles de nuestra ciudad, en pleno acto de identificación metaliteraria.

El interés por saber qué ha ocurrido en el tren de las 8.04 ha rebasado el plano de lo literario y de los récords de ventas, dejando atrás al récord casi imbatible establecido por El Código Da Vinci (2003) de Dan Brown. Y sí, su interés ya ha tentado al ámbito cinematográfico: Dreamworks ya externó su interés por llevarla al cine, bajo la dirección de Tate Taylor (The Help, 2011), y probablemente con las actuaciones de Kate Mara (The Martian, 2015) y Emily Blunt (Edge of Tomorrow, 2014).

Sin ser una obra literaria de grandes ambiciones y complejidades narrativas, abiertamente exenta de pretensiones pseudoinnovadoras, La Chica del Tren se confirma como la gran apuesta de Paula Hawkins, escritora y periodista sudafricana quien, quizás sin proponérselo, ha contribuido a intensificar el foco de atención a un género que se ha redimido. Es, asimismo, un excelente regalo navideño o de fin de año. Mejor aún si se lo regala Usted a sí mismo, caro lector.

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