Lo que nunca dijeron los que supuestamente lo dijeron

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 606, del Diario de Querétaro del 17 de abril del 2016.

Hay una frase que un servidor suele utilizar para esgrimir sagacidad retórica cuando la discusión en torno a la libertad de expresión ha llegado a un punto ciego: “detesto lo que dices, pero defendería con mi vida tu derecho a decirlo”, la cual se atribuye automáticamente a Voltaire.

En el 2012, Jonah Lehrer, periodista de la prestigiosa revista The New Yorker, había obtenido un contrato con la editorial de temas educativos Houghton Miffin, con dos libros: How We Decide (Houghton Miffin Haocourt, 2009) e Imagine: How Creativity Works (Houghton Miffin Harcourt, 2012). El primero era considerado el primer libro que presentaba los más recientes descubrimientos de la neurociencia para ser aplicados en la toma de decisiones de nuestra vida diaria. El segundo era una especie de ensayo en donde Lehrer rompía con el mito de las musas, de los grandes talentos, demostrando que la creatividad no era un regalo divino atribuido a unos cuantos suertudos.

“Es una cosa muy difícil de describir. Se trata solamente de este sentimiento que consiste en tener algo qué decir”, decía Bob Dylan en el primer capítulo de Imagine: How Creativity Works, donde además se abundaba en el proceso creativo del compositor de “Like a rolling stone”.

Suena bien, ¿verdad? Solo que hay un pequeño detalle. Dylan nunca dijo eso.

El 30 de julio del 2012, Michael Moynihan, periodista de la revista Tablet, publicó un reportaje titulado “Jonah Lehrer’s Deceptions” en donde puso de manifiesto el escándalo de plagio en que había incurrido Lehrer: «Le pregunté por siete citas de Bob Dylan, tres de las cuales no aparecían en ningún sitio, al menos en la forma en la que se recogían en el libro; otras tres que incluían partes de citas de Dylan reales, y una que había sido sacada totalmente de contexto», aseguró Moynihan en una entrevista para la BBC.

Al principio, Lehrer respondió que las citas provenían de una entrevista de archivo suministrada por los representantes de Bob Dylan, algo que nunca ocurrió. Posteriormente, reconoció su mentira: «Fue dicha en un momento de pánico. Las mentiras ahora se terminaron. Entiendo la gravedad de mi postura. Quiero disculparme con todos a los que he decepcionado, especialmente mis editores y lectores», dijo el periodista. Entre las citas puestas en duda por Moynihan, hay una que apareció en los setenta en un documental. Cuando a Dylan le preguntan sobre sus canciones, responde: «Tan sólo las escribo. No hay un gran mensaje». En Imagine… , Lehrer añade una tercera oración: «Deja de pedirme que lo explique», que en realidad nunca aparece en la película.

No bastó su disculpa pública. Además de perder su trabajo en The New Yorker, los libros de Lehrer fueron retirados del mercado a pesar de que Imagine… ya había vendido 200 mil copias. Houghton Mifflin consideró los actos de Lehrer como un abuso grave en contra de la editorial y, sobre todo, en contra de los lectores.

Tanto mi estupenda sagacidad para blofear con Voltaire, como el acto oportunista de Lehrer, caro lector, ambos actos provienen de la arraigadísima costumbre de citar erróneamente o fuera de contexto. El libro titulado They never said it. A book of fake quotes, misquotes and misleading attributions (Oxford University Press, 1990) de Paul F. Boller y John George quizás pueda arrojar algo de luz al respecto. Veamos algunas de las más célebres.

  1. Neil Armstrong: Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. El 20 de julio de 1969, a las 10:56, el astronauta Neil Armstrong salió del módulo lunar que le había llevado a través de miles de millas de espacio para convertirse en el primer ser humano en pisar la luna. Su sentencia sobre aquel hecho histórico se transmitió en todo el mundo. Pero cuando volvió a la Tierra descubrió que había sido malinterpretado: «Este es un pequeño paso para un hombre,» que había anunciado, «un gran salto para la humanidad». Pero debido a la estática, la preposición en inglés «a«, había quedado fuera de su discurso, arruinando así el contraste que había hecho entre un hombre (a man) y toda la humanidad. Los periódicos y las agencias de noticias informaron de inmediato la corrección de Armstrong, pero la versión defectuosa sigue circulando.
  2. Galileo: Eppur si muove, traducido del italiando como Y sin embargo se mueve. En realidad no hay evidencia de que Galileo haya susurrado obstinadamente estas desafiantes palabras tras ser obligado por la Inquisición en 1633 a abjurar de su creencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Fue un escritor francés, en un libro publicado más de un siglo después de la muerte de Galileo, el que puso las palabras en la boca del gran científico. Pero, sin duda, la anécdota es reconfortante.
  3. Voltaire: No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo. Como señalábamos al principio, esta cita atribuida obstinadamente a Voltaire, es una de las más populares entre los defensores acérrimos de la libertad de expresión. Pero Voltaire nunca pronunció estas palabras; y no hay ninguna razón para suponer que alguna vez trató de luchar hasta la muerte de Claude Adrien Helvetius, el filósofo francés en cuyo nombre se supone que han hecho su célebre declaración. La cita original proviene de un libro publicado en 1906 titulado Los Amigos de Voltaire, escrito por S. G. Tallentyre, el seudónimo de Evelyn Beatrice Hall.

De acuerdo con Evelyn Hall, en 1758 Helvetius publicó De L’Esprit (En la Mente), exponiendo la idea de que el egoísmo y las pasiones son los únicos resortes de las acciones humanas y que no hay tales cosas como las virtudes y los vicios. Si bien Voltaire no se impresionó con el libro, las autoridades civiles y eclesiásticas interpretaron la publicación con un agravio, por lo que el libro fue condenado por el Parlamento de París, atacado por el Papa, censurado por la Sorbona, condenado a la quema pública a cargo del verdugo, y su privilegio de publicación revocada.

Con gran angustia, Helvetius insistió en que había escrito De L’Esprit en estado de perfecta inocencia y que no había tenido la más mínima idea del efecto que produciría su publicación. El Parlamento finalmente aceptó su argumento, y tras imponerle una ejemplar multa, le fue retirada la mayordomía que tenía desde hacía años y fue conminado a exiliarse durante dos años en Vorë.

«¡Vaya alboroto por una tortilla!» Voltaire exclamó al oír acerca de la quema de libros. Tomando en cuenta lo anterior, Evelyn Hall optó por adoptarlo en su novela de la siguiente manera: «–No estoy de acuerdo con lo que dices, pero yo defiendo hasta la muerte tu derecho a decirlo– era su actitud ahora. » De ninguna manera la autora afirma que Voltaire se haya pronunciado de manera oral o por escrito al respecto, simplemente trató de narrar la actitud general de Voltaire, de ahí la explicación que dicha cita la haya puesto entre comillas. Cuestionada al respecto en 1935, explicó: «No tenía intención de dar a entender que Voltaire haya pronunciado al pie de la letra estas palabras”.

¿Das más de lo que recibes?

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 605, del Diario de Querétaro del 17 de abril del 2016.

Dar y recibir son dos conceptos de la vida cotidiana que idealmente no deberían de ser mutuamente excluyentes, pero lo son. Un ejemplo altamente recurrente son las parejas cuyo proceso de enamoramiento es totalmente inexplicable debido a su carácter irracional: Oye, ¿por qué estamos juntos?

Los hay quienes establecemos relaciones para no sentirnos solos (miedo a la soledad) o porque necesitamos sentirnos amados, camino minado que puede derivar en u conformismo patológico en una relación, es decir, que nos conformemos con dar más de lo poco que recibimos, aunque la relación esté condenada al fracaso.

¿Cuántas veces no hemos escuchado, caro lector, el caso de parejas que se aferran a seguir juntas aunque su relación sea un evidente decepción? “Sí, me siento frustrada con esta relación, pero al menos no estoy sola”, solía reconocer una íntima amiga mientras veía a la distancia como los años se le desperdigaban al paso.

¿Damos más de lo que recibimos? Esta pregunta es solamente el inicio para ser conscientes del rol que desempeñamos cotidianamente en el entorno cotidiano de nuestras relaciones sociales. Tan importante es esgrimir este acto de consciencia como saber identificar cuál es el rol que efectúan los demás.

En su libro Give and Take. A revolutionary approach to success (Viking/Penguin Group, 2013) Adam Grant afirma que el concepto convencional del éxito presenta tres aspectos en común: motivación, capacidad y oportunidad. No obstante, algo que se pasa frecuentemente por alto es que el éxito depende en gran parte de cómo abordamos nuestras interacciones con los demás.

De este modo, caro lector, en nuestros respectivos empleos, cada vez que interactuamos con otra persona, nos vemos obligados a elegir entre intentar conseguir el máximo valor posible, o contribuir con nuestro valor sin preocuparnos por lo que recibamos eventualmente a cambio. Tanto en nuestra vida profesional como en nuestra compleja cotidianidad, cada uno de nosotros manifiesta dramáticas preferencias en nuestra forma de ser recíprocos, es decir, en nuestra configuración personal de dar y recibir. Para ilustrar lo anterior, Grant presenta los cuatro tipos de roles. Veamos.

Si usted gusta de recibir más de lo que da, es hábil en inclinar la reciprocidad a su favor, y frecuentemente antepone sus intereses al de los demás, seguramente usted se encuentra en la categoría de los receptores. Este rol es característico de las personas que suelen hacerse constantemente autopromoción porque creen que el mundo es un lugar competitivo, una jungla donde los unos devoran a los otros. Para alcanzar el éxito, este tipo de personas tienen que ser mejor que los demás. Cuando se esfuerzan, esperan que sus acciones sean reconocidas al instante: se creen merecedores de los elogios. Sin embargo, no suelen ser personas crueles ni despiadados, quizás algo cínicos. Se trata de personas sutiles y cautas con un alto sentido de la autoprotección.

En el otro extremo encontramos a los donantes. Son los que inclinan la balanza de la reciprocidad hacia el otro, ya que prefieren dar antes que recibir. Si los receptores son egocéntricos, los donantes se enfocan en las necesidad de los demás y en cómo actuar para que sus acciones beneficien a los otros.

Aquellos que actúan bajo una máscara de generosidad, cuya estrategia es dar uno y quitar diez, son los falsos donantes, seres vampirescos que suponen una amenaza porque suelen actuar de forma encubierta. Son aquellos que vulneran el principio de la verdadera filantropía donde el que da lo hace en silencio y de forma anónima. El falso donante

La anterior tipología no tiene en principio nada que ver con el dinero. Se trata de algo más valioso: de nuestra actitudes y acciones hacia los demás. El receptor cooperará en la medida que los beneficios se traduzcan en una ganancia para él mismo; el donante siempre ayudará en la medida que los beneficios para los demás rebasen sus pretensiones personales.

Y retiembla en sus centros la tierra porque el mito de la mujer incondicional (o el hombre incondicional, el gesto genérico no tiene importancia), ese ser generoso que indiscriminadamente da energía, tiempo, conocimientos, habilidades, ideas… para que el otro se beneficie, llega a un punto de quiebre.

Para nuestra memoria y referencias culturales, resulta tentador a grado inevitable referirnos a héroes legendarios como la madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi, pero –de acuerdo a Grant– ser un donante no exige someterse actos de sacrificio extraordinarios (mi amiga íntima tendría que ser candidata a la canonización). Simplemente se trata de centrarse en actuar pensando en el interés de los demás: ayudar, actuar como mentor, compartir reconocimientos o establecer relaciones para con los otros. Lejos del entorno laboral, es una conducta bastante común. En la pareja y con los amigos, contribuimos siempre que podemos sin tener en cuenta el marcador.

No obstante, todos nos dirigimos a buscar un equilibrio entre dar y recibir, es decir, todos tendemos a ser equilibradores, aquellos que actúan basándose en el principio de la justicia: cuando ayudo a los demás, me protejo a mí mismo porque busco reciprocidad. Suena bien, pero esta denominación no es la más común en nuestra realidad.

Curiosamente ni los equilibradores, ni los donantes, mucho menos los receptores alcanzan los puestos más altos del escalafón profesional. ¿Quiénes están arriba?

En la categoría de donantes se encuentran dos subcategorías:

  1. Donantes estrella: son aquellos seres capaces de gestionar su generosidad de forma inteligente, saben cómo dar, a quién, cuándo y a cambio de qué, fecundan y cultivan relaciones beneficiosas que se traducen en contacto o en acciones que dotan de prestigio social a su persona u obra. Sí, caro lector, son ellos los que se encuentran en la cima.
  2. Felpudos: son aquellos seres patológicos que dan indiscriminadamente, y lo hacen porque creen que solo así lograran sentirse bien. Asimismo, nunca traen dinero pero temen pedir prestado. Por lo tanto, su entorno de socialización se acostumbra a este hecho, de tal suerte que sus donaciones dejan de ser valoradas. Como todo el tiempo dan, no pasa nada. Pero el día en que no dan –¡Fuenteovejuna!, ¡Apocalipsis Now!– son señalados inmediatamente como seres crueles e injustos, acabando siendo pisoteados como eso, como un felpudo, como una estera gruesa y afelpada que se usa principalmente en la entrada de las casas a modo de limpiabarros, o para pasillos de mucho tránsito.

¿Realmente Teresa de Calcuta o Gandhi dan sin esperar algo a cambio?, ¿entregaban a quien no lo merecía o no lo necesitaba?

Sin pretender arruinar el texto, lo que en principio recomienda Adam Grant es conocer y reconocer qué es lo que nos impulsa a ceder. Enseguida, detectar a los vampiros, no bien hayamos identificado previamente nuestro rol. Siempre será necesario escuchar y aceptar ayuda de los demás. Y, por último pero fundamental, no olvidar dar, sí, pero dar a quien lo merece y, sobre todo, a quien lo necesita.

Pregunto nuevamente. ¿Das más de lo que recibes?

Carta a Mario Vargas Llosa

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 604, del Diario de Querétaro del 3 de abril del 2016.

No gozo del privilegio de conocerte en persona (¿puedo hablarte de tú?). Tampoco pretendo ostentarme como un crítico especializado. De hecho, ni siquiera he leído toda tu obra. No obstante, he de confesar que La fiesta del chivo (Alfaguara, 2000) fue una obra que me marcó por su avasalladora pasión narrativa: vivir en República Dominicana sin dejar de pisar Querétaro, un viaje en el lapso de una dictadura en tan solo tres días sin salir de casa.

Sé de tu alergia al género epistolar, por lo que la amplísima posibilidad de no ser leído por ti me animan a continuar escribiendo esta carta. El objetivo de la presente, a toro pasado, es más que una efervescente congratulación por tu cumpleaños. Ni siquiera es una efeméride que haya brincado de la plaza cívica de alguna secundaria (general o particular, la cosa no cambia) queretana donde ni siquiera se ha pronunciado tu nombre (ya no digamos que conocen un libro tuyo). Tampoco se trata de un oportunismo costumbrista para ostentarme como lector acérrimo de tu obra y autonombrarme como el tuerto heroico entre ciegos insignes que no han entrado al universo vargallosiano.

La presente es un simplemente un agradecimiento.

Gracias por tu faceta de socialité, envuelto desde el 2014 en aquél affaire con Isabel Preysler, exesposa de Julio Iglesias y, en aquel entonces, recientemente viuda de Miguel Boyer. “Romance confirmado y escándalo familiar” sentenciaba Caras en junio del año pasado. Con eso, admirado Mario, confirmaste que sigues vivo, y que no piensas dejar de estarlo por un buen rato, con la misma vivacidad y jocosidad con la que Marito se enamoró de Julia. ¿Reparaste en la sutiliza de los paralelismos del arte y su insoslayable relación con el chisme de farándula? Julia era 14 años mayor que tú, mientras que Isabel es la misma cantidad pero menor. ¿Cuántos no comienzan a quemar las arcas no bien llegan a los cuarenta, apreciado Mario?

Gracias por tu faceta de político. Del que va de la legítima simpatía socialista a la búsqueda frenética del liberalismo. Más que opinador, te convertiste en vertiente y referencia liberal propias de un intelectual serio. Mientas otros de ufanaron de sus estrechas amistades sustentadas en su respetable invocación idealista al régimen castrista, tú decidiste ser un liberal, allende las ideas de tu abuela Carmen y su anecdótica noción del liberalismo: “¿Y a qué se fugó a París ese tío liberal, abuelita?” “A qué iba a ser, hijito. A corromperse”; más allá del significado que liberal tiene para los EEUU y el mundo anglosajón: con implicación profunda en el socialismo de la conflagración y la izquierda radical; del liberalismo latinoamericano contemporáneo, llamándote incluso neoliberal, para lincharte y descalificarte, para tildarte de conservador, miembro de la mafia en el poder, reaccionario, cómplice del sistema, de la explotación y de las injusticias propias del capitalismo salvaje.

Fue en aquella célebre mesa de diálogo transmitida por Televisa y convocada por Octavio Paz en donde esgrimiste el binomio celebérrimo de la dictadura perfecta. Ni las inolvidables muecas de Paz ni la posterior broma de Krauze (¡dicta-blanda!) alcanzaron a opacar el impacto de tu idea: “no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro, es México […] Tiene todas las características de una dictadura: la permanencia no de un hombre pero sí de un partido inamovible, que concede cierto espacio para la crítica en la medida que esa crítica le sirve […] una dictadura que ha creado una retórica de izquierda, la cual, a lo largo de su historia reclutó muy eficiente a los intelectuales. No creo que halla en América Latina una dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil a través de trabajos, de nombramientos, de cargos públicos…”.

No obstante tu alergia al género epistolar, destacan las misivas en las que dialogaste con algunos coetáneos del boom: Emir Rodríguez Monegal, Carlos Fuentes, Roberto Fernández Retamar, Jorge Edwards. Y las maravillosas Cartas a un joven novelista (Alfaguara, 2011), puestas en relieve recientemente por Rafael Pérez Gay.

Gracias por sugerirme no hacerme muchas ilusiones con el éxito literario. Si bien no hay razón para que no pueda acceder a él, los premios, el relumbrón (y uno que otro cargo público), la venta abarrotada de libros, el prestigio de ser un escritor, es un encaminamiento sui generis que rehúye a quienes más lo merecerían y abruman a quienes menos. Es decir, es fundamental no confundir la vocación literaria con la vocación por la fama.

Gracias por enseñarme que la rebeldía es el origen a la disposición precoz a crear historias y seres, una especie de rechazo de la vida cotidiana en pleno uso de nuestra facultad de desear e imaginar.

Gracias por sugerir que quien entra a la literatura lo debería de hacer como quien entra en una religión: dedicar vocación, dar el tiempo, dotar de energía y esfuerzo, estar en condiciones de llegar realmente a ser escritor, escribiendo una obra trascienda a mí mismo.

Gracias por recordarme que el genio no es el resultado precoz de una especie de destino manifiesto, sino el lúcido producto de una larga secuencia de vida entregada a la literatura, con años de disciplina y muchos más de perseverancia.

Gracias por la retórica de quien crea e inventa, porque la raíz de todas las historias es la experiencia de quien toma la iniciativa de escribirlas. La vida es la fuente de donde manan las ficciones: una novela, entonces, será siempre una biografía disimulada del autor. Si la ficción es por antonomasia una impostura, una novela será entonces una mentira que nos persuade hacia la verdad.

Gracias por enseñarme a leer y por invitarme a escribir. Porque quien escribe elige y organiza su universo gramatical, siendo esta organización el factor decisivo para quien cuenta historias porque precisamente de eso dependerá el peso de la persuasión de lo que queremos contar; y eso jamás podrá estar subsidiado al estilo.

Y sí, como bien me dices en las cartas, los estilos fracasan porque llegan a ser prescindibles. Y de que no se trata de ausencia de historias, sino de que esas historias contadas de otra manera, con las palabras adecuadas, serían mejores.

Gracias por recordarme que la crítica, con todo y que siempre quedará vedada a la totalidad del fenómeno de la creación, es un ejercicio de la razón y de la inteligencia. Pero en el proceso creativo, además de los anteriores, y apelando a que la creación es una crítica abrasiva de la cotidianidad, intervienen además la intuición, la sensibilidad, la adivinación, el azar, elementos que escaparán siempre a las redes de la más fina investigación crítica.

No, Mario. No te conozco en persona. Pero además de La fiesta del chivo, La tía Julia y el escribidor, fueron La ciudad y los perros (Alfaguara, 2000), Pantaleón y las visitadoras (Alfaguara, 2002), La guerra del fin del mundo (Alfaguara, 2006), El elogio de la madrastra (TusQuets, 1983) que confieso hurté de la biblioteca del colegio Salesiano en 1995, y las Cinco esquinas (Alfaguara, 2016) imperdibles pretextos para conocerte de cerca.

Gracias, Mario.

Rock N’ Books: The Rock Bottom Reminders.

Rock Bottom Remainders

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 603, del Diario de Querétaro del 3 de abril del 2016.

El nombre de Kathy Kamen Goldmark (Brooklyn, Nueva York, 1948-San Francisco, California, 2012) remite al de una artista completa: escritora, columnista, consultora de relaciones públicas, promotora de libros, música y cantautora. Heredera de una tradición cultural que para nuestro pesar y envidia solamente es imaginable en una ciudad que dedica gran parte de su presupuesto a la cultura y las artes. Su libro más representativo es And my shoes keep walking back to you (Chronicle Books, 2004, sin traducción al español) título que se confunde entre los acordes y las letras de la música country con las historias de amigos, relaciones sexuales y problemas familiares, de la mano de Sarah Jean Pixlie, el hilarante personaje principal.

Su esposo, el escritor, publicista de libros, columnista y músico, Samuel “Sam” Barry, cuyo libro más conocido es un ebook interactivo titulado Hard Listening: The Greatest Rock Band Ever (of Authors) Tells All (Coliloquy, 2013, sin traducción al español) escrito en colaboración con Mitch Albom, Stephen King, Amy Tan, Roy Blount Jr., Matt Groening, Greg Iles, James McBride, Scott Turow, Roger McGuinn, Ridley Pearson, Ted Habte-Gabr, y el hermano del autor, Dave Barry, todos bajo el cuidado editorial de Jennifer Lou.

Cuando el periodista y escritor David Barry Jr. (1947, Armonk, Nueva York), hermano de Sam Barry, fue galardonado con el premio Pulitzer en 1988, el comité expresó que dicha distinción se justificaba porque su trabajo denotaba un “uso consistentemente eficaz del humor como un mecanismo para presentar una visión fresca de preocupaciones serias”. A Barry se le recuerda por sus hilarantes críticas y comentarios en su columna semanal en The Miami Herald, la cual mantuvo desde 1983 hasta el 2004. Sería ocioso enumerar a sus imitadores mexicanos que se han ostentado como innovadores de la comedia plagiando literalmente el trabajo de Barry, cuyos textos fueron llevados a la televisión por la CBS con la sitcom Dave’s World, la cual se transmitió de 1993 a 1997. Barry, otro gran heredero de una tradición cultural, que asistió desde muy joven a centros culturales comunitarios religiosos o profanos, en su ciudad natal donde nunca han sobrado centros o casas de cultura.

Un momento. ¿Acaso pasamos por alto los nombres de Stephen King, Amy Tan y Matt Groening? No, caro lector, son tentadoras las rutas que cada uno de esos nombres por sí mismos implican, pero en esta ocasión no pasaremos a lo obvio en lo que respecta a cada uno de estos emblemáticos autores. Entonces, ¿qué tienen en común? Además de ser coautores de un libro de crítica musical, hay una anécdota interesante.

En su faceta de publicista de libros, además de a su último esposo Kathi Kamen Goldmark conoció a una cantidad ingente de escritores, no solamente en el terreno de los negocios, sino sus estilos de vida, desde aficiones hasta conflictos internos. En su faceta de música, la autora compartió mucho de esas aficiones y conflictos internos.

Se acercaba la convención de la Asociación Americana de Vendedores de Libros a celebrarse en Anaheim, California, en 1992. Kathi Kamen Goldmark quería hacer algo distinto, algo que pudiera ser capaz de reactivar el interés por la convención y que pudiera ser punto de encuentro entre los autores que ella conocía.

Como músico semiprofesional y por sus constantes viajes como publicista literaria, a la autora se le ocurrió una idea, juntar a los escritores que compartían su afición por la música para formar una banda amateur de rock. Así surgieron los Rock Bottom Reminders. El nombre, ideado por Kathi Kamen Goldmark, nos remite al concepto de remaindered book (libros restantes), denominación que se da a los libros que se venden como saldos al no haber registrado buenas ventas. “Como bien lo marca la tradición del rock n’ roll, los Rock Bottom Reminders fueron concebidos en un coche”, solía decir la autora, quien sucumbió en el 2012 a un feroz cáncer de mama.

Además de Kathi Kamen Goldmark, su esposo y su cuñado, a la banda pertenecen los siguientes nombres:

  • Ridley Pearson: autor de The Kingdoom Keepers: Disney after dark (Disney Press, 2005, sin traducción al español), serie literaria fantástica acerca de una versión oscura de Disney.
  • Stephen King: escribió, “The glass floor”, su primer cuento en el libro Stratling Mystery Stories en 1967.
  • Scott Turow: autor de la novela policiaca Presunto inocente (Vintage, 2011)
  • Amy Tan: célebremente conocida por El club de la buena estrella (Planeta, 2007)
  • Joel Selvin: autor de Here comes the night (Counterpoint, 2014, sin traducción al español), que habla acerca de la era dorada del Rhythm & Blues.
  • James McBride: autor de The color of water: a black man’s tribute to his white mother (Riverhead, 1997) que cuenta la historia de la judía polaca Ruth McBride Jordan.
  • Mitch Albom: autor de la muy recomendable novela autobiográfica Martes con mi viejo profesor (Océano, 2010).
  • Roy Blount Jr.: autor de Nashville: an american self portrait (Beaten Biscuit Press, 2005, sin traducción al español)
  • Barbara Kingsolver: autora de The Poisonwood Bible (Harper, 2005, sin traducción al español) que trata de historia de la familia Price y su misión evangelizadora en el Congo.
  • Robert Fulghum: autor de All I really need to know I learned in kindergarten (Ballantine Books, 2004, sin traducción al español).
  • Matt Groening: autor de la tira cómica semanal The big book of hell (Pantheon, 1990). Ah, también es creador de Los Simpsons y Futurama.
  • Tad Bartimus: autora del terrible War Torn: stories of war from the women reporters who covered Vietnam (Random House, 2002), acreedor al Pulitzer.
  • Greg Iles: autor de la serie policiaca The quiet games (Coronet, 1999).

Como testimonio de la banda, los integrantes fungieron como coautores para dar vida al libro Mid-life Confidential: The Rock Bottom Remainders Tour America with Three Chords and an Attitude (Plume, 1995, sin traducción al español), un libro que reúne chismes, detrás de cámaras, confesiones y anécdotas de cómo quince de los escritores norteamericanos más importantes abandonaron sus habituales ocupaciones para lanzarse a una gira como banda de rock. El libro ofrece una colección de cien fotografías curiosas, treinta de ellas a color. Posteriormente lanzaron su álbum Stranger than fiction. Participaron también en la apertura del Salón de la Fama del Rock en 1995.

La primera actuación de los Rock Bottom Reminders fue catalogada por David Streitfeild, periodista de The Washington Post, como el mejor debut desde The Monkees. Los Reminders no tienen videos musicales en YouTube, no han firmado ningún contrato con ninguna disquera, ni han sido nominados al Grammy en ninguna categoría, pero tienen más de 159 mil búsquedas en Google.

De los Reminders, Dave Barry declaró: “Nosotros hacemos música tan bien como Metallica escribe libros”, a lo que Kirk Hammett, guitarrista de la banda aludida, respondió “¿Rock Bottom Reminders?, ¿quién demonios son ellos?”. Cuando Bruce Springsteen asistió como guitarrista invitado, Dave Barry solía preguntarle: “¿Te sabes estas canciones, Bruce?, ¿podrías echarte el solo de guitarra?”. En uno de aquellos días, Springsteen les dijo a los Reminders: “Su banda no es tan mala; tampoco es tan buena. Pero no permitan que sea mejor de lo que es, de otro modo conseguirán que sea otra banda despreciable.»

Erich Fromm y el arte de amar

 

Arte de amar

Para Mónica, como todo y como siempre.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 602, del Diario de Querétaro del 27 de marzo del 2016.

Axel Honnet (1949, Essen, Alemania), filósofo y sociólogo alemán, dirige desde el 2001 el Instituto de Investigación Social, célebremente conocido como Escuela de Fráncfort. Hace casi un año, en un ciclo de conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Honnet describía así la evolución del famoso instituto: “Se ha producido una especie de transición, un cambio del pesimismo metodológico al optimismo. Jürgen Habermas desde el principio fue, en este sentido, un kantiano, se impuso a la obligación moral de describir las trayectorias hacia la mejoría; por su parte, Adorno y Horkheimer eran más nietzschenianos” (Babelia, 22 de abril del 2015).

Desde su fundación, la Escuela de Fráncfort fue influenciada por el pensamiento de Hegel, Marx y Freud. Al instituto han pertenecido, o pertenecen aún, Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas, Karl-Otto Apel y Erich Fromm, entre otros.

Cuando Erich Fromm (Fráncfort, 1900-Muralto, 1980) contaba cincuenta años de edad, se sintió atraído por México. Tras instalarse en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con el nombramiento de profesor extraordinario, inició su práctica psicoanalítica tanto en el ámbito del sicoanálisis didáctico como en el del terapéutico.

El adjetivo de extraordinario no le era ajeno a Fromm. Su legitimación como sicoanalista le fue otorgada por la International Psychoanalytical Association que, con la Sociedad Sicoanalítica Alemana como intermediaria, le otorgó en 1930 el título de miembro extraordinario por ser sicoanalista lego. Se le denomina análisis profano o lego, o psicoanálisis profano o lego, al psicoanálisis practicado por no médicos.

Judío de nacimiento, aunque después optó por abandonar la vida religiosa ortodoxa judía, tuvo que emigrar a los Estados Unidos el 25 de mayo de 1934 tras el advenimiento del poder del partido nazi, provechando una invitación que le había extendido en 1933 la Universidad de Chicago. Después del fecundo lapso de 1933 a 1950, donde compaginó su actividad sicoanalítica con la fundación de varios institutos sicoanalíticos (destaca el William Allanson White Institute en Nueva York), el macartismo y el constante acoso de la American Psychoanalytical Association le significaron una oportunidad para trasladarse a México, a donde inmigró con algunos de sus más célebres best sellers bajo el brazo: El miedo a la libertad (traducido curiosamente así en 1947, del título original Escape from freedom), Ética y sicoanálisis (Fondo de Cultura Económica, 1953) y Sicoanálisis y religión (Fondo de Cultura Económica, 1964) en coautoría con el filósofo japonés Daisetsu Teitaro Suzuki (1870-1966), con quien mantuvo una estrecha colaboración teórica, y El arte de amar (Paidós, 2004). El soslayo de su estancia en México sigue siendo una interrogante de la que pocos se han atrevido a especular.

En El arte de amar, Fromm hace una síntesis de los avances teóricos desarrollados previamente en El miedo a la libertad y Ética y Psicoanálisis. Es posible inferir lo anterior en el acercamiento al concepto de neurosis: “ciertos tipos de neurosis, las obsesivas, por ejemplo, se desarrollan especialmente sobre la base de un apego unilateral al padre, mientras que otras, como la histeria, el alcoholismo, la incapacidad de autoafirmarse y de enfrentar la vida en forma realista, y las depresiones, son el resultado de una relación centrada en la madre” (páginas 72 a 73).

En cuatro capítulos, Fromm explica la posibilidad de que el amor sea considerado un arte:

  1. ¿Es el amor un arte?, donde se presentan las premisas erróneas que se han construido en torno a concepto amor. La primera consiste en el problema del amor fundamentado en tratar de ser amado y no en amar, una mezcla de popularidad y sex-appeal; la segunda se basa en la actitud de considerar al amor como un objeto más que una facultad, creencia altamente arraigada en las sociedades contemporáneas; la tercera radica en la confusión entre la experiencia de enamorarse y la situación de estar-permanecer enamorado. Ante tales premisas, como primer paso Fromm propugna que “el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o la ingeniería.” (página 14).
  2. La teoría del amor, en donde el mismo amor es considerado como la respuesta al problema de la existencia humana. En este nivel, “el amor […] significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.” (Página 37)

En este capítulo, Fromm desarrolla su idea de que el amor es una orientación que se refiere a todos y no a uno. No obstante, no hay diferencias entre los diversos tipos de amor, que dependen de la clase de objeto que se ama:

  • Amor fraternal: aquél que se refiere al amor entre iguales, pero, sin duda, aún como iguales no somos siempre iguales, lo cual está determinado por nuestra cualidad de humanos. Es decir, en la medida en que somos humanos, todos necesitamos ayuda.
  • Amor materno: cuya esencia es cuidar de que el niño crezca, es decir, desear que el niño se separe de ella. Ahí radica la diferencia básica con respecto al amor erótico. En este último, dos seres que estaban separados se convierten en uno solo. En el amor materno, dos seres que estaban unidos se separan.
  • Amor erótico: este tipo excluye el amor por los demás en el sentido de la fusión erótica, de un compromiso total en todos los aspectos de la vida, pero no en el sentido de un amor fraterno profundo.
  • Amor a sí mismo: El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad, se odia.
  • Amor a dios: lo que es, fundamentalmente, una experiencia mental. La forma religiosa del amor, lo que se denomina amor a Dios, es, desde el punto de vista psicológico, de índole similar. En realidad, el amor a Dios tiene tantos aspectos y cualidades distintos como el amor al hombre.

III. El amor y su desintegración en la sociedad contemporánea. En este capítulo, Fromm retoma el concepto de amor en la cultura occidental contemporánea, para preguntar si la estructura social de la civilización occidental y el espíritu que de ella resulta llevan al desarrollo del amor, lo que en principio es una respuesta negativa.

IV. La práctica del amor: Fromm inicia el último capítulo con la siguiente pregunta: ¿Puede aprenderse algo acerca de la práctica de un arte, excepto practicándolo?

La respuesta a dicha pregunta es una invitación a Usted, caro lector, para conocer de cerca la obra de Erich Fromm, de quien el pasado 23 de marzo celebramos su natalicio y el 18 conmemoramos su fallecimiento.

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