Leonard Cohen, porque no hay cura para el amor.

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 634, del Diario de Querétaro del 13 de noviembre del 2016.

Poeta, compositor, pintor e intérprete, hijo de Marsha Klinitsky Cohen y de Nathan Cohen, nació en Montreal el 21 de septiembre de 1934 en el seno de una familia judía. Su padre era fabricante de ropa relativamente exitoso, lo que permitía que los Cohen pudieran vivir en Westmount, un frío suburbio encallado en la isla de Montreal, en una comunidad urbana angloparlante de clase media alta.

Nathan Cohen, proveniente de una familia judía de origen polaco, moriría de manera prematura cuando Leonard contaba apenas con nueve años de edad.

La palabra Cohen, también escrita como Kohen, se traduce del hebreo como “sacerdote”, en referencia al tipo de sacerdote judío que es descendiente de Zadok, fundador del sacerdocio de Jerusalén, y quien fuera iniciado en ese rol por Aarón, el primer sacerdote judío, quien fue nombrado a su vez por su hermano menor, Moisés. Con excepciones de Gedeón, David y Salomón, el sacerdocio hebreo era hereditario. Acaso por ello Leonard Cohen se refería a su infancia como muy mesiánica: “Soy descendiente de Aarón”.

Fue en la Universidad de McGill en donde Cohen conoció la obra de William Butler Yeats, Walt Whitman, Henry Miller, Federico García Lorca e Irving Layton quien, tras ser su profesor, se convertiría posteriormente en su influencia y mentor. Tras graduarse en 1955, Cohen ya había escrito y publicado sus primeros poemas, entre los que destacan “Sparrows”, “Thoughts of a Landsman”. En ese mismo año, Cohen decide trasladarse a Nueva York para cursar estudios de posgrado en la Universidad de Columbia. Sin embargo, pronto regresaría a Montreal, en donde comenzaría a dar lecturas públicas.

El primer libro de Cohen, Let Us Compare Mythologies, primer volumen de la McGill Poetry Series, fue publicado en 1956. Sorpresivamente, este pequeño volumen trajo una nueva e importante voz a la escena literaria canadiense. Como sugiere el título, los poemas plantean un entrelazamiento poético entre las mitologías cristianas, judías y clásicas.

A diferencia de sus contemporáneos canadienses, Cohen se acercó a la poesía de manera diferente, utilizando los mundos de la religión y la mitología como su base simbólica y estética. A lo largo de su poesía es común encontrar personajes involucrados en misiones personales por la búsqueda frenética de la autocomprensión, a menudo autodestructivos en el proceso. Otros abordan la alegría, el conflicto y el ferviente dolor en la sexualidad propia y ajena en las relaciones íntimas.

En los años sesenta Cohen se inició en una de sus más grandes pasiones: viajar. Primero visitó Cuba en 1961, para luego recorrer Europa. Vivió durante un tiempo en Londres, luego viajó a la pequeña isla griega de Hydra, donde, tras decantarse por la belleza de ese espacio, compró una casa barata en la que vivió durante un tiempo. También vivió en Nueva York y cerca de Nashville, Tennessee. No obstante, solía regresar eventualmente a Montreal y, cuando era posible, Hydra, solo por el placer de visitarlos. Siempre inquieto, entre 1980 y principios de 1990, dividió gran parte de su tiempo entre Los Ángeles y Montreal.

En 1961, con la publicación de The Spice-Box of Earth, Cohen tuvo su primer éxito popular, considerada por muchos como una de las colecciones más populares de la poesía publicadas por un autor canadiense. Tras la buena acogida de la crítica y el reconocimiento internacional, Cohen recibió una subvención para escribir la novela The Favorite Game, en donde se cuenta la historia de un niño judío canadiense que llega a un acuerdo con su impulso para convertirse en poeta.

El tono poético de Cohen presentó un cambio importante con Flowers for Hitler (1964), una serie de poemas donde predomina un tono áspero y sarcástico, y donde ya se advierte el tema de la desilusión por los individuos y la pérdida de la inocencia, un concepto que continuaría desarrollándose en la segunda novela de Cohen, Beautiful Losers. Selected Poems, 1956-1968, Cohen recuperó el aprecio popular y crítico que había perdido con un anterior libro de poesía. Fue traducido a una docena de idiomas y fue éxito comercial en Estados Unidos. A pesar de ser nombrado ganador del Premio del Gobernador General de Canadá, Cohen rechazó el premio, provocándose mala fama ante la comunidad artística canadiense.

Cohen siguió publicando poesía, Book of Mercy (1984), pero para entonces su vida como escritor había cambiado, ya que era más conocido como compositor y cantante que como poeta. Prolífico compositor, para esas alturas ya había escrito muchas canciones que fueron interpretadas por muchos cantantes, entre ellos Judy Collins. La carrera literaria de Cohen tuvo un carácter pendular con su nuevo papel como músico e intérprete. Mientras la comunidad de lectores crecía en tamaño, Cohen se convirtió en una figura influyente en el folk, el rock y la música country, solo comparado con su contemporáneo Bob Dylan. El segundo álbum de Cohen, Songs from a Room (1969), y el más tarde I’m Your Man (1988) son probablemente sus álbumes más populares.

En varias ocasiones las luchas de Cohen con sus demonios personales le llevaron a usar drogas para tratar de superar la depresión, pero también lo condujeron hacia direcciones más positivas. Se encontró por primera vez con el budismo Zen a finales de la década de 1960, pero a lo largo de las décadas siguientes regresaría al budismo para encontrar consuelo. Estudió con un profesor llamado Roshi, a mediados de los años noventa vivió en un monasterio Zen en el monte Baldy, cerca de Los Ángeles, California.

Las relaciones de Cohen y irrefrenable sentimiento con las mujeres han sido factor determinante tanto para su vida como para su obra. Conoció a Marianne Ihlen en Hydra, con quien convivió desde principios de los sesenta hasta 1968. Tuvo un fugaz romance con Janis Joplin, del cual ofrece testimonio en la canción Chelsea Hotel. Mantuvo una relación con Suzanne Elrod (no la Suzanne de la canción), con quien tuvo sus dos hijos, Adam y Lorca, quien está casada con el fabuloso Rufus Wainwright, quien nos regaló la hermosa versión de “Hallelujah” en la película Shrek. Tras su separación en 1978, Cohen encontró en Dominique Issermann una puerta de salida para su depresión en 1980. A principios de los noventa, estuvo involucrado con la actriz Rebecca DeMornay.

La comunidad de artes canadiense eventualmente perdonó a Cohen su rechazo al Premio del Gobernador General de 1968. Para 1991 fue ingresado en el Salón de la Fama de Juno, el equivalente canadiense de recibir un premio Grammy, y nombrado Oficial de la Orden de Canadá . En 1993 fue nombrado ganador del Premio del Gobernador General de Artes Escénicas. Esta vez sí aceptó. En el 2011, fue acreedor al Premio Príncipe de Asturias. Tras un conmovedor mensaje, donó los 50 mil euros del premio a la Universidad de Oviedo, con el fin de impulsar la cátedra que lleva su nombre. Leonard Cohen abrió así su discurso de aceptación:

“La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo”.

Bob Dylan

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 630, del Diario de Querétaro del 16 de octubre del 2016.

En Querétaro, en 1985, durante todas las mañanas predominaba el ruido blanco de la televisión en el Canal 5. Ya hacia las 14.00 hrs. se establecía la transmisión con la barra da caricaturas, primero con El Buzón de Rogelio Moreno y luego con El Tío Gamboín y su infinita colección de juguetes. Pero antes de iniciar la transmisión la televisión ponía (¡) videos musicales: “Everybody wants to rule the world” de Tears for Fears, el que recuerdo a la perfección. Y así procedió en los siguientes años: “A kind of magic” de Queen en 1986; “Learning to fly” de Pink Floyd en 1987. Dentro de mi desasosegada imaginación me figuraba que alguien ponía los videos para que a los técnicos de la televisión les diera tiempo para conectar los cables de la antena que les permitía transmitir el XHGC.

En algún día de 1985 hubo una excepción. En lugar de poner a Tears for Fears pusieron “We are the world” una pegajosa y emotiva melodía compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie, producida y dirigida por Quincy Jones, e interpretada por un grupo de 45 músicos que en ese tiempo estaban en la cima de la fama, denominado USA for Africa. En la canción había intervenciones de solistas. Lionel Richie iniciaba, seguían el talentosísimo Stevie Wonder, el siempre maravilloso Paul Simon, el imponente Kenny Rogers, el jazzista James Ingram, la espectacular Tina Turner, el ferviente Billy Joel, la superestrella Michael Jackson, la fastuosa Diana Ross, la estupenda Dionne Warwick, el ser quasi inmortal Willie Nelson, el virtuosismo de Al Jarreu, el jefe y consentido Bruce Springsteen, el entonces famoso Kenny Loggins, el recién solista Steve Perry, Daryl Hall (de Hall & Oates), el hilarante Huey Lewis, la intensa Cyndi Lauper, la sublime belleza Kim Carnes y el entrañable Ray Charles. Pero hubo uno que llamó poderosamente mi atención porque irradiaba un halo de sencilla majestuosidad, que en su interpretación ­–un puente hacia la última sección de estribillos– lucía una virtuosa sencillez legítima: Bob Dylan.

Cuando escribo esto es jueves. Estamos despiertos desde las 5.00 hrs. al anuncio del Instituto Karolinska antes de las 6:00 hrs. en horario de la Ciudad de México, Sara Danius, con una elocuente y coqueta sonrisa, anunció que Bob Dylan se había hecho acreedor al premio Nobel de Literatura 2016. En nuestro Libro de Cabecera de la semana pasada advertimos esto como posibilidad; personalmente llevo más de 10 años esperando a que esto ocurriera. Es jueves y es un gran día porque de infinitas maneras Dylan ha sido parte de nuestras vidas.

Y no es de extrañar. No son pocas las voces que consideran (consideramos) que Robert Allen Zimmerman (en hebreo, שבתאי זיסל בן אברהם , Shabtai Zisl ben Avraham) es el mayor poeta de habla inglesa de la literatura del siglo XX. Y algunas evidencias lo confirman:

  • Distinción honorífica Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el Ministro de Cultura de Francia, en 1990,
  • Premio de Música Polar, otorgado por la Real Academia Sueca de Música, en el 2000, por sus logros excepcionales en la creación y el avance de la música. Este premio es popularmente conocido como el Nobel de la Música. También han sido premiados Paul McCartney, Elton John, Bruce Springsteen, Pink Floyd, Led Zepellin, Patti Smith. Cecilia Bartoli lo obtuvo en el 2016.
  • Premio Príncipe de Asturias, por su aportación relevante al patrimonio cultural de la humanidad, en el 2007.
  • Premio Pulitzer, en citación especial, por el impacto de su trabajo en la música popular estadounidense.
  • Medalla Presidencial de la Libertad en 2002, junto a Toni Morrison y otras 11 personas más por “el impacto increíble que han tenido en tanta gente, no a corto plazo, sino de manera constante, a lo largo de toda su vida”.
  • Premio Nobel de Literatura 2016, por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la tradición de la gran canción americana.

Por cierto, después de 1993 a ningún otro estadounidense se le había entregado el Nobel de Literatura. La última había sido Toni Morrison.

A sus 75 años, Dylan ha ganado además 12 premios Grammy, un Golden Globe y un Oscar, estos dos últimos por la canción “Things have changed” de la película Wonder Boys (2000, conocida en Latinoamérica como Loco Fin de Semana), con lo que sienta un antecedente histórico. Antes que él, George Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura en 1925, obtuvo el Oscar a mejor guión adaptado por la película Pigmalión en 1938.

Es miembro del Salón de la Fama del Grammy desde 1973. En 1988 fue ingresado al Salón de la Fama del Rock. Así mismo, cinco de sus canciones fueron incorporadas a la lista de 500 canciones fundamentales del Rock N’ Roll: Blowin’ in the wind (1963), The Times They Are A-Changin (1963), Like a Rolling Stone (1965), Subterranean Homesick Blues (1965) y Tangled Up In Blue (1975).

Like a Rolling Stone es la mejor canción que he escrito” dijo Bob Dylan en 1965. En el 2004, en una edición especial la revista Rolling Stone (por supuesto, en su edición americana) la declaró la mejor canción de todos los tiempos.

Joyce Carol Oates escribió en su Twitter: “Sobre el Nobel a Dylan: inspirada y original elección. Su inquietante música y sus letras siempre me han parecido, en el sentido más profundo, literarias”.

Hoy como en 1965 es poco probable que los aficionados a la poesía o los poetas académicos y literarios miren con buenos ojos al cantante estadounidense de folk, de 23 años de edad en 1965, de 75 en 2016. Hoy como en el 65 una grey hipócrita, conservadora, atenida, ignorante y sospechosamente purista se arde por el premio a Dylan. Almas que se autoasumen como libres, personajes de la izquierda fofa y mezquina, que primero reniegan de los galardones para enseguida compartir con la rabia de las redes sociales su indignación por el otorgamiento a Dylan. Críticos literarios del feis, lectores tipo Splenda, emergentes especialistas de la literatura mundial indignados a la sazón de su ignorancia porque Bob Dylan es un cantante y compositor, que canta feo y que mejor se lo hubieran dado a Juan Gabriel. Tan lejanos de la Tarántula y de las Letras, son víctimas de su Viento Idiota.

Hoy, al lado William Faulkner, John Steinbeck, Ernst Hemingway y Tony Morrison se instala el de Bob Dylan.

Hoy es jueves 13 de octubre. Al momento de terminar de escribir estas líneas, Dylan estará comenzando un concierto en Las Vegas. Su amigo y compañero de viaje en el Desert Trip, Paul McCartney, también estará ofreciendo un concierto en Pappy & Harriet, un bar con capacidad para 300 personas en Pioneertown, cerca del parque nacional Árbol de Joshua. La taquilla abrió a las 18:30. Los boletos cuestan $ 50. El corresponsal de The Guardian me dice que quizás esto es lo más grande que sucede en Pioneertown desde que Roy Rogers lanzó la primera copa en la bolera.

Este jueves, el día en que mis dos grandes pasiones encontraron un punto de convergencia llamado Bob Dylan, es el día más hermoso de la Historia. Al menos para mí. How does it feel?

No quiero dejar de ser niño o letra de una canción para ser cantada por un poeta feliz.

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No quiero dejar de ser niño.

Porque al caminar por las noches lo hago de puntitas

Y por las mañanas a grandes zancadas,

No quiero dejar de ser niño

Para no agotar el alegre motivo

De mis carreras alocadas.

Porque las comidas en familia son aventuras,

Anécdotas contadas con emoción y delirio,

No quiero dejar de ser niño

Para no acabar aburrido

Frente a un televisor encendido.

Porque abundan los amigos y el juego es casi eterno

Interminables jornadas de sudor y carcajadas

No quiero dejar de ser niño

Para no convertirme tan de golpe

En el pobre adulto de las ilusiones robadas.

Porque sueño con delfines, dinosaurios y princesas,

Brujas blancas, cenicientas y palacios de algodón,

No quiero dejar de ser niño,

Para no suprimir en un respiro,

La implacable magia de mi imaginación.

Porque, llegado aquél momento,

A dónde irá mi madre y su alegre abrazo protector,

Su mirada amable y su canto matinal,

Que me inspiran confianza, amor y ganas de volar,

A dónde irá mi padre con su firme voz de tenor,

Ese hombre que me alienta, que me exige, que me inspira,

Que espera de mí lo mejor y me enseña lo que es la vida.

A dónde mis abuelos y sus ligeros pasos lentos,

Con sus chistes, memorias y desvelos,

Con sus lágrimas, nostalgias y deseos.

Que se me quede la vida atrapada

En una pompa de jabón,

En una ronda, en cualquier juego,

En una bicicleta o en un balón.

No quiero oro ni quiero plata,

Quiero brincar, gritar, saltar… no vestirme de corbata,

Quiero una red social con mis amigos,

En una inmensa rueda tomados de la mano,

No una aplicación o un caro dispositivo,

Que me esclavice al más triste de los anonimatos.

Ese que consiste en tener amigos sin jamás ser amigo.

No quiero dejar de ser niño,

No ya para dejar de estar vivo,

Si no para aprender a equivocarme,

Para apasionarme con el arte,

Para mirar a dios de frente y ver su sonrisa transparente,

Para platicar, reír, llorar y jugar contigo…

Para encontrar el punto exacto,

Entre el instante y lo infinito,

Entre la libertad de vivir alegre,

Como si fuera este, en que todavía soy un niño,

el última día que como niño existo.

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