Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman

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A diferencia de los sólidos, los líquidos pueden fluir, derretirse, desbordarse, salpicar,
vertirse, filtrarse, gotearse, inundar(se), rociar, chorrear, manar exudar… No es sencillo contenerlos, en su paso humedecen y empapan a lo sólido.

Más que obviedades, las anteriores son metáforas consideradas por Zygmunt Bauman
(Poznan, 1925 – Leeds, 2017) propuestas en Modernidad líquida (Fondo de Cultura
Económica, 2002) para proponer una forma de comprender la naturaleza de la fase actual de la historia de la modernidad.

Partiendo de que, de acuerdo con el sociólogo polaco, la Modernidad Sólida ha llegado a su fin, lo primero que comenzó a disolverse fueron las lealtades tradicionales, los derechos y las obligaciones. La disolución de los sólidos se justificaba para destrabar la compleja trama de las relaciones sociales, “dejándola desnuda, desprotegida, desarmada y expuesta, incapaz de resistirse a las reglas del juego y a los preceptos de racionalidad inspirados y moldeados por el comercio, y menos capaz aún de competir con ellos de manera efectiva”.

No obstante, esta postura no significa una imputación automática, superficial e irreflexiva hacia el neoliberalismo o a la posmodernidad, tan de moda estos tiempos líquidos. Desde el discurso sociológico, que no filosófico, Bauman advierte a partir de Max Weber que la desaparición de la modernidad sólida dejó vía libre a la invasión y al dominio de la racionalidad instrumental y del rol determinante de la Economía. Es decir, “las bases de la vida social infundieron a todos los otros ámbitos de la vida el estatus de superestructura, o sea, una especie de artefacto construido a partir de dichas bases, cuya única función consistió en contribuir con su funcionamiento aceitado y constante».

A diferencia de las abundantes críticas a la modernidad, Bauman señala que lo que se produce en la actualidad es una redistribución y reasignación de los poderes de disolución de la modernidad, los cuales se encargaron de afectar a las instituciones, los marcos que circunscribían los marcos de acciones y elecciones posibles, los patrimonios heredados y las estructuras de dependencia e interacción. Lo más grave de esto es que, en lugar de que se tomen en cuenta las instituciones precedentes, hay un irresistible impulso por reformar y remodelar lo existente según los cambios que se vayan experimentando. Una especie de destrucción de lo existente que se desplaza del sistema a la sociedad, de la política a las políticas de la vida, del nivel macro al nivel micro, desde el afán líquido del poder de la licuefacción.

Esto ha dado como resultado una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo, aunque no del ciudadano. Esto nos ha llevado, a decir de Bauman, a nuestro límite natural, lo que ha impulsado a muchos teóricos a hablar del fin de la historia (exceptuando quizás a Fukuyama) o de posmodernidad, aún de moda en nuestros días.

Es precisamente el individualismo una consecuencia de la venganza del nomadismo contra el principio de la territorialidad y el sedentarismo, lo que a su vez ha provocado la desintegración de la trama social y el desmoronamiento de las agencias de acción colectiva.

Mientras desde el discurso líquido de las filosofías emergentes, circunloquios en torno al advenimiento de la moda neofaucaultiana, se licúan esbozos de una supuesta crítica al individualismo, Bauman habla de la agonía generada a partir de la ausencia de rutina y pautas de comportamiento: “gracias a la monotonía y a la regularidad de los patrones de conducta […] los humanos saben cómo actuar en la mayoría de los casos y rara vez enfrentan una situación que no esté señalizada, en la que deben tomar decisiones bajo la propia responsabilidad sin el tranquilizador conocimiento previo de sus consecuencias, transformando cada movimiento en una encrucijada preñada de riesgos difíciles de calcular”.

Es entonces cuando el proyecto de Bauman se dirige hacia una propuesta de una mejor modernidad que se traduzca en una mejor sociedad, y lo construye a partir de cinco aspectos a considerar: emancipación, individualidad, espacio-tiempo, trabajo y comunidad.

Para Bauman, el ser moderno significa estar eternamente un paso delante de uno mismo, en estado de constante transgresión, tener una identidad que sólo existe en tanto proyecto inacabado. No obstante, nuestra manera de ser diferente es distinta en, al menos, dos aspectos:

  1. El gradual colapso y la lenta decadencia de la ilusión moderna temprana, la creencia de que el camino que transitamos tiene un final o un cambio histórico alcanzable, un estado de perfección a ser alcanzado mañana, el próximo año o el próximo milenio (en el presente, pues).
  2. La desregulación y la privatización de las tareas y responsabilidades de la modernización: lo que antes era un trabajo resultado de la razón humana en tanto atributo y propiedad de la especie humana se fragmentó cedido al coraje y al energía del individualismo.

Aunque la idea de progreso no se ha abandonado en su totalidad, el énfasis se ha puesto en la autoafirmación del individuo.

Es importante señalar la diferencia que establece Bauman entre el concepto de individuo en contra del de ciudadano entendidos por dos fuerzas que se conciben en “la sociedad que da forma a la individualidad de sus miembros, y los individuos que dan forma a la sociedad con los propios actos de sus vidas poniendo en práctica estrategias posibles y viables dentro del tejido social de sus interdependencias”. En este sentido, la sociedad moderna existe por su implacable e incesante acción individualizadora, así como la acción de los individuos consiste en reformar y renegociar diariamente la red de lazos mutuos de eso que aún llamamos sociedad.

En pocas palabras, dice Bauman, la individualización consiste en transformar la identidad humana de algo dado en una tarea, y en hacer responsables a los actores de la realización de esa tarea y de las consecuencias (así como de los efectos laterales) de su desempeño. Lo que constituye la característica de la vida moderna es la necesidad de transformarse en lo que uno es. Hablar de individualización y modernidad es hablar de una sola e idéntica condición social.

Las niñas bien: una alegoría de la conciencia de clase

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Publicado el 21 de julio del 2019 en el suplemento cultural Barroco, de El Diario de Querétaro.

El sexenio de José López Portillo, de 1976 a 1982, se caracterizó por la excentricidad, el
despilfarro, el despotismo, el influyentismo, la corrupción y las decisiones ineptas y arbitrarias en el tema económico. La investidura presidencial frecuentemente le estorbaba para actuar bajo el esquema del berrinche, como aquella célebre visita del papa Juan Pablo II, en la que el presidente conminó al pontífice y a su comitiva para que oficiara misa en Los Pinos, violentando gravemente el estado laico.
México ha pasado por varias crisis económicas: 1976, 1982 y 1995, atribuibles a las
decisiones internas; las de 1986 así como las de 2001, 2008 y 2016 fueron provocadas por
causas externas.
Con su característica necedad y chabacanería, arropado en un potente populismo alimentado por la más vulgar de las demagogias, López Portillo anunció la existencia de una riqueza inusitada en el Golfo de México, con mantos petroleros inmensos. Estos mantos sirvieron de garantía para regresar al endeudamiento arrastrado desde 1976 para, tras una emoción que se tradujo en despilfarro y en obras faraónicas e innecesarias, regresar a la crisis en 1982.
En aquel año, el peso arrancó en 26 por dólar, superó los 50 pesos en agosto para, el primero de septiembre, llegar a la estratosfera de los 150 por dólar. En ese catastrófico año, los mexicanos perdieron 5/6 partes de su riqueza.
En su desesperación por evitar la catástrofe, y de legitimar su salida para conseguir una
transición tersa, López Portillo decretó la nacionalización de la banca. De facto, el presidente había decomisado los ahorros de todos los mexicanos pero con cuentas en dólares, a los que robó el 50% de un plumazo. Es decir, los dólares de las cuentas valían 150 pesos en el mercado libre, pero les fueron pagados a sólo 75 pesos cada uno. La inflación llego a 100%.
Las niñas bien (2018) es el tercer largometraje de Alejandra Márquez Abella, directora y
guionista mexicana, nacida en San Luis Potosí. Basándose en los personajes del libro
homónimo de Guadalupe Loaeza (publicado originalmente en 1987 bajo el sello Océano), en Las niñas bien se cuenta la historia de la socialité Sofía de Garay, quien enfrenta la crisis económica de 1982, fenómeno que la deja sin dinero siquiera para pagar los gastos básicos de la inmensa casa de Las Lomas, y que la obliga a mantener las apariencias propias de la conciencia de clase ante su grupo de amigas autodestructivas, quienes no han sido tan afectadas por la crisis.
Aunque a muchos les cueste reconocerlo, la aparición de Las niñas bien marcó un parteaguas en la manera de escribir sobre México. El libro significó el impulso más importante en la carrera de Guadalupe Loaeza, siendo hasta la fecha su trabajo más emblemático y exitoso. A través de sus páginas podemos entender la idiosincrasia, las contradicciones y la visión del mundo de una parte de la socialité mexicana, con una narrativa fresca e ingeniosa, que aún conserva su mordacidad y espíritu crítico.
Con estudios en el Centre d’Estudis Cinematogáfics, en Cataluña, Márquez Abella ofrece una lírica cinematográfica que encuentra un equilibrio lúcido a través de la lente de Dariela Ludlow, del montaje del editor argentino Miguel Schverdfinger, del trabajo sonoro de Alfredo Gagom, y de la minimalista y versátil partitura original de Tomás Barreiro.
Este equilibrio funge como un telón dramático al servicio de la notable actuación de Ilse
Salas (Sofía de Garay), cuyo trabajo le valió el Ariel a mejor actriz en la más reciente edición.
La película inicia en medio de la fiesta de cumpleaños de Sofía quien, en voz en off,
contrapone su propia celebración con una fantasía particular: estar en medio de El Corte
Inglés, coincidir con Julio Iglesias, mientras todo fluye alrededor de ella. Entre la jactancia y el delirio, Sofía es la representación de la mujer resignada a su condición de objeto, a su rol de madre que ignora sistemáticamente los asuntos baladíes de sus hijos; de esposa de un marido ebrio, deprimido, complaciente pero en potencial frustración; de amante de ocasión, aunque solo sea de manera sugerida; y de eslabón fundamental de su círculo de amigas. Todo sea por conservar las bondades propias y exclusivas de la conciencia que le impone su estrato social.
Mimada, con esa inefable disposición por lo infantiloide, soportada por la figura de Teresita, la sirvienta, Sofía no advierte o no quiere aceptar la inevitabilidad de la crisis. El exceso de confianza de Fernando (Flavio Medina), su esposo, fomentado por su sempiterna dependencia paterna y por el privilegio de ser un hombre de buena familia (cualquier cosa que eso signifique para el mito de la pseudoaristocracia nacional), configura el escenario antes de la tormenta perfecta.
De manera audaz, sin condescendencia melodramática, pero con estética sutil, Márquez Abella inicia la tormenta suspendiendo el servicio del agua. No importa que vivas en Lomas de Chapultepec, también requieres de los servicios básicos como cualquier mortal; ni el supuesto influyentismo de Fernando podrán evitar que, como piezas de dominó, las carencias vayan cayendo una a una: tarjetas de crédito, el pago de deudas, el servicio del automóvil, el pago de colegiaturas…
Entre el círculo autodestructivo de las amistades, surge la imagen contrastante de Ana Paula (Paulina Gaitán), representación de la nueva rica que, aunque adinerada, no puede ocultar su mal gusto: “No digas provechito”, recriminará Sofía a la nueva socialité en una de las escenas más emblemáticas.
Aunque penden muchos hilos sueltos en la trama (la falta de apetito de Ana Paula, las nuevas mancuernillas de Fernando, la sorpresiva dermatitis de Sofía, el apenas sugerido affaire entre Sofía y Beto Haddad, esposo de Ana Paula, por decir algunos), la trama logra establecer un cuadro poético y patológico de angustia, frustración, hipocresía y pérdida. A través de la mirada de Sofía se advierte la derrota de la soberbia y el ego, tan características en la clase política y adinerada de nuestro país, que redundará en la sorna colectiva y revanchista en contra de la imagen de López Portillo, en una de las escenas que mejor remite al repudio nacional hacia el expresidente, el repudio como único consuelo de una sociedad defraudada y endeudada.
Una pieza fundamental del cine mexicano que confirma el talento de Alejandra Márquez
Abella, y que nos coloca ante el espejo de nuestro clasismo, de nuestra fascinación por el
populismo y la demagogia, y de nuestra indefectible inclinación nostálgica por el retroceso.

Una pandemia, una comedia y la danza del distanciamiento social

Coronavirus. México reporta 60 muertes y mil 688 casos de covid-19

I

Desde el pasado mes de diciembre, principalmente en redes sociales se comenzó a esparcir la noticia de una serie importante de personas contagiadas por un nuevo virus, cuyo epicentro se ubicaba en Wuhan, capital de la provincia de Hubei, y la ciudad más poblada de la región central de China. Se trataba del coronavirus-2 del síndrome respiratorio agudo grave que posteriormente se denominó SARS-CoV-2, conocido simplemente como COVID-19. Al parecer su origen es zoonótico, es decir, pasó de los animales a los humanos.

Desde el surgimiento, se iniciaron las investigaciones para determinar origen y transmisión del virus:

  1. El 22 de enero de 2020, el Journal of Medical Virologypublicó un informe con el análisis genómico del virus que refleja que las serpientes de la zona de Wuhan son el reservorio más probable del virus. Esta versión no se ha confirmado.
  2. Para el El 26 de enero, una nueva investigación estudió la posibilidad de que la fuente sea una variante de sopa de murciélago que se consume habitualmente en la zona, ya que estos animales podrían actuar como reservorio del virus.
  3. Un tercer estudio que ha cobrado mayor fuerza es el que efectuaron investigadores chinos, cuyos resultados se dieron a conocer en febrero de 2020. En éste se encontró coronavirus procedentes de pangolines salvajes cuya secuencia genética coincide en el 99 % con el COVID-19, por lo que el reservorio de la infección podría proceder de estos animales, cuya captura y venta es ilegal en China, aunque se trafica con ellos de forma clandestina. Los pangolines son pequeños mamíferos con escamas desde la punta hasta la cola que pueden enrollarse y rodar.

II

En el mismo mes de diciembre, el Dr. Li Wenliang recibió en Whulan siete casos que presentaban los mismos síntomas que el SARS, la gripe aviar que provocó una epidemia global en 2003. Tras poner en cuarentena a los pacientes, Wenliang se puso en contacto con sus colegas para advertirlos del brote y recomendarles iniciar con protocolos epidemiológicos. En ese momento ni el propio Wenliang sabía que se estaba enfrentando a una nueva cepa del virus.

Cuatro días después, Weinlang recibió la visita de funcionarios de la Oficina de Seguridad Pública de China quienes lo conminaron a firmar una carta en donde lo acusaban de “hacer comentarios falsos que habían perturbado severamente el orden social”. Tras la firma, los funcionarios le advirtieron a Weinlang que “si sigue siendo terco e impertinente, y continúa con esta actividad ilegal, será llevado ante la Justicia ¿se entiende?».

Ante el incremento de infectados, Wenliang siguió atendiendo a muchos pacientes, entre ellos a una mujer con glaucoma, quien se había contagiado de coronavirus. Hacía el 10 de enero, Weinlang comenzó a presentar tos, fiebre, para finalmente terminar hospitalizado dos días después. La mujer lo había infectado.

Fue hasta finales de enero que Li Wenliang se animó a publicar la carta en Weibo, red social china que ha sido utilizada como alternativa ante el bloqueo que el gobierno chino impuso a Facebook y Twitter desde el 2009. A pesar de que se le habían hecho pruebas varias veces, todas habían dado negativo. «Hoy me dieron el resultado de las pruebas de ácido nucléico y es positivo. Finalmente he sido diagnosticado», publicó Weinlang, quien falleció el 7 de febrero, ante la ira de la población que acusaba a la dictadura china de desestimar la gravedad del virus, y de haber ignorado a las recomendaciones de Weinlang.

 

III

Al menos desde el 2000, tras el bulo apocalíptico del Y2K, los ríos de tinta que corren bajo el pretexto de la posmodernidad extendieron la visión pesimista de una sociedad aislada, hiperindividualista, anclada a pantallas y a dispositivos. Paradójicamente, a esta sociedad se le ha instruido replegarse en su microuniverso digital como una de las formas más efectivas para detener el avance exponencial de los contagios (al momento de escribir estas líneas, el número de contagios en México se había elevado a 93).

Es a través de las muros y timelines de las redes sociales en donde se ha configurado una modalidad volátil de socialización, a diferencia de las anteriores epidemias y desastres a los que hemos sobrevivido. En el multiforme escenario de la socialización virtual, el juego de las imágenes, las máscaras en la modalidad de avatar y los perfiles como caparazones que contienen en sí mismos epicentros, han posibilitado el encuentro de individualidades (que no de individuos, estos se fragmentan en individualidades al contacto con las redes sociales) que se autoasignan roles con el fin de mostrarse en una comedia situacional virtual.

Los roles más recurrentes van desde quien cree que la pandemia no existe, que en realidad se trata de un boicot a escala transacional imperialista para seguir sometiendo a las economías emergentes, orquestado por las principales potencias y las empresas más poderosas el orbe; hasta quienes optan por defender, argumentar y justificar de manera irracional las medidas que ha tomado nuestro presidente para la atención de la pandemia. Enseguida están quienes impulsan dinámicas lúdicas o de integración a través de sus redes sociales, mediante el intercambio azaroso de fotografías o dinámicas de interacción (juegos por WhatsApp o iMessegge). Algunos más, los menos, recomiendan alternativas para hacer frente a la cuarentena, desde recomendaciones de sitios con miles de libros gratuitos, hasta listas de sitios web en donde se pueden ver películas gratis. Otro tanto, simplemente se limita a compartir memes.

No obstante, en medio del intenso tráfico, hay quienes se atreven a compartir información falsa, de fuentes no fidedignas, que aparentemente ofrecen datos duros pero no verificados, como el célebre mensaje apocaliptico y conspiracionista que, sin solicitarlo, te reenvían a tu WhatsApp, firmado por un tal Luis Guevara.

Una característica que nos une a todos los roles en la comedia situacional de las redes sociales es que tanto la lectura como la elaboración de las publicaciones se efectúan desde la celeridad y frecuencia del sistema emocional, desde una especie de intuición digital que se antepone a la racionalización de la alfabetización mediática e informacional. Esto se debe a que en el enfoque emocional predominan los sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos son efectos psicológicos que generan una desviación el proceso mental, provocando distorsiones, prejuicios, juicios inexactos, interpretaciones ilógicas, o reacciones llanas emanadas desde el terreno fertil de la irracionalidad. Para el estableciento de juegos cognitivos no es necesario contar con basta información respecto a un tema, del coronavirus COVID-19, por ejemplo. Basta con tener fincada una creencia a fuerza de fe y emoción.

Todos estamos expuestos a los sesgos cognitivos, ya que, como necesidad evolutiva, y ante el contexto de la hipercontectividad, requerimos emitir de manera casi inmediata alguna respuesta o tomar una determinada posición ante estímulos, sucesos, problemas o situaciones. Aunque parezca absurdo, el hecho de gozar relativamente de acceso a múltiples fuentes de información fidedigna, nuestra incapacidad para procesar la información disponible establece filtros de forma selectiva y subjetiva.

Más que errores, pretendo destacar que estos sesgos subjetivos son atajos empleados por los seres humanos que nos permite predecir y tomar decisiones o sacar conclusiones en momentos de incertidumbre. Aunque en momentos de contingencia los efectos producidos por los sesgos cognitivos no dejan de ser interesantes desde un punto de vista heurístico, y divertidos desde un enfoque periodístico.

IV

Mientras escribo estas líneas, en su conferencia matutina de hoy miércoles 18 de marzo, el presidente López Obrador muestra el conjunto de amuletos que lleva consigo (un sagrado corazón de Jesús, un trébol y un dólar), los cuales son regalados por la gente para que lo “protejan de sus enemigos”: “Miren, éste es el detente, ¡Detente…! Esto me lo da la gente… ya ustedes averigüen. Tons’ son mis guardaespaldas”. A este tipo de sesgo se le donomina Sesgo de Falso Consenso, que consiste en sobreestimar el grado de acuerdo que los demás tienen quien aplica dicho sesgo. Es decir, el presidente tiende con demasiada frecuencia a presuponer que sus propias opiniones (combate a la corrupción), creencias (sus amuletos o su noción de historia de México), predilecciones (su vocación opípara), valores (su folclorismo oportunista) y hábitos (su desdoblamiento de la realidad) están en la preferencia de la gente o, utilizando su propia abstracción, del pueblo. Este tipo de sesgo exagera la confianza de los individuos en sus propias creencias aún cuando éstas sean erróneas (como en el caso del precio del barril de petróleo) o minoritarias.

Este mismo sesgo se ha replicado en grupos de opinión en donde el punto de vista de los actores de la comedia situacional de las redes sociales es la misma que la de sus grupos de afinidad. Frecuentemente, aunque sin hacerlo explícito, el sesgo se manifiesta en una serie de consenso interno establecido en el mensaje que se deduce desde la foto de perfil, las publicaciones hasta en el acto de bloquear/silenciar, en el mejor de los casos. En esta comedia, las personas se atribuyen características en al menos un sentido contrapuesto a su propio sesgo cognitivo:

  • Quienes están a favor de que se implemente el distanciamiento social (mantenerse a menos de un metro entre distancia entre usted y las demás personas) y quienes opinan que estas medidas son exageradas, ya que no está comprobado que esto sea efectivo para contener la extensión de los contagios.
  • Quienes opinan que las actividades se deben detener de inmediato y quienes piensan que es posible hacer una vida normal tomando las medidas necesarias a nivel individual. Quizás bajo este sesgo hay personas que asistieron al Vive Latino, o habrá quienes asistan al Viacrucis o quienes se lamenten de no poder acudir a su club nocturno porque las autoridades estatales ordenaron la reducción del aforo a la mitad.
  • Quienes están convencidos de que usar el tapabocas aún estando sanos es una medida imprescindible para evitar contagios, y quienes usan el tapabocas estando enfermos de gripa o influenza estacional, tapándose solamente la boca y no la nariz.
  • Quienes están completamente convencidos de que las consecuencias del coronavirus se remite a un problema de la lucha de clases, y que es momento de declarar ahora sí la revolución proletaria y el fin del neoliberalismo para instaurar el comunismo de una vez por todas, y quienes opinan que el coronavirus no es más que un castigo divino enviado por un dios que ha dejado de creer en nosotros.

V

Mientras que en Italia y Francia las personas salen a cantar en los balcones o prefieren navegar gratis en Pornhub; mientras los españoles se soportan mutuamente compartiendo agendas culturales para no matarse en pareja; mientras en los EEUU se registran niveles récord de navegación, tráfico en redes sociales y streaming, parece ser que los mexicanos optamos por nuestra costumbre mañosa, gandalla, tragicómica: aprovechamos la contigencia para agarrar el puente; fundamos empresas de gel antibacterial emergentes elaborado con recetas de YouTube; nos avalanzamos hacia los hipermercados con la ira y la cursilería de quien cree que está entrando a un apocalipsis zombie; nos consentimos con la sempitern promoción de caguamas mientras apostamos hipótesis para resolver la pandemia, y nos regalamos el placer mundano de beber a las doce del día entre semana. Quizás, como suele ocurrir en nuestro país de fiesta y muerte, la solidaridad llegue de la mano con la tragedia, cuando la cifra de los muertos incremente y la de contagios (un muerto y 118 contagiados al momento de terminar estas líneas) convoque a la razón y prorrogue la emoción.

VI

Desde que se tiene noción de la existencia de la humanidad, cuando ésta atraviesa por hecatombes y angustia colectiva, un gran aliciente estético y terapéutico ha sido la literatura. Tan sólo en nuestra contemporaneidad, La vida es una fiesta de Ernest Hemingway recobró su fama en París tras los atentados del 13 de noviembre del 2015. Asimismo, tras los incendios de la Catedral de Notre Dame, apenas en abril del 2019, Nuestra Señora de París de Victor Hugo ganó nuevos lectores, quienes buscaban en sus páginas borrar el recuerdo del fuego consumiendo uno de los símbolos más emblemáticos de la arquitectura gótica.

Nuestras recomendaciones son las siguientes:

  • La peste de Albert Camus.
  • Ensayo sobre la ceguera de José Saramago.
  • Diario del año de la peste de Daniel Defoe.
  • El irreverente Decamerón y su colección de cuentos eróticos de Giovanni Bocaccio.
  • Edipo Rey de Sófocles.
  • Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucícides, cuyos tres tomos de Gredos (¡un tesoro!) pueden ser encontrados aún en varios puestos de revistas de nuestro Centro Histórico.
  • Diario de Samuel Pepys.
  • La guerra de los mundos de H. G. Wells., la reacción de la audiencia fue emblemática.
  • Ojos crepúsculares de Dean R. Koontz, en donde de manera sorprendente se vaticina una pandemia global a causa del virus chino llamado Wuhan-400, situado en el año 2020, a pesar de que la novela fue publicada en 1985.

El COVID-19 será pasajero. Una danza sin tocarnos en donde todos bailamos el recordatorio de la muerte, que a su vez nos remite a nuestra versión primigenia de sentido gregario, identidad, supervivencia, refugio, amor, morbo y deseo. Porque, citando a Mario Vargas Llosa, “El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra”.

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