Carta abierta a los candidatos a un puesto de elección popular. Una humilde réplica de ciudadano a ‘ciudadano’.

Candidatos:

Indefectiblemente, como cada tres años, ya comenzó oficialmente el periodo de campañas electorales, de esto que aún muchos efusivos y no menos ingenuos optimistas se obstinan en llamar la fiesta de la democracia. A propósito de lo anterior, y con la firme convicción de que a Ustedes no les interesa ni les interesará mi opinión, les comparto con humildad las siguientes impresiones, con el único afán de ejercer con sobriedad un derecho fundamental.

Iniciaron sus campañas políticas, esas estrategias onerosas, anquilosadas y obsoletas que torpemente Ustedes se obstinan en replicar. La única diferencia de las campañas de los años ochenta (a ese referente alcanza mi edad) con las actuales acaso sea la presencia del INE, un árbitro lerdo y permisivo, pero árbitro al fin. Sin contar al INE y a sus respectivas sucursales estatales, las campañas de Ustedes se reducen a una vulgar imposición de maniquíes antipáticos de corte ególatra. Ustedes son famosos por condición más que por convicción, son mesías oportunistas, evangelizadores del erario, esbirros del poder. Aunque parezca absurdo, y a pesar de los rostros lacerados en llanto de señoras que en cada evento masivo gritan el nombre de Ustedes, es necesario recordarles que son candidatos a ocupar un puesto de representación popular, no están haciendo casting para ser dioses.

Rostros, frases tan reconstruidas como vacías, colores ridículamente institucionales que pasarán al olvido ya no por su falta de creatividad, sino por la ausencia de un real interés en cambiar las condiciones de vida de sus representados. Aunque lo nieguen, cada uno de Ustedes ya ganó, sin importar el nivel de estulticia de su campaña y ni sus magros resultados que de ella emanen. Recuerdo a Jaime Escobedo y sus torpes mensajes teledirigidos donde apelaba a equiparar el cariño de su esposa con el ejercicio de la administración pública. O a Armando Rivera quien, engolosinado de desmemoria histórica, ha garantizado de modo oportunista vivir del erario público año tras año. O a los anónimos perredistas, que a la sombra del escarnio, el demérito y el cinismo se han garantizado un conformismo tan repudiable como inútil.

Tristemente no se trata de proyectos sino de prospectos. Más que plataformas, se trata de rudimentos improvisados, refritos de iniciativas federales como si por tener ese carácter ya garantizaran automáticamente su efectividad. Se trata de acarrear votos sin importar literalmente el precio. La gente como carnada y botín, como un ente al que se acude por destajo. Alguna vez escuché a un asesor de campaña priista que el candidato se tienen que ensuciar de naco, refiriéndose a la campaña de a pie (así le llaman Ustedes) que el candidato debe realizar, so pena de no contar con el apoyo popular. Más que escuchar, Ustedes impugnan a la razón mediante a base de verbenas populares: gritos, antojitos, música de banda, bailes y escupitajos demagógicos colmados de paroxismos.

Los candidatos se hacen acompañar por sus esposas y esposos, actores y actrices que legitiman una imagen de familia utópica funcional más por presunción que por convicción. Pero también son acompañados por los medios de comunicación. Lascivos, confianzudos, melodramáticos, arribistas, ridículos, poderosos, los medios dan fe de una realidad que nunca ocurrió ni ocurrirá jamás. Son un microuniverso que construye en paralelo, desde distintas perspectivas y constelaciones, una realidad a modo del candidato y del poder turno. Salvo poquísimas excepciones, y sin importar la plataforma, los medios son efectivamente un poder, a veces el cuarto poder, por momentos el único. Ustedes, candidatos, con sus agendas y directores de comunicación social (¿Comunicación social?) son capaces de reducir a los medios a una vil casa de citas donde la oferta siempre será mayor que la demanda, donde la noticia la dará el candidato que levante el pulgar junto a decenas de personas en pose torpe e ingenua. Lascivos, por su inclinación a satisfacer los deseos del poder. Confianzudos, por aquellos memorables apócopes y pseudónimos: Nacho, Paco, Pepe, Lupe, Pancho…¿Beto, Quique, Obi (por Obama)? Melodramáticos, por su método de la nota rosa y roja: la primera para los pudientes; la segunda para los jodidos. Arribistas, por sus eternas aspiraciones a lograr un hueso en la secretaría de Comunicación Social. Ridículos, por sus efusivas lavativas para cuidarlos a Ustedes, candidatos. Poderosos, por su propensión cínica y cabalmente corruptible. No hace falta dudar, insistir o redundar. A todos nos consta.

Porque más allá de un pulgar levantado, de una fotografía dando un abrazo fingido a un anciano anónimo con sombrero, de una larga y estulta lista de promesas para imbéciles, de un desayuno informativo para mujeres trabajadoras tan frío como el café replicado que obsequian, de una pose antiestética con los brazos levantados que no hace más que desvelar su deplorable convicción ética, lo que la ciudadanía necesita es que nos dejemos de farsas. Mientras Ustedes se convencen de que es buena idea poner a zombies adolescentes (Ustedes les llaman redes) rogando antipáticamente por pegar una calcomanía en los autos de los que podemos tener auto, tamborileando arrítmicamente mientras repiten el nombre de Ustedes en una porra estridente como las mentadas, nosotros los ciudadanos decimos basta de estupideces. Mientras Ustedes despilfarran al son de la sinrazón en miles de carteles, anuncios, mantas, spots, y espectaculares perezosos, en pleno acto de destrucción del ambiente porque, de acuerdo a la lógica de Ustedes, la ciudad es un ente sin voz ni opinión que les pertenece, los ciudadanos decimos que no nos interesan ni sus nombres, ni sus colores, ni sus rostros parapléjicos: lo que la ciudadanía necesita es que se combata ya la corrupción, esa peste antropológica que los ha traído a Ustedes hasta aquí.

Mientras Ustedes, rivales energúmenos de la retórica y el discurso, se empeñan sin piedad en atrofiar a sus acarreados con enésimas frases (prevención del delito, reconstrucción del tejido social, recuperación de los espacios públicos, tolerancia cero, oportunidades para los jóvenes, generación de empleos, estrategias para blindar la seguridad, frente a la delincuencia, apoyo a la educación y un hilarante etcétera), nosotros los ciudadanos decimos ¡basta de patrañas!. Su ignorancia cotidiana no les da derecho de arrastrarnos con Ustedes a su versión iletrada de civilización.

Pero hagamos un trato. Ustedes necesitan más de nosotros que nosotros de Ustedes. A veces resulta tan necesario pensar en Ustedes como un pez piensa en un tango de Gardel. Es tan insulso saber que Ustedes existen. Si no los necesitamos, y vaya que en un régimen democrático hubiéremos de necesitarlos, por lo menos sean útiles para servir. Sean útiles para dar respuesta a nuestro creciente problema de violencia, a nuestro alarmante caos de tránsito, a nuestro improductivo sector educativo, artístico y cultural, a nuestros anillos de miseria que tanta incomodidad les provoca a Ustedes pero que tanto visitan en tiempo de campañas, todos estos aspectos subsidiados por el olvido que Ustedes mismos promueven y fomentan. Sean útiles para servir con proyectos, no con ocurrencias, improvisaciones o caprichos. Sean útiles para servir desde la idea fundamental del concepto SERVICIO, con una organización capaz de cuidar los intereses y satisfacer las necesidades de los que habitamos en esta entidad, vaya obviedad.

Lamentablemente, como cada tres años, al finalizar las campañas, el ganador del botín menor reconocerá al ganador del botín mayor. Se armarán sus fanfarrones séquitos disfrazados de equipos de trabajo. Desaparecerán del plano ciudadano para convertirse en estrellas de la prensa, de la radio, de la televisión, de las redes y de la comunicación social. Desaparecerán las personas que fueron parte de sus redes de apoyo, esos rostros morenos y cansinos de sus seguidores se borrarán de sus memorias para pasar al más cruel del anonimato. Sus salarios serán un vulgar recordatorio para que no olviden ese gesto huraño que portarán cada vez que tengan que inaugurar una obra, presentar una nueva ocurrencia institucional, o hacer como que gobiernan.

Los ciudadanos no somos tan estúpidos como Ustedes creen, o como sus coordinadores de campaña les quieren hacer creer. Tomen en cuentan que gran parte de los ciudadanos tenemos que trabajar. Algunos debemos formarnos obligadamente en nuestros taxis para que nos peguen a la fuerza un pegote con el nombre de Ustedes, so pena de quitarnos la concesión. Otros debemos asistir a trabajar en horarios en los que Ustedes están durmiendo plácidamente en sus semipalacios. No es resentimiento, ni mucho menos desinterés. La mayoría de los ciudadanos de esta entidad estamos trabajando, estamos tratando de ser útiles, pues.

Ojalá, y lo deseo de corazón, me equivoque, ya no para sumarme a las lavativas hipócritas, sino para que por fin tengamos a alguien útil en ese aparato corrupto, perverso, enriquecedor y corrosivo llamado gobierno. Nuestra gente ya ha recibido suficientes golpes, suficientes frustraciones, suficientes provocaciones. El hartazgo es generalizado. Qué mejor oportunidad para optar, de una vez por todas, por una hacer las cosas bien.

Vamos a darnos un trago.

Porque ellos no se tomaban un trago: se daban un trago. Solamente uno, aquello de embriagarse en la mitad de la semana, en la mitad de la noche, los remitiría indefectiblemente a la rudimentaria estrategia de supervivencia ahora caduca por la edad. En el flujo de las soledades anónimas, ambos eran una mancuerna adjetiva, adornada por una posibilidad inútil, matizada por la brecha generacional. «Porque tantos años entre nosotros, en realidad, nunca serán lo suficientemente significativos», se decian mutuamente. Y con eso bastaba.

–Después de llorar, como todos los días, me había preparado para dormir.

–Espero no haberte interrumpido. Necesito algo…

–Ya estaba en pijama, me había quitado el maquillaje y estaba viendo nada en la televisión. Eso me arrulla.

–Como dos soledades, te confieso que no quiero hablar contigo. Francamente, necesito escucharte…

–Tal vez estamos cometiendo un error, ¿te ha pasado por la cabeza qué pasaría si se enteran…?

Espejo de la ensoñación estólida, la apagada urbanidad contemplaba con displicencia el andar de la pareja. Desde una perspectiva perversa, cualquiera habría advertido una relación enfermiza madre-hijo. Lo que veían, lo que se decían, lo que se ocultaban mutuamente, quedaba vedado por una conflagración dual entre los labios y su nostalgia de días de erotismo y gloria. Acaso los días de él unánimemente noveles, los de ella se antojaban numerosos, intensos, concurridos: ahora, su cuerpo era una catedral.

–Mi madre cotidianamente me deshacía en insultos; mi padre en gritos y reclamos.

–Pero ahora eres libre.

–¿De qué me sirve la libertad si no puedo distinguirla de la soledad?

–La soledad es el más hermoso canto de la libertad.

–Sí, pero es un canto ridículamente nostálgico.

Nos dimos el trago. El establecimiento quedó capturado en una contundente fotografía del ángulo más supercifial de la conciencia de clase. Él tomó su mano, sintió la piel rugosa de ella, como si estuviese acariciando a una especie de réptil místico. La mirada felina de ella quedó preñada del viento, desvelando una inédita fotografía onírica sin marco, que él no olvidaría jamás.

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