Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 667, del Diario de Querétaro del 16 de julio del 2017.
Mi interés por las letras de Fernanda Melchor se remonta a sus artículos periodísticos y su blog. Aún no leo Falsa liebre y todavía no se puede conseguir Aquí no es Miami. Ya en su blog, Melchor había advertido de la próxima aparición de su novela y desde ahí surgió mi interés y emoción.
A pesar de haber aparecido en mayo de este año, de Temporada de huracanes (Random House, 2017) se ha escrito mucho. Salvo poquísimas opiniones discrepantes, al parecer el más reciente libro de Melchor puede presumir cierta unanimidad en cuanto a reseñas se refiere, muchas más cercanas a recomendaciones que a reseñas propiamente críticas. No los culpo, el libro es una imperdible oportunidad para extraviarse en lo literario.
Nos encontramos ante un hecho puntual relativamente sencillo de advertir: el cadáver de una persona es hallado por un grupo de niños. Las sospechas señalan a un grupo de adolescentes quienes, desde su punto de vista, se encargarán de contarnos su propia versión de la historia.
Desde el principio, el libro se yergue con la potencia de una catedral narrativa. El estilo literario elegido por la autora para dotar de voz a los personajes le atribuye a la narración una intensidad simbólica multirreferencial y con voraz celeridad.
En el epicentro de este huracán narrativo (acaso la concesión referencial es mera interpretación) se yergue el personaje de La Bruja, símbolo arraigadísimo en nuestra mitología tradicional que ya de por sí cobra relevancia en el texto. No obstante, la imagen sui generis de la Bruja de Fernanda Melchor irrumpe con violencia desde un ícono visceral e hiperrealista, tomando distancia inmediatamente a lo que se ha dicho de la bruja como ícono.
La Bruja hilvana en torno de sí la historia de los personajes y su propia historia. Unidos por la miseria, la desgracia, la violencia y la circunstancia, La Bruja potencia y fecunda los designios del espacio narrativo más allá de una mera declaración de circunstancias a partir de los personajes testigos, aunque la propia muerte de la Bruja sea parte de la consecuencia.
En este sentido, considerando la muerte de la Bruja como el elemento detonador, no es novedad afirmar que la nota roja siempre ha nutrido a la literatura. En Melchor, la influencia del periodismo narrativo se ostenta con una prosodia magistral que por instantes llega a rozar el virtuosismo: Fernanda Melchor es una de las mejores narradoras de la actualidad muy por encima de sus contemporáneos. Pero hay algo más.
No pocas veces hemos afirmado en este espacio que la mejor literatura que se hace en este país está escrita por mujeres. Más allá de un atajo baladí al bastión siempre generoso y oportunista que implica hablar del género, la escritura hecha por mujeres mexicanas está señalando hacia nuevas rutas narrativas, imbuidas en una intensa y prolífica imaginación. Valeria Luiselli, Gabriela Jáuregui y Fernanda Melchor son sólo algunos de los casos representativos y emblemáticos. Aunque los temas y los ingredientes narrativos puedan ser similares, Melchor pervierte los arquetipos y los pone en un juego periodístico-narrativo que toma distancia de lo escrito en el mismo terreno literario por sus contemporáneos. En Temporada de Huracanes, de manera emblemática solamente aparece un muerto, la Bruja.
Y sí, nos encontramos frente a un hito de la narrativa mexicana del siglo XXI, un libro que exige salir de las bandejas para colocarse en las manos de los lectores de todas las edades. Yo no dudaría en ningún momento en ponerlo al alcance de lectores de educación secundaria y media superior. Me conmovió, por cierto, la referencia directa al relato Salir con domingo siete de Carmen Lyra (San José, 1887 – México, 1949), que forma parte del libro Los cuentos de mi tía Pachita (1920).
No obstante, y acaso por ese mismo donaire periodístico-narrativo soberbio y de tan alta calidad, Temporada de Huracanes tiene fecha de caducidad. No está encaminado a la trascendencia porque en la realidad y en la violencia todo cambia. El goce estético efímero de Temporada de Huracanes exige el ahora, de la misma manera que el estilo narrativo de escribir un capítulo en un solo párrafo exige la voraz lectura de la inmediatez. La misma celeridad del efecto narrativo nos impide que reflexionemos al tiempo acerca de lo que se ha leído, de ahí que esta reseña haya salido a más de un mes, y de lecturas posteriores, de que terminé de leer el libro.
Eminentemente la violencia se ha instalado en el centro temático del discurso narrativo contemporáneo, pero esta violencia se complementa de otros referentes quizás sobrevalorados: la música de banda, el narcotráfico y sus sicarios, el ambiente bohemio de las cantinas locales, el exotismo ferviente por lo coloquial, los espacios donde lo erótico deviene en perversión vulgar a partir de una estética patetista. No son pocas voces las que, desde la violencia, han aportado desde su propia narrativa al ya de por sí prolífico pretexto literario que la violencia en sí misma implica. Y ese es quizás el principal la principal tentación, el principal riesgo de caer en lo efímero. Si bien la versión de la realidad que aporta Melchor es un hito para la literatura latinoamericana, no es la única ni la última.
Aunque no pocos afirmarán que el autor de esta humilde reseña “se la mamó”, no quiero dejar la oportunidad de señalar dos aspectos a propósito de la lectura de Temporada de Huracanes y el ejercicio crítico a destiempo que ejerzo intencionalmente a la distancia de un mes.
El primero, destacado supra, es el uso del lenguaje por momentos virtuoso. No obstante, el barroquismo simbólico, audaz y fugaz de la narración se pierde en la ausencia de la artesanía sutil. Melchor no se calla nada ni se guarda nada. Si bien en cada capítulo el lector se encuentra anclado en la perspectiva de cada personaje, éste cede su espacio para ser parte del unísono arquetípico de la autora. Las voces de los personajes se confunden, los tonos se sublevan por encima de la autora y a costa de los mismos personajes. La sutileza del artificio narrativo es sustituida por la crónica de los hechos, ese infinito acervo al que al igual acuden escritores, cronistas y reporteros. Hoy Veracruz, mañana Sinaloa, luego Jalisco… lo periodístico como pretexto literario (dicho esto en el sentido estricto de la expresión) reduce a la obra en un ejercicio reflejo de lo que ocurre en la realidad. El artificio de lo literario, la imaginación y la apuesta por la sutileza narrativa es sustituida por el testigo denodado y avasallado por su propia realidad.
El segundo aspecto es la deuda con esta realidad. El capital simbólico inabarcable e insondable de la violencia nuestra de cada día, por un lado, es capaz de destruir las instituciones (familia, escuela, estado) pero por el otro es capaz de canonizar a las nuevas voces de la narrativa. En el primer caso aspiramos a la normalización de la violencia; en el segundo a una irrenunciable vocación monotemática por hacer de la violencia nuestra experiencia estética. ¿La literatura al servicio de la realidad o viceversa? Acaso por esa razón Las muertas de Jorge Ibargüengoitia trasciende al tiempo.
Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, un hito de indispensable y fundamental de la literatura contemporánea del presente, de lectura necesaria, pero que en su legado representativo lleva su penitencia.