La violencia nuestra de cada día

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 673, del Diario de Querétaro del 27 de agosto del 2017.

Al día de hoy el mainstream de nuestra narrativa nacional es la violencia. Libros, películas, series de televisión, obras de teatro, telenovelas, discursos de políticos, canciones… La violencia ha pasado del exotismo a la folclorización llegando a la normalización simbólica hasta nuestros días. Y vaya que es redituable.

Aunque por su estridencia pierde contundencia, lo más deplorable es que la violencia en gran parte de nuestra narrativa ha dejado de ser sutil: se ha descarado con la fuerza comercial del best seller.

No sería descabellado que las editoriales le apostaran a la violencia como género literario, con la etiqueta de género como quien buscaba en los noventa discos de rock alternativo. Pero esa etiqueta, si existiere, debería de tener una nota aclaratoria: se trata de Literatura de Violencia Mexicana.

¿Por qué hablamos de etiquetas? Porque la violencia vende y vende bien. No importa de qué vertiente política o ideológica provenga el autor. La violencia mexicana, como etiqueta genérica, es en tabulador discursivo que ha congregado dentro de sí una colección de clichés para lectores inocentes tal, que cuando uno brinca de un libro/autor a otro, pareciera que estamos leyendo un mismo texto.

Violencia criminal, violencia sexual, violencia verbal (alimentada desde el gatopardismo oportunista), violencia de género (aprovechada por remedos del activismo social): la violencia nuestra de cada día. Si antes los autores recurrían a la literatura fantástica o a su propia imaginación, ahora les basta voltear a ver la realidad, su realidad, esa de la que tanto desdeñan, pero de la que invariablemente se nutren. Basta acudir a la nota roja para esgrimir ideas a partir de los rudimentos que la nota roja arroja.

Más que hablar de representaciones nuestra literatura se ha ocupado de aportar personajes, pero estos personajes, a su vez, son genéricos y, por ende, olvidables. Acaso los que perviven sean basados en su referente real: El Chapo, El Señor de los Cielos, La Reina del Sur…

Básicamente podríamos plantear dos categorías de la violencia literaria. A saber:

  • Las heridas específicas que los personajes se infligen dentro de la obra, unos a otros: tiroteos, puñaladas, ahorcamientos, ahogamientos, envenenamientos.
  • La violencia narrativa que afecta a los personajes, también llamada violencia autoral: la muerte y el sufrimiento que los autores introducen para favorecer el argumento o por la correspondencia con el tema, y cuya responsabilidad recae en el autor mas no en el personaje.

La violencia en la literatura puede ser simbólica, temática, bíblica, shakespereana (muy superior a Game of Thrones, por cierto), romántica, alegórica, trascendente. En contraste, la violencia en nuestra vida cotidiana es manifiesta, concreta, contundente. Las mentadas de madre en el tráfico ya inclemente de los días pico (atrás quedaron las vilipendiadas horas pico), los amagos, los golpes en una riña, se remiten a una mera agresión. Los asesinatos en nuestra entidad corresponden a un tema sociológico-antropológico-jurídico. La violencia en la literatura se remite a algo más.

En la literatura, la violencia es un concepto que se vuelca en el argumento y se ejecuta a través de los personajes. No obstante, de manera muy recurrente la violencia se ha decantado por competir inútilmente con el mundo real. La línea simbólica entre la realidad real y la realidad ficcional se están confundiendo no a favor de la literatura, sino a favor de la violencia como fenómeno en sí. Algunos autores deberían pagar regalías a víctimas y sicarios de lo que se está narrando.

Porque nuestros discursos y recursos narrativos, sean literarios, cinematográficos o televisivos, le han otorgado a la violencia la cualidad de ser fin, pero no medio. De a poco y al compás de las circunstancias, hemos renunciado a nuestra ingenuidad queretana ante el tema de la violencia con el toque de la delincuencia organizada. Antes nos sorprendíamos, ahora estamos buscando la manera de aquilatarlo. Pero en la violencia de la narrativa nos ofrece la posibilidad de encontrarnos en aquello de lo que estamos huyendo.

La muerte normalizada pierde solemnidad y gana en contenido gráfico y explícito. La muerte sin fin (valga el guiño intertextual) se ha vuelto accesible, populachera, ligera, sin resonancia, es la muerte por sí misma. ¿Acaso será por eso que, en las nuevas narrativas, específicamente en los escritores de menos de 40 años, la muerte por sí carece de densidad?

La literatura se está arrodillando al hecho real, en claro desprecio al hecho literario. ¿Qué ocurre por debajo de la violencia? En la realidad real, la violencia es sintomática de la corrupción, la delincuencia organizada, el narcotráfico, entre otros referentes. En la literatura, sin considerar la propuesta irrenunciable del género negro, por debajo de la violencia hay más violencia, en plena defenestración de cualquier intención artística. Se nos ha olvidado que la violencia es una acción simbólica, más allá que escenas de descabezados, violaciones tumultuarias, masacrados.

La literatura de la violencia por sí se asume como irreverente, con claridad, defienden algunos reseñistas aduladores. En la fútil competencia entre realidad y ficción el autor siempre va detrás, aunque la realidad nos presente lo contrario. De los autores mexicanos más vendidos, un grupo nutrido escribe con claridad a partir y para la violencia. Como Camus, pienso que los que escriben con claridad y sin el artificio de la sutileza siempre tendrán lectores; los que escriben oscuramente tendrán un puñado de comentaristas.

El lector no debería de pecar de ingenuo ante la realidad cotidiana ni ante la violencia narrada. El éxito de Game of Thrones, sustentado a lo largo de siete temporadas, radica en la conjugación de los grandes temas: muerte, amor y, sobre todo, poder. La violencia, estrictamente gráfica y ejecutada con estridencia, funciona como un medio de dichos temas, en un universo narrativo literario debajo del cual subyace algo más profundo, no la violencia en sí y para sí.

Hoy, la violencia es nuestro tema redituable. Muchos autores y empresas culturales lo saben, como el Teatro en Corto o Micro Teatro México, por citar un ejemplo. Mañana será la pornografía o algún otro y habrá siempre lectores y espectadores para consumir estridencias.

La violencia vende y muchos autores esperan que la violencia siga dando de sí.

6 razones para no asistir a «Lomas de Poleo»

Venus

Imagen: Venus. Autor: Carlos Campos.

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 612, del Diario de Querétaro del 12 de junio del 2016.

Hay razones para no asistir a la corta temporada de la obra de teatro Lomas de Poleo. ¿Acaso eso explicará la sala semivacía del multiforo del Museo de la Ciudad el pasado miércoles 8 de junio, en la función de 20:00 hrs.? Veamos.

Razón 1.

No vamos a ver Lomas de Poleo porque en Querétaro el teatro es un ente vivo que da respuesta a las inquietudes estéticas y simbólicas de la población queretana. Es tal la viveza de nuestro teatro, tanto en el esfuerzo privado como en el apostolado público, que Lomas de Poleo no pasa a ser más que una anécdota accesoria.

Razón 2.

Tal viveza se manifiesta en la gran cantidad de obras teatrales que se presentan en la actualidad. Querétaro y San Juan del Río, por decir algo, son entidades donde el teatro forma parte de la vida pública. Dramaturgos y actores encuentran en nuestra ciudad un reducto virtuoso para ejercer el teatro, sin restricciones, sin dádivas, sin ofertas para presentar sus obras gratuitamente, so pena de pasar al más abyecto de los olvidos porque, de acuerdo a aquel criterio impropio a nuestra realidad, el “presentar tu obra gratis es para que tengas foro”. Por fortuna, en nuestra entidad esas prácticas simplemente no existen. Ergo, Lomas de Poleo no tiene nada nuevo qué ofrecer.

Razón 3.

En pleno siglo XXI, nos encontramos con la certeza de que un gran número de personas conoce estrechamente el fenómeno social del feminicidio: sus causas, sus consecuencias, las regulaciones en materia civil y judicial al respecto. Las escuelas han abordado confrontado prudentemente pero con rigor académico dicho fenómeno. Varios grupos interdisciplinarios han impulsado iniciativas de ley para fortalecer la prevención, la investigación, la denuncia, la persecución del delito y la impartición de justicia. Es más, en nuestra sociedad queretana el horizonte simbólico respecto al fenómeno ha cambiado. Si antes, para referirnos a aquella insondable y terrible efeméride recurríamos a la denominación “Muertas de Juárez”, ahora lo hacemos desde el intransigente binomio “Asesinadas de Juárez”. Porque, total, muertas hay en todos lados… Cito un ejemplo. La Universidad Autónoma de Querétaro, en colaboración con la Comisión Estatal de Derechos Humanos, organizaciones no gubernamentales, representantes ciudadanos, familiares de víctimas, e investigadores autónomos, acaba de publicar el volumen El caso de las asesinadas de Querétaro: un estudio multidisciplinario donde se llega a la hilarante conclusión de que en nuestro estado no pasa nada. Por lo tanto, la obra Lomas de Poleo nos es totalmente ajena.

Razón 4. Estamos en pleno siglo XXI y la noción de mujer ha cambiado. La mujer queretana puede caminar por las calles tranquilamente, porque el estigma cuasi onomatopéyico del mamacita ha quedado en el olvido. Sírvase usted, caro lector, a vivirlo desde su propia experiencia. Basta permanecer cinco minutos parado, en acción de esperar el Red Q, en la parada de la Alameda, digamos, para comprobar lo dicho líneas arriba. Ningún humilde peregrino se rebaja a espetar piropos que avasallan más que el insulto: mamacita, quiero, chiquita, rico, cosita, en esa cola sí me formo, ¿te acompaño?… de lo más ligero; qué rico culo, te invito el hotel, qué ricas tetas… y así, hacia el inframundo. Doy fe. De eso las queretanas ya no se preocupan. Las vertientes simbólicas de convivencia han evolucionado. Las mujeres dejaron de ser tratadas como objeto sexual a partir de que han subido su rango a personas. Si bien no fue fácil dar ese paso en la evolución, ahora a la mujer se le respeta. Si un automóvil en pleno tránsito de hora pico evidencia ausencia de pericia, ya no deducimos que una mujer va al volante. Por lo anterior, Lomas de Poleo sería un montaje inútil, prescindible por la composición cultural de nuestros estratos sociales. En Querétaro la mujer convive en un entorno sin violencia sistemática de género.

Razón 5.

Porque en Querétaro no se encuentran cadáveres embolsados de mujeres. Y si llegase a encontrarse (hechos aislados, les dicen) es porque delincuentes de estados circunvecinos vienen aquí a cometer sus fechorías. O, en el más común de los casos, es porque la mujer se lo buscó. Sí, se trata de eso. Seguramente la mujer vestía de esas faldas que no dejan nada a la imaginación. O probablemente andaba en malos pasos y pues, si vivimos en un estado sin violencia sistemática hacia el género femenino, no es bien visto que una mujer embauque a los hombres porque tarde que temprano acabará recibiendo una lección. O seguramente se trataba de uno de esos seres abyectos llamados prostitutas: nereidas urbanas que siembran a su paso el germen de la discordia, inmiscuyéndose en el maleficio del adulterio y manando la pus de la disfunción familiar. De esas estampas quiméricas ya quedan muy pocas. Renuentemente se les ve subsistiendo en reductos magros de la zona limítrofe de la mancha urbana a donde la gente de buena fe no acude. Salen de noche porque envidian la integridad de las familias diurnas de bien. Y si se encuentran embolsadas es porque vaya usted a saber, caro lector, en qué condiciones se encontraban las muy ingratas. Lomas de Poleo solamente vendría a presentar un anacronismo, a actualizar cliché femenino defenestrado, y a hacer apología de un no lugar inaudito para nuestra sociedad queretana.

Razón 6.

Porque en nuestra sociedad libros como Huesos en el desierto (Anagrama, 2002) de Sergio González Rodríguez o 2666 (Anagrama, 2004) de Roberto Bolaño, forman parte de nuestro capital literario mínimo. El criterio del queretano es distinto. No, señor, en Querétaro no les decimos marías a nuestras indígenas. No, en nuestro estado las mujeres no tienen salarios diferenciados porque ganan igual que los hombres. No, en nuestro estado las mujeres no son adictas al alcohol o a otras drogas, ni ocupamos los primeros lugares a nivel nacional en este rubro. No, en nuestro estado el índice de embarazos no deseados en niñas de 15 a 21 años se mantiene por debajo de la media nacional.

Pero no debemos de preocuparnos y podemos regresar a dormitar a nuestros laureles. A la obra de teatro Lomas de Poleo, del dramaturgo mexicano Pilo Galindo, bajo la intensa dirección de Sofía Salomón solamente le quedan dos días: 13 y 15 de junio, después de haberse presentado los días 1, 6, 7 y 8 ante un aforo cadavérico.

La manera en que el grupo de actores describen desde una estética avasalladora la coexistencia de los feminicidas, de las inanes autoridades y de los devastados familiares se irán para siempre, desaparecerán en ese mismo inframundo que se dibuja en el montaje, al igual que desaparecen los nombres de las asesinadas. Esta obra, que habla de niñas asesinadas por una violencia extrema y sistemática por su condición de mujer, es un ensayo dramatúrgico del ensañamiento hacia la mujer, potenciado por la extrema pobreza y marginación manifiesta en colonias suburbanas. Lomas de Poleo no es nuestro reflejo. ¿O sí?

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