Lerda e infeliz burocracia

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Un cobrador huraño con el rostro resquebrajado por la rutina. Una recepcionista de la clínica de especialidades del IMSS que llega 26 minutos tarde a su destartalado escritorio, analogía de su propio aspecto físico y moral. Un policía tan corrupto como incompetente, que se planta a la caza de automovilistas ingenuos para ejecutar una variante de prostitución tan insaciable como indefinida. ¿Qué tienen en común los anteriores personajes? Son reales (el lector podrá y deberá confiar que doy fe). Coexisten en nuestra ciudad a la espera de que una fatal coincidencia los ponga en nuestro camino. Son funcionarios públicos, lo que quiera que eso signifique. Y son burócratas.

En este país, hay un perfil manifiesto para cubrir el puesto de burócrata. Además de corrupto e incompetente, es imperativo que el postulante deba ser lerdo e infeliz. Está de más cantar el cliché “existen excepciones”. En nuestra burocracia una excepción a la lerda e infeliz regla merecería un texto alegórico escrito por un poeta, mas no un estribo hierático como el que representa éste boceto escrito por un estupidólogo.

Ser lerdo para anular cualquier posibilidad de acierto, de progreso. Murphy y su ley son salmos en comparación con las anécdotas donde está implicado un burócrata. Ser infeliz para, en modo zombie, contagiar de infelicidad a cada miembro de la inoperante y cada vez más harta sociedad.

Inútil apelar a procesos de producción; estúpido aspirar a gestiones de calidad; tan triste como vulgar apostar por la mejora continua. No necesariamente en ese orden: el compadrazgo, el nepotismo, el pago de favores, el lamebotismo del lerdo sirviente que se pone a las órdenes del lerdo candidato los llamados puestos de elección popular quien, toda vez que hubo logrado el triunfo (¿quién triunfa en las elecciones?), se dedica a repartir el botín en migajas nefastas del eternamente usurpado erario.

Acaso esa lógica perversa equilibre nuestra moral, porque ante semejante mosaico de corrupción y estupidez el contraste de nuestro optimismo resulta ser un catalizador que, a la fuerza y sin remedio, saca lo mejor de cada uno de nosotros. Trámites, pagos y quejas son el infierno que pone a prueba nuestro tan venido a menos humanismo. ¿Será que en la burocracia se reparten las plateas del infierno?.

Frida Kahlo: una versión de Raquel Tibol.

“No me cuesta trabajo imaginar que, si Frida Kahlo viviera, estaría entre nosotros como un personaje férreo de izquierda, defendiendo a la APPO en el conflicto oaxaqueño, de las clases indígenas” afirmó la escritora y crítica de arte Raquel Tibol en su visita a la ciudad de Querétaro para la presentación de su más reciente obra “Escritoras de Frida Kahlo”, el pasado jueves 13 de septiembre.

La sala 11, de la exhibición permanente de pintura europea, siglos XVI y XVII, recibió la visita de la periodista argentina quien, en una charla con duración superior a los noventa minutos, detalló los recursos metodológicos que utilizó para la compilación de los textos de Frida Kahlo, a quien la autora considera “no solamente una excelente artista plástica, sino una apasionada por el lenguaje y la literatura”

La obra presentada constituye una edición ampliada de una primera edición aparecida en 1999. Posteriormente aparece una primera ampliación en 2004, y es en este año que la escritora argentina, naturalizada mexicana desde 1961, presenta una edición definitoria, logrando la versión más vasta que existe respecto a Frida Kahlo.

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Raquel Tibol.

Raquel Tibol, actualmente con 83 años de edad, debe su arribo a suelo mexicano a Diego Rivera, quien la invita en 1953 a un evento cultural. Le bastó hospedarse varias semanas en la casa de los Rivera para hacerse merecedora de la amistad de Frida Kahlo, quien se encontraba en una situación determinante en la vida de la artista plástica: “cuando conocí a Frida, ella estaba a punto de perder la pierna por medio de amputación. Yfue precisamente la amputación la que determinó la debacle de Frida Kahlo, como persona, mas no como artista”, refirió Tibol.

En la presentación, la polemista y crítica de arte da lectura a uno de los textos “donde Frida explota toda su capacidad poética, en esta ocasión dirigida a Carlos Pellicer, quien fue uno de los tantos novios en la larga lista de amantes que tuvo Frida Kahlo”, afirmó la autora. Y leyó: “No sé cómo me atrevo a escribirte, pero ayer dijimos que hará bien. Perdona la pobreza de mis palabras, yo sé que tú sentirásque te hablo con mi verdad, que ha sido tuya siempre, y eso es lo que cuenta”. Continuó, parafraseando a Frida: “¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno: yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida”. Raquel Tibol aclaró “tal era el sentimiento de Kahlo que evocó un verbo inventado por ella misma dirigido a Pellicer, yo te cielo, una composición verbal entre y o te celo y eres mi cielo”.

Respecto a las obras falsas atribuidas a Frida Kahlo, que la misma Raquel Tibol dio cuenta, con base “a un amplio conocimiento del trazo artístico de la artista, por la enorme cantidad de años del trabajo que he dedicado a su obra, sigo afirmando que las obras son falsas”. Se tratan del retrato a Alejandro Gómez Arias y “Cabeza de Isolda”, esta última nunca antes presentada.

“En Inglaterra, por ejemplo, hay recursos tecnológicos muy precisos para dictaminar la autenticidad de las obras de arte. Sin embargo en México no tenemos dicha tecnología, lo que impide su valoración, implicando un creciente y constante dislate en cuanto a falsificación de obras se refiere”.

Invitada por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, la escritora y también colaboradora del periódico “La Jornada”, convocó a alrededor de 200 personas en un recinto que se vio rebasado por la asistencia del público. Reveló, sin embargo, que “la verdadera intención no es que lean el libro, sino que conozcan a fondo la obra de Frida Kahlo y Diego Rivera, íconos artísticos como nunca ha dado nuestro país, y que será muy difícil que se repita una presencia similar como la de estos dosartistas”, concluyó.

Entrevista (primera parte).

Con el breve tiempo que llevo en la adolescencia, de manera espontánea me volví un coleccionador de lugares comunes. No es que haya sido una elección a conciencia, ni una predestinación. Simple y llanamente para la vida diaria funciona ser un coleccionador de lugares comunes. Con tu madre funciona ser un niño problema, un incomprendido, un rebelde con o sin causa (con esa peculiar e irritante entonación que le otorgan los adultos a la palabra rebelde), ya que ese estatus te da automáticamente completa libertad creativa/creadora. Te sientes suelto, como si te sintieras harto de pedir permiso. Es decir, después de tantos años de pedir permiso hasta para respirar (en mi caso, eso no es una exageración), de súbito llega el momento de la ruptura, como una pequeña revolución cultural a nivel personal. Un giro lingüístico que ante los demás se traduce como un coloquial desmadre.

Funciona con tus amigos y compañeros de clase. Les facilita la vida. Los convierte en jugadores torpes de un juego de clichés y los entretiene durante tu estancia en el colegio. Se sienten con un control aparente, pero control al fin, de tal suerte que un día llegas al colegio y tus colegas han cobrado forma de semidioses. Entonces eres el gordo, el flaco, el nerd, el deportista, la sexy o la zorra… Como estas categorías usualmente emanan de un flaco desafío intelectual, acaban por nombrarte cínica y llanamente el raro. Cuando te lo dicen por primera vez, quisieras sentirte aplaudido como José José, pero solamente se oye otro raro escupido así, sin miramientos. Pero puede ser peor. No es raro que en un país televisado, pirateado, violento, corrupto, corrompido hasta el copete e iletrado a un estudiante lector le impongan el apelativo de raro.

Yo era el raro y funcionaba. Con los profesores, el raro obtenía los mejores promedios, no a costa de mi esfuerzo, sino a base de una exquisita reproducción del protocolo del lugar común: un estudiante bien portado, de familia disfuncional, pero con ganas de ser alguien en la vida. Nótese el siguiente lugar común: un chico que le echa ganas (¿Qué mierda quiere decir ‘échale ganas’?).

También aquí, como ocurre con el concepto de rebeldía en el plano familiar, el concepto de raro te otorga una categoría de autonomía, más que de aislamiento. El raro no se preocupa de conseguir chica: las repele; no se ocupa de los deportes: los aborda desde un punto de vista probabilístico; no se encarga de su aspecto: impone una contraimagen; no se preocupa por tener amigos: gestiona las percepciones ajenas. Me sentía suelto, pues.

Pero lo anterior tiene un maldito costo. Ser raro cuesta caro, sobre todo cuando eres adolescente, vives en este jodido país y eres lector. De manera estúpida, un adolescente promedio lector es similar al protagonista que tiene que luchar contra una horda urbana de zombies. Ya no digamos si el adolescente quiere ser lector-estudiante-empleado. Qué lejos ha quedado el concepto de McJob tanto en la literatura como en la vida real, más en un país donde asesinar, secuestrar, vender y prostituir siempre serán opciones viables para sobrevivir.

No es suficiente. Al costo de ser raro hay que agregarle los estúpidos valores. Muy lejos de las definiciones de libro de texto que nos escupía nuestro profesor de la clase llamada atrevidamente Ética y Valores I, para mí los valores son como el acné: conflictos que saltan de repente en tu cara, ante tu mirada estúpida. No se enseñan en las aulas con ejemplos cursis y predecibles, bajo el enfoque de competencias (#WTF). Los valores son como la diarrea: te agarran en la calle cuando menos te lo esperas, y tienes que resolver la situación ya, por bien de todos y el tuyo propio, a menos de que estés dispuesto a cagarla. Y yo nunca estuve dispuesto a cagarla, mucho menos con las drogas, de las cuales tuve que soportar un rápido y doloroso destete. Pero muy oportuno.

El lugar común que aquí aplica es: “si tuviera lo suficiente no necesitaría tener un trabajo extra”. Y Mis valores me impiden darle por lo ilegal. Pero el punto es que no tengo siquiera lo necesario para ser adolescente-raro-con valores-legal-lector. Con la anterior conclusión cobró fuerza el letrero que estaba mal pegado en las afueras del KFC. Con los días miserables que te regalan pelusa y mugre en los bolsillos del pantalón, la frase “Únete a nuestro equipo triunfador” cobró fuerza estridente. Y mientras caminaba de regreso a casa, después de la escuela, porque tienes que elegir entre comer algo o viajar en transporte público, la frase “Solicitamos colaboradores” retumbaba en mis oídos (he aquí un lugar común).

Porque, si ponemos atención, no dice empleado, trabajador, ni mucho menos obrero (concepto cuya sinonimia ha alimentado a la posmodernidad). Dice colaborador: eufemismo que te invita a las masturbaciones mentales más tangibles de tus 17 años. Y son tangibles porque el colaborador no trabaja en la empresa, colabora en/con/para/por ella y así. El colaborador es una presencia ausente, anónima, pero activa para los intereses de la empresa. No por nada colaborador se parece a emprendedor. En otros lugares de comida rápida son más elocuentes. No les llaman colaborador sino asociado, y aquí es donde la cose fluye, porque eres más allá de un colaborador. Tan lejos del empleado, pero tan cerca del socio. Y así, en asociación cocinamos, limpiamos, sonreímos, cobramos y atendemos auto-server. Somos colaboradores, somos asociados para corporativos que fueron las delicias de las teorías de la conflagración de la década de los setenta. Y esos son lugares comunes de peso.

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