13 reasons why.

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 655, del Diario de Querétaro del 23 de abril del 2017.

13 reasons why (2017) es una serie de Netflix que se estrenó desde el 13 de marzo. Clay Jensen, un estudiante de High School algo tímido, llega de la escuela y se encuentra con un paquete anónimo en la entrada de su casa. Al abrirlo, descubre que se trata de una caja de zapatos en cuyo interior se encuentran siete casetes grabados por Hannah Baker, su compañera de clase que recientemente se suicidó. Las cintas fueron enviadas inicialmente a Tony, un compañero de escuela, con las instrucciones para pasar de un estudiante a otro, en el estilo de una carta en cadena. En las cintas, Hannah acusa a cada una de las doce personas (Clay solo es aludido, no acusado) la forma en que cada una jugó un papel determinante en su suicidio, dando trece razones para explicar por qué se quitó la vida.

Desde su transmisión, las posturas en torno a la serie se han polarizado: desde quienes la consideran una serie que refleja desde una perspectiva distinta el fenómeno del bullying, hasta quienes la toman como un drama adolescente sobrevalorado plagiado de estereotipos. No obstante, las posturas, se observa una tendencia por asociar la ficción con la realidad no como una discusión crítica del programa, sino como una falaz y riesgosa interpretación de la realidad. Veamos.

En la serie las amplias y equipadas instalaciones, la importancia del deporte y las actividades artísticas, el ambiente de porristas, el estrato socioeconómico medio-alto, el tipo de convivencia, la búsqueda del ser popular… discrepan profundamente con la mayoría de las escuelas de nuestro país. En nuestras escuelas tenemos graves deficiencias de convivencias escolar, oferta y rendimiento académicos, deserción, adicciones y violencia. De acuerdo a información del INEE, cerca de 600 mil estudiantes de bachillerato abandonan la escuela cada año. Es decir, en nuestro país cada hora 68 estudiantes abandonan la preparatoria[i].

Hanna Baker, el debut protagónico de Katherine Langford, es un personaje predecible, centrado en clichés de adolescentes norteamericanos, errático y frívolo. Es adolescente común, hija única con padres cariñosos y presentes, que no presenta evidencias de manifestar algún tipo de trastorno de personalidad, susceptible a situaciones a las que cualquier chico de la escuela podría estar expuesto. No obstante, decide suicidarse cortándose las venas en la tina de baño de su casa. ¿Por qué asiste a la fiesta en la casa de Bryce, su compañero traficante y adicto que días antes le había agarrado el trasero? ¿Por qué no denunció la violación con el mismo tesón con el que denunció la caída de la señal de Alto?

En nuestro país, las mujeres adolescentes de 15 a 21 años enfrentan situaciones un tanto divergentes a Hanna, tales como acoso, violencia física y verbal, desaparición, abuso sexual y psicológico y feminicidio, y tal parece que no hay interés ni capacidad institucional para detener esto. Por ejemplo, la desaparición de mujeres adolescentes en México está relacionada con grupos criminales vinculados a la trata de personas con fines de explotación sexual comercial; y va en aumento, reporta la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). Las zonas más afectadas por estas desapariciones son la frontera norte y el centro del país. Tan sólo en cuatro años, de los 57 casos registrados en 2010 se pasó a 612 casos para 2014, lo que representa un aumento de 974 por ciento, informó el director de la Redim, Juan Martín Pérez García[ii].

Asimismo, en México, cada año nacen 397 mil 428 bebés cuyas madres son menores de edad, de acuerdo al Instituto Nacional de Perinatología. La causa, en la mayoría de los casos, es por falta de acceso a anticonceptivos y violaciones[iii].

En secundarias y preparatorias mexicanas el 20% de los estudiantes reconoce varias veces al mes haber sido víctima de abuso, burlas, rumores desagradables, empujones, golpes, de manera sistemática. No recurriré al eufemismo anglosajón bullying para referirme a la violencia de la que muchos fuimos víctimas. Ésta afecta directamente a las calificaciones: los que lo sufren obtienen peores notas, concluye un informe elaborado por la OCDE. México se encuentra entre los países donde la violencia escolar es más frecuente. Y sus resultados académicos en el estudio PISA no mejoran desde hace 15 años. ¿A quién le importa?

Un día, la actriz y cantante Selena Gómez terminó de leer 13 reasons why de Jay Asher (Editorial Ámbar, 2007). Desde entonces se mostró interesada en llevar el libro a la televisión. Por cuestiones de agenda y edad, Gómez no pudo ser la protagonista por lo que puso en manos de Netflix la idea, siendo ella la productora ejecutiva. El negocio resultó un éxito porque el público adolescente generalmente suele ser una gran inversión: 3 millones de espectadores en la primera semana. Ya se especula acerca de la segunda temporada.

Es abyecto pensar que la serie es “buena” por los dos últimos capítulos. Se argumenta que la serie aborda temas intocados. Twin Peaks (David Lynch, 1990) o Irreversible (Gaspar Noé, 2002) que, por cierto, solamente se exhibió un miércoles en Querétaro, ya que fue censurada de inmediato, son ejemplos en donde ya se han tratado los temas de suicidio adolescente y violación. Más abyecto aún afirmar que es “buena” por las escenas de violación y suicidio, colocando a la ficción en función del morbo.

Es lamentable que el tema del suicido se relativice a partir de una serie de ficción. He leído opiniones, alentadas por el donaire de las redes sociales, que suscriben los argumentos de Hanna para cometer suicidio acusando a sus compañeros y maestros en trece grabaciones, rayando incluso en la apología del suicidio.

El efecto Werther toma su nombre de la novela Las penas del joven Werther (Austral, 2010) de Johann Wolfgang von Goethe, publicada originalmente en 1774. En la novela, el protagonista sufre por amor hasta tal punto que acaba por quitarse la vida. Fue muy popular entre los jóvenes de la época, muchos de ellos llegaron incluso a suicidarse de formas que parecían imitar la del protagonista. David Phillips, sociólogo que acuñó el término en 1974, elaboró un estudio entre 1947 y 1968 que demostró que el número de suicidios se incrementaba en todo Estados Unidos al mes siguiente de que el New York Times publicara en portada alguna noticia relacionada con un suicidio.

Realidad mata ficción y es imperativo no confundirlas. Varias asociaciones especializadas en salud mental han denunciado acerca de que la serie podría promover el suicidio entre los adolescentes. Kristen Douglas, responsable de la asociación australiana Headspace, considera que la ficción basada en la novela de Jay Ashe expone a los espectadores al riesgo de suicidio. La exposición al suicidio conduce al contagio de este tipo de actitudes[iv].

Por cierto, ¿A quién le importa el suicidio adolescente en Querétaro?

[i] Moreno, T. “INEE: 68 estudiantes dejan la prepa cada hora”. El Universal, 20 de abril del 2017.

[ii] “Aumenta desaparición de mujeres adolescentes en México”. Los Angeles Press, 2 de marzo del 2017.

[iii] Valadez, B. “En México cada día se embarazan 24 niñas”. Milenio Diario, 2 de junio del 2016.

[iv] “Denuncian que Por 13 razones puede incitar al suicidio adolescente”. ABC España, 19 de abril del 2017.

13 reasons why: la música

«Love will tear us apart» de Joy Division.

«Young & Unafraid» de The Moth & The Flame.

«Run Boy Run» de Woodkid.

«The only boy awake» de Meadows.

«Cowards Starve» de Protomartyr.

«Into the black» de Chromatics.

Pero, la versión original es «Hey Hey, My My» de Neil Young & Crazy Horse.

«Fascination Street» de The Cure.

«Skeletons» de Jr Jr.

«Everything always» de Ctznshp.

Una de mis favoritas: «The night we met» de Lord Huron.

«Living in fiction» de Icky Blossoms.

«Amused» de HUNGER.

«Hollow visions» de Eagulls.

«Cinnamon» de Cullen Omori.

«Thirteen» de Elliot Smith.

«It all feels right» de Washed Out.

«The great longing» de LUH.

«In a black out» de Hamilton Leithauser.

«Homestory» de Jenny Zylka (no disponible).

«The Strangers» de la maravillosa St. Vincent.

«The walls came down» de The Call.

«Darklands» de The Jesus and Mary Chain. ¡Estupendo grupo!

«Bye, bye, bye» de School of Seven Bells.

«My life in rewind» de Eagulls.

«24» de Sleigh Bells.

«Elegy to the void» de Beach House.

«Atmosphere» de Codeine.

«The stand» de The Alarm.

«Red song» de Suuns.

«A 1000 times» Hamilton Leithauser.

«Talking with strangers» de Miya Folick.

Continuará…

¿Influencia o plagio? Ha*Ash y Heart

Ha*Ash. Grupo musical conformado por las hermanas Hanna Nicole y Ashley Grace Pérez Mosa que, aunque nacieron en Lousiana, han hecho su carrera en México.

Heart. Grupo musical conformado por las hermanas Ann y Nancy Wilson, nacidas en Seattle, y que hicieron su carrera en Estados Unidos.

Ambas bandas tienen nombres son monosilábicos que inician con «H». El primero es un acrónimo; el segundo un sustantivo. Ambas están conformadas por hermanas. Ha*Ash antepone su imagen a la música, basta ver la transformación de la imagen a lo largo de su trayectoria. Heart ponen a la música antes y después de ellas mismas. Las Heart tienen talento; las Ha*Ash no.

La memoria de las cosas.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 654, del Diario de Querétaro del 16 de abril del 2017.

Los gabinetes de curiosidades, también conocidos como cuartos de maravillas, eran espacios en los que durante la época de las grandes exploraciones y descubrimientos del siglo XVI y XVII, se coleccionaban y exponían gran cantidad de objetos raros y extraños que representan todos o alguno de los tres reinos de la naturaleza de acuerdo a como se entendían y acuñaban en la época: animalia, vegetalia y mineralia, además de las realizaciones humanas. Los cuartos de maravillas son los antecesores directos de los museos modernos.

Es precisamente bajo la premisa de los gabinetes de curiosidades que la poeta Gabriela Jáuregui (Ciudad de México, 1979) construye su primer libro de relatos: La memoria de las cosas (Sexto Piso, 2015), un conjunto de 19 cuentos cortos diseminados en cuatro apartados: Vegetalia, Mineralia, Animalia y Artificialia.

A lo largo de la narrativa, se puede advertir la recurrencia a distintos tonos y voces narrativas que se adhieren a una innegable vocación poética, tanto por la proclividad a la creación de imágenes como en la manera en la que las palabras se van estructurando.

Es precisamente en la construcción de la estructura del lenguaje a través de la cual Jáuregui se permite establecer juegos de palabras que para algunos resultará en guiño poético, mientras que para otros se reducirá a imágenes cacofónicas. Por ejemplo, en el cuento “Pera cocodrilo”: “Huevo, esfera, pera. Fruto mantequilla. Maravilla. Oro verde. Cojones huevos testículos. Fruto afrodisiaco de semilla única” (página 15). O en “Esferas a la esfera, peras esperando, dejan de soñar”, (página 19).

Pero ese juego de palabras incita a la especulación del lenguaje, puesto en perspectiva con nuestras lenguas prehispánicas, no con afán de reconquistar el lenguaje, sino con la intención de que las palabras cobren un sentido y un significado cosmogónico. De esta manera, los aguacates formados y emparentados metafóricamente con los testículos, tienen su punto de encuentro en la palabra nahua ahuacatl o auacatl: especie de drupa llamada aguacate, fruto del árbol del mismo nombre. Testículo. En nuestra antigüedad, a los testículos se les llamaba aguacate, la prueba que da testimonio de la sexualidad del niño. Esa misma raíz (test-) la aportan las palabras testimonio, testigo, testamento…

En este sentido, Jáuregui coloca sus relatos en un epígono literario que encuentra la narrativa cosmogónica, la vocación poética y el estructuralismo lingüística, a veces demasiado academicista, lo cual puede significar un desafío para el lector o un goce estético para el autor.

“Estrategia de supervivencia” y “Follaje” se presentan intercalados como dos ejercicios de microficción contundentes y elocuentes que acaso salieron por algún reducto olvidado del gabinete.

La redundancia es un recurso al que la autora se acerca con insistencia que, si bien fortalece a la imagen de la curiosidad que está siendo construida, no aporta lo suficiente al retrato o relato que se está narrando:

“Sus interacciones eran codependientes. Siempre fueron codependientes. Por eso era adaptable. Se adaptaba fácilmente […] Hermoseaba. Era hermosa, bella. Su belleza era perenne y algunos la llamaban exótica. Era tan exótica, pero tan local a la vez. Dulce, fragante, elegante. Sí, elegante sería lo más preciso”.

Por momentos, esta redundancia sorprende al lector implicado en reiteraciones sensoriales en pleno afán de exploración: “Y verde. Sí: púrpura y verde, sobre todo. Y los volantes. Volantes y más volantes, velos, velamen, holanes”.

El cuento “Citlalli” es en el que Jáuregui coloca todos sus recursos narrativos en una especie de constelación simbólica, un universo inacabado que funge como punto de encuentro para la cosmogonía del gabinete.

Citlalli es un nombre personal femenino de origen náhuatl cuyo significado es «estrella». También se suele escribir como Citlalí o Citlalin. Su forma reverencial es Citlaltzin. Etimológicamente significa estrella del amanecer, estrella nueva y venus como estrella que marca el amanecer. Citlaltépetl (cerro de la estrella) puede referirse al volcán Pico de Orizaba, en Veracruz, o al propio Cerro de la Estrella de Iztapalapa.

Es desde la relación de estos referentes simbólicos y semióticos que la autora construye el relato de una mujer cosmogónica, un arquetipo que se debate en el choque cultural que representa el presente y el pasado, la noción de universo y el erotismo de Venus: “El silencio. Es como si esta masa mojada que soy se extendiera, se esparciera hasta volverse nada. Inútil. Cuando la ciudad duerme, cuando todo está en silencio, me siento inútil. Sólo me queda esta idea, este silencio que es amar al hombre que duerme profundamente al lado mío. Su calor. Sus manos anchas”.

En “Diamante recuerdo”, Jáuregui juega con los recursos y cuenta seis historias distintas a partir de los servicios que ofrece la empresa DeBeers: transformar las cenizas del difunto en diamante. La mujer besando a su hombre a través del anillo. Los tres amigos geeks que deciden hacer un diamante con los restos de Daniela, una especie de ritual en torno al mundo de los cómics. La mujer que hace un diamante con los restos de Fifi, su perra fiel por más de quince años. El diamante hecho con el reticente profesor de Ciencias Políticas.

Y el diamante hecho con los restos de Tiffany, a son de “Diamonds are Forever” de Shirley Bassey, canción utilizada en una de las películas más emblemáticas de James Bond.

Interesante resulta también “Autobiografía”, más por su vinculación con significados (el lector deberá de investigar un poco) que por su postulación política que al final redunda en cliché cursi. En este cuento donde la imagen de Dimitri Beliáyev (escrito en el libro como Dmitri Belyaev), de Friedrich Nietzsche y de Grayatri Chakravorty Spivak (insisto, si quiere enterarse de qué va el cuento el lector deberá de investigar un poco) desvelan más quien está antes de la pluma que lo está escrito por esa pluma. Este cuento, ergo, se pierde en un halo academicista.

Extraña que, al ser escrito por alguien que se ostenta como obsesionada por el lenguaje, La memoria de las cosas presente errores de sintaxis por triste omisión o negligente descuido, al menos en el uso de vocativos: “Todo tuyo Iñaki, ¡a trabajar!” o “Pero sin embargo”, entre varios que se filtraron por el mismo reducto de donde salieron los dos microrrelatos citados supra.

Pudo haber sido un cuarto de maravillas. Jáuregui, fundadora de la editorial Sur+ con sede en Oaxaca, ha decidido que su primer libro de relatos sea solo un gabinete curioso de curiosidades.

Gracias, Sergio.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 653, del Diario de Querétaro del 2 de abril del 2017.

Hacia la mitad de la década de los noventa los ojos del escrutinio público estaban volcados al fenómeno zapatista. La polarización política se alimentó de la violencia de los años 1994, 1995 y de las crisis económicas de entonces. Fuga de divisas, trataban de explicar con eufemismos los comentaristas especializados.

De fondo, había un fenómeno al que pocos o casi nadie le había dedicado su atención: los asesinatos de Ciudad Juárez. Para el periodista Sergio González Rodríguez este fenómeno cobró principal relevancia después de que una amiga muy cercana a él fuera asesinada en Chihuahua, quien en ese tiempo se desempeñaba como periodista para la revista Biblioteca de México, y editor y fotógrafo de la revista Luna Córnea, en donde tuve primer contacto con su trabajo visual y escrito, y en el periódico Reforma, medio que lo envió como corresponsal a Chihuahua para iniciar sus investigaciones acerca del asesinato de mujeres. En 1995 tuvo su primer viaje a Ciudad Juárez.

En su columna para El Universal del jueves 6 de abril, titulada “Sergio y las muertas” Héctor de Mauleón recordaba a Sergio tendido en la cama del hospital tras una golpiza que un grupo de sujetos le propinó al interior de un taxi en la Ciudad de México, a raíz de las investigaciones que Sergio llevaba a cabo.

En éste su Libro de Cabecera de nuestro suplemento BARROCO, número 595, del 7 de febrero del 2016, repasábamos el libro Huesos en el desierto (Anagrama, 2006), trabajo periodístico que recoge el producto de las investigaciones en torno al asesinato sistemático de mujeres en Ciudad Juárez.

En una de tantas tertulias, el poeta y amigo José Homero (Minatitlán, 1965) nos acercó una perspectiva distinta a Sergio desconocida hasta entonces por mí: un periodista apasionado que ha sabido integrar la investigación periodística a su discurso narrativo.

Es quizás por esta virtud particular de González Rodríguez que su discurso se ve influido por un halo de violencia cotidiana puesto en perspectiva desde la estética narrativa. Este halo ha influido innegablemente a escritores contemporáneos, de entre los que destacan a Emiliano Monge hasta el mismo Roberto Bolaño. Bolaño fue quien se acercó a González Rodríguez para solicitar su “ayuda técnica” en la elaboración de la inmensa novela 2666: “una metáfora de México y del pasado de México y del incierto futuro de toda Latinoamérica. Es un libro no en la tradición de aventura sino en la tradición apocalíptica” (Montoya y Esteban, Entre lo local y lo global: la narrativa latinoamericana del cambio de siglo, 1990-2006, Iberoamericana Editorial).

Querétaro recibió en varias ocasiones a Sergio. Unas como comensal en restaurantes taurinos, en el marco del Hay Festival 2016. Otras como miembro del legendario grupo Enigma, en la década de los setenta y, recientemente, el 22 de diciembre del 2012, en el toquín organizado por Circo Volador A. C., en el mismísimo hoyo funky de Felipe Carrillo Puerto que los viera actuar hace casi cuarenta años.

Bajista implacable con su inseparable bajo Rickenbacker, Sergio también fue un punto de encuentro entre voces y posturas tan disímiles. A él llegaban voces como las de Jenaro Villamil hasta del mismo Héctor de Mauleón. Acaso porque el mismo Sergio nunca antepuso algún interés político a su real pasión periodística.

Para no faltar al ámpula anual, reproducimos a continuación la última lista de los mejores libros del año según Sergio González Rodríguez.

Gracias, Sergio.

El mejor libro del año: Luis Villoro, La alternativa. Perspectivas y posibilidades de cambio.

Ensayo: Abraham Cruzvillegas, La voluntad de los objetos; Jaime Labastida, El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana; Omar Nieto, Teoría general de lo fantástico; Maruan Soto Antaki, Reserva del vacío; Ernesto Lumbreras, Oro líquido en cuenco de obsidiana; Guillermo Sheridan, Habitación con retratos; Antonio Calera-Grobet, Sobras completas; Néstor García Canclini, El mundo entero como lugar extraño; José Woldenberg, La voz de los otros; Mario Casasús, Ignacio Manuel Altamirano en Morelos (1853-1901); Hugo Gutiérrez Vega, Otras voces, otros ámbitos; Evodio Escalante, Las metáforas de la crítica; Pedro Serrano, Defensas.

Ensayo político: Israel Covarrubias, Los espejos de la democracia; Froylán Enciso, Nuestra historia narcótica; Raúl Trejo Delarbre, Alegato por la deliberación pública; Enrique Díaz Álvarez, El traslado; Fernando Escalante Gonzalbo, Historia mínima del neoliberalismo; José Manuel Valenzuela y Rossana Reguillo, Juvenicidio; Enrique Krauze, El nacimiento de las instituciones.

Testimonio: Delia Juárez, edit., Así escribo; Orlando Ortiz, Jueves de Corpus; Julián Herbert, La casa del dolor ajeno; Sara Sefchovich, El cielo completo; Wilbert Torre, El despido; Leonardo da Jandra, Diarios (1999-2012); Julio Trujillo, Atajos y rodeos; Fernando Solana Olivares, Viernes.

Crónica: Héctor de Mauleón, La ciudad que nos inventa; Fabio Morábito, También Berlín se olvida; Jenaro Villamil, La caída del telepresidente; Alejandra S. Inzunza, et al., Narcoamérica; Juan Carlos Reyna, et al., Demasiados lobos andan sueltos; Daniel Lizárraga, et al., La casa blanca de Peña Nieto; Diego Olavarría, El paralelo etíope; Rogelio Villarreal, ¿Qué hace usted en un libro como éste?; Antonio Bertrán, Chulos y coquetones; Diego Enrique Osorno, Slim; Francisco Goldman, El circuito interior; Juan Villoro, Paco Ignacio Taibo II, et al., La travesía de las tortugas; Emiliano Ruiz Parra, Los hijos de la ira.

Edición conmemorativa: Mariano Azuela, Los de abajo (Víctor Díaz Arciniega, edit.); Salvador Elizondo, Diarios 1945-1985.

Premio Verborrea Insufrible o Pobres Bosques: Francisco Martín Moreno, México engañado (600 páginas para mostrar que los libros de texto de la SEP están equivocados, ¡puaf!).

Arte y fotografía: Ana Casas Broda, Itala Schmelz, Gerardo Montiel Klint, et al., Develar y detonar; Daniel Lezama, Árboles de Tamoanchan; David Fajardo Tapia, Bandidos, miserables, facinerosos; Dulce María de Alvarado, Performance en México: 28 testimonios, 1995-2000; Aurora Noreña, Ondulaciones sobre el puente; Alejandro Magallanes, et al., La delgada línea que divide el lado derecho del izquierdo.

Cuento: Gabriela Jáuregui, La memoria de las cosas; Luis Jorge Boone, Cavernas; Gabriel Bernal Granados, Murallas; Daniela Bojórquez Vértiz, Óptica sanguínea; Bernardo Fernández “Bef”, Escenarios para el fin del mundo; Alberto Chimal, Los atacantes.

Novela: Emiliano Monge, Las tierras arrasadas; Elena Poniatowska, Dos veces única; Alberto Barrera Tyszka, Patria o muerte; Élmer Mendoza, Besar al detective; L.M. Oliveira, Resaca; Gabriel Santander, La venganza de las chachas; Fabrizio Mejía Madrid, Un hombre de confianza; Julio Patán, Negocio de chacales; Hernán Lara Zavala, Macho viejo; J.M. Servín, Al final del vacío; Antonio Ortuño, Méjico; Sandra Lorenzano, La estirpe del silencio.

Poesía: Carmen Boullosa, Hamartia (o Hacha); Jorge Esquinca, Cámara nupcial; Rocío Cerón, Nudo vórtex; Luigi Amara, Nu)n(ca; Feli Dávalos, Mongolia; Julia Santibáñez, Rabia de vida; Eduardo Milán, Donde no hay; Julio Eutiquio Sarabia, El tenue rededor del mundo; Ana Rosa González Matute, Brizna de hierba; Héctor Carreto, Testamento de Clark Kent; Roberto Tejada, Todo en el ahora.

Primera novela: Bruno H. Piché, Los hechos; Verónica Gerber, Conjunto vacío; José Manuel Cuéllar Moreno, Ciudademéxico; Eduardo de Gortari, Los suburbios; Vicente Quirarte, La isla tiene forma de ballena; Roberto Wong, París D.F.

Antología: Eduardo Antonio Parra, comp., Norte; Orfa Alarcón, et al., El silencio de los cuerpos; Juan Domingo Argüelles, Breve antología de poesía mexicana; Carlos Martínez Rentería, et al., De equivocaciones y barbarie; Cristina Rivera Garza, et al., Con/dolerse.

El peor libro del año: Rossana Fuentes Berain, México 2020 (Medalla de Oro de Candidez Ultraliberal).

 

¿Influencia o plagio? Labios rotos de Zoé.

Esto es muy sutil y estrictamente a nivel melódico. Intuía que esa melodía la había escuchado antes, el mismo movimiento melódico en el primer verso del estribillo de «Labios rotos» de Zoé:

«Es raro el amor ah, es raro el amor ah
No importa la distancia, ni el tiempo ni la edad».

Un enunciado y una interjección como respuesta, en la misma dirección, en la misma tonalidad, no puede ser casualidad: ¡es demasiado parecido a «Crystal» de New Order:

We’re like crystal
(Hey)
We break easy
(Hoo)
I’m a poor man
(Hey)
If you leave me
(Hoo)

Sí, la canción de New Order es muy superior. En fin.

¿Influencia o plagio?

¿¡Influencia o plagio? Iberia sumergida de Los Héroes del Silencio

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La primera estrofa de «Iberia sumergida» del disco Avalancha de Los Héroes del Silencio comienza así: «Amanecí con los puños bien cerrados/Y la rabia insolente de mi juventud».

El poema «Otra noción de patria» de Mario Benedetti comienza así:

Hoy amanecí con los puños cerrados
pero no lo tomen al pie de la letra
es apenas un signo de pervivencia
declaración de guerra o de nostalgia
a lo sumo contraseña o imprecación
al ciclo sordomudo y nubladísimo.

¿Influencia o plagio?

La superficie más honda.

 

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 652, del Diario de Querétaro del 26 de marzo del 2017.

México es tierra de narcos. Ese destino manifiesto e involuntario permea la realidad cotidiana de su gente, postrada en una rutina de violencia sistémica, sin tiempo para la reflexión y sin recursos para la contención.

He de reconocer que gracias al taller de escritura creativa cada martes con Fernando Tamariz, en el CEART, he adquirido nuevos enfoques y recursos para la creación y para la lectura crítica, una diferenciación pertinente que ha potenciado mi pasión por el relato.

A la mesa llegó de nuestro Libro de Cabecera llegó La Superficie Más Honda (Random House Mondadori, 2017) de Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), un compilado de once cuentos hilados temáticamente por el influjo de la violencia nuestra de cada día.

En principio esto se antoja a lugar común para los autores contemporáneos de la narrativa de los últimos quince años, al menos desde la frontera hasta los pertenecientes a la llamada “Generación inexistente”. No obstante, Monge desafía al lector con una temática, si bien recurrente, planteada desde una pluma breve, evocadora, rampante, concisa y heterogénea.

Politólogo por la UNAM, docente de la misma institución, Monge es autor de relatos, crónicas, reseñas literarias en la revista Letras Libres y La Jornada, y en el suplemento de libros Hoja por Hoja del periódico Reforma. También se desempeña como editor de libros y revistas, aunque en la actualidad se desempeña mayormente como escritor de tiempo completo. Ha sido beneficiado por el Sistema Nacional de Creadores del FONCA.

En esta semana, una candente e interesante discusión se gestó entre un grupo de colegas respecto a la expresión de una de nuestras superiores quien, abrumada por la violencia desatada en las últimas semanas en nuestro país, se refirió a las víctimas como “nuestros muertitos”. Al utilizar “nuestros” eufemismo (porque, a pesar de adoptar un tono de victimización y autoconmiseración, al final del día eso es un eufemismo), nuestra compañera acude a la apropiación de la víctima como uno de los nuestros, y a la retribución moral de llamarle “muertito” a una persona asesinada o muerta en hechos relacionados con alguna de las distintas expresiones del crimen organizado. “Nuestros muertitos” apela a nuestra capacidad irracional de integrar la tragedia y la violencia a nuestra vida cotidiana, como una especie de mantra, el accesorio macabro que nos distingue como ciudadano de este país. Más grave aún, los eufemismos contribuyen a la configuración generacional de un mosaico simbólico que solidifica la cultura de la violencia como una expresión folclórica.

¿Qué encontrará el lector en La superficie más honda?

El manejo de los tonos, es decir, el carácter o modo particular de la expresión y del estilo de un texto según el asunto que trata o el estado de ánimo que el autor pretende reflejar a través de su personaje, es peculiar por su contraste discursivo: el lector puede acudir desde la perspectiva del personaje a una situación límite, pero con un minimalismo establecido como una genuina concreción de ideas a través de textos trabajados, no obstante la breve extensión de cada relato.

En “Alguien que estaba ahí sobrando”, el protagonista (agonista, podríamos decir en este caso) emprende un viaje a Aquila, Michoacán en la búsqueda de quien puede ser un eventual amor de su vida. Pero en México se congregan muchos méxicos y, en el caso de Michoacán, esa realidad se condensa. Ya Rulfo nos adelantaba la incursión a tierras candentes, a espacios en efervescencia y en pleno debate entre la vida y la muerte.

En Aquila la vida pende de una huida, teniendo como escenario una tierra lejana en donde la miseria y la mezquindad se han instalado en el sentir de una población agreste como mecanismo de defensa.

En “Testigos de su fracaso” se presenta la perspectiva del nomadismo pendular al que una familia se ve conminada. La presencia latente de un ente anónimo en juego con un discurso sugestivo es suficiente para mantener en estado de alerta a quien involucra la lectura. Los sentidos se ven confrontados en el juego que la angustia y la celebración navideña en donde los protagonistas infantiles no tienen la más remota idea de qué es lo que está ocurriendo.

El estilo de Emiliano Monge es estridente sin recurrir a la militancia oportunista. La violencia, pues, es leimotiv, no el fin. La violencia ha dejado de ser una consecuencia para convertirse en algo natural, pero que quedado expuesto bajo el tamiz de la literatura.

En “Lo que no pueden decirnos” el huir de los personajes, en contraste con el de “Alguien que estaba ahí sobrando”, transmuta para ofrecernos una persecución distinta, más cercano al instinto de supervivencia que a la movilidad por conciencia de clase. Los dos protagonistas huyen ante una realidad donde las apariencias son certezas de que ni siquiera la huida nos puede sacar de esto: una especie de extranjeros en su tierra, parafraseando a Agustín Escobar Ledesma, más cercanos de lo que nos podemos imaginar.

A pesar de la necesidad de otorgar nombres a los personajes, Monge acierta en otorgar un carácter a veces genérico y otras anónimo, porque la violencia no hace distinciones de ninguna naturaleza. Más que del morbo, el lector es partícipe de la ignominia de la normalización de la violencia de la que ya se habló arriba. México es la distopía que se plasma en La superficie más honda con un cúmulo de evidencias contundente. Al menos el lector encontrará una salida el término del libro que, por cierto, se lee en unas cuantas horas. No así los personajes, quienes están prácticamente condenados a cohabitar de manera perpetua en la colección de los no-lugares.

De madres, perros y lotes baldíos.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 651, del Diario de Querétaro del 26 de marzo del 2017.

El viernes 12 de noviembre del año 2004, cuando una plaza era simplemente una plaza, montones de gentes nos arremolinábamos en torno de mesas improvisadas sobre la plancha de Plaza de Armas. Estaban regalando libros.

Por esos días, el Centro Histórico tenía más librerías que en la actualidad: la Librería Cultural del Centro, El Alquimista (indispensable), la en aquel entonces moribunda Librería de Cristal, la Librería México (casi enfrente de la de Cristal), una librería pequeña sobre avenida Pasteur en donde encontré ediciones conmemorativas de El Mahabharata y la librería Un Lugar de la Mancha, en donde vendían uno de los cafés más exquisitos que he probado, que posteriormente albergaría a la extinta Librería del Fondo de Cultura Económica “Ricardo Pozas Arciniega”.

Regalaban pequeños libros, a muchos curiosos se les hizo poco: uno volumen pequeño de menos de cien páginas, con pastas coloreadas de un amarillo mostaza inconfundible, en cuyo centro se presentaba una mandala de iguanas. Varios decidieron darle una oportunidad, lo pusieron bajo su axila y se largaron de allí. Algunos vieron la oportunidad de improvisar un regalo pequeño pero sofisticado para dar a su pareja. Los muy pocos se emocionaron porque se trataba de un libro de poesía. Y solamente a un puñado nos importó el título y el autor del libro: Lotes baldíos (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, 2004) de Fabio Morábito (Alejandría, 1955).

Pero Lotes baldíos ya había parecido desde hace 20 años para aquel entonces. “Cómo suena Lotes baldíos veinte años después? El tiempo no ha modificado su poesía ni el oído de este lector para su música. Su canto, entre juguetón y antiguo, cuenta en versos cortos, la mayoría heptasílabos, una historia con oído fino y verdadero”, dice Antonio Deltoro en el prólogo de aquella memorable edición.

Madres y perros (Sexto Piso, 2016) es el más reciente libro de cuentos de Fabio Morábito. Reúne quince relatos con temáticas y escenarios variados dispuestos en su mayoría desde un enfoque cotidiano e intimista.

“El velero” es un relato con tono nostálgico, en donde el personaje principal confronta la alteración del espacio propio, la casa como una metáfora del pasado y de la memoria, ajena a los ojos de los nuevos habitantes. Un estuche narrativo que se ancla con el destello memorístico de quienes hemos sucumbido a la movilidad, pero puesto en perspectiva subjetiva, allá donde la memoria se encuentra con la conciencia.

“Madres y perros”, el que da título al volumen, es un retrato familiar de dos hermanos que atraviesan un momento de zozobra a propósito de la muerte de su madre. El elemento que funge como detonador dramático es un perro que, en contraste con los personajes humanos, permanece a lo largo del cuento encerrado en su propio espacio. Es aquí donde la pluma de Morábito, valiéndose de una genuina sencillez y exenta de toda clave metarreferencial oportunista, persuade al lector y lo sorprende a sí mismo en su propia subjetividad. Los temores, las filias y el proceso de duelo se trastocan de manera indirecta ante la muerte de un familiar. La conciencia y el dolor son finamente matizados en un relato que propicia posteriores relecturas.

“Tumbarse al sol” es acaso un relato que funciona en la medida en que nuestros complejos y nuestra conciencia de clase entran en juego. No obstante, esto se narra sin enfoques aleccionadores ni perspectivas ideológicas, pero colocando al protagonista en un contexto que no le pertenece, ajeno a su realidad, tan ajeno como la mujer que incursiona circunstancialmente en dicho contexto. Entre el rumor de un deseo tan genuino como inaudito y una profunda depresión apenas sugerida, Morábito entrega un relato sugestivo.

Mientras que el personaje de “En la pista” es atrayente por su doble carácter que se debate entre la irreverencia de la senectud y la violencia extradeportiva, el personaje de “Celulosa nítrica” recupera de la memoria la importancia que las personas le entregamos a las cosas cotidianas que sustentan nuestros días, aparentemente insignificantes pero elocuentes en cuanto a su capacidad de dotarnos de dignidad y valor, máxime si se trata de la escritura, en cualquiera de sus formas.

La anécdota de “Más allá del alambrado” recupera las memorias de la infancia en los tiempos en que volar un balón a la casa del vecino era cosa de todos los días, cuando la ética del juego lo abarcaba todo. Por su parte, “Los holandeses” esgrime una posibilidad que recuerda las grandes esperanzas de Dickens, pero en la perspectiva de un recuerdo fotográfico. La idea de una eventual confrontación a la luz del tiempo seduce al lector quien junto al narrador emprende la búsqueda del recuerdo.

Mientras “Roxie Moore” es un cuento metatextual que apela a referentes mediáticos propios de la cultura de la pornografía gráfica impresa y digital, una especie de fantasía generacional manifiestamente compartida, “Panadería nocturna” presenta una narración dual entre la soledad y el carácter huraño en las postrimerías de la otredad.

“La fogata”, quizás el título menos sugerente pero determinante para la memoria, es una oda a la renuente presencia de los apegos infantiles, del marasmo emocional de la soledad y del silencio. “Oncólogo” es un relato que bien podría encajar en una adaptación televisiva para los nuevos discursos narrativos multimedia (Netflix o Amazon Video), una especie de sitcom literario que juguetea con la presencia latente y macabra del cáncer.

“El balcón” es una metáfora con dedicatoria a la memoria y a los apegos críticos de la familia extendida, cuyos lazos son sometidos a una tensión generacional. “The next stop” es un cierre digno, anecdótico y cercano, con el peso de personajes cotidianos pero con la consigna de que aquellas pequeñas cosas son determinantes para una existencia rotunda.

Quizás el relato en el que mejor se integran los elementos cuentísticos es el que se titula “En la parada del camión interestatal”, no solo por el cambio radical de tono, sino por la construcción de escenarios abandonados, espacios alejados de nuestra realidad, pero tan cercanos e íntimos como nuestra propia cultura. Los dos personajes anónimos se baten desde el inicio en un duelo de posibilidades, donde el hecho puntual es trasladado de un lado a otro de la carretera interestatal, el margen físico que separa a los dos hombres. La maestría de Morábito logra integrar elementos estéticos propios de los escenarios mexicanos, sin la estridencia trágica que se respira por momentos en los cuentos de Emiliano Monge o en la narrativa de Antonio Ortuño, sin la necesidad de recurrir pretenciosamente a referentes rulfianos.

No obstante, en esa carretera hemos estado todos, con lo cual el elemento de la verosimilitud se subleva ante el hecho literario. Se cuenta más con menos porque cobra relevancia el fenómeno de la violencia, la imbricación del individualismo y hasta el reflejo del narco, pero sin hacer alusión directa: narrando más con menos. En desenlace del cuento es tan soberbio como hilarante.

En 2004, el gobernador de Querétaro era Francisco Garrido. Guadalupe Murguía era secretaría de educación mientras que Manuel Naredo coordinaba el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes. Manuel Cruz era el jefe del Fondo Editorial de Querétaro.

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