Cuando la libertad de expresión es una abstracción.

«La libertad de expresión es una abstracción», había dicho el Dr. Carlos Dorantes, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro. En aquella ocasión, un grupo de estudiantes protestaban porque se les había solicitado retirar un desplegado que defendía una causa en nombre de la facultad, mas no a título de los interesados. Es seguro que, en su momento, nadie haya entendido la expresión de Dorantes.

El presidente de México, Enrique Peña Nieto (EPN), en su reciente gira de trabajo por Chiapas reconoció a Julión Álvarez, cantante de música vernácula, como «un gran ejemplo para la juventud mexicana». Acostumbrado a la improvisación torpe y al vilipendio virtual, el mandatario agregó más leña a la pira de la impopularidad y el escarnio nacional.

Más allá de los lugares comunes (que si EPN es inculto, imbécil, torpe, escueto, estúpido…) que han contruibuido a una ceguera colectiva tan hilarante como inutil, la anécdota destaca por las implicaciones vinculadas a la libertad de expresión y abona a desvelar la rampante polaridad de posturas.

Mal haría en tratar de indefender lo indefendible: un político estulto y aficionado al autoelogio como pretexto para la conflagración. Pero quizás EPN no esté equivocado en esta ocasión. Julión Álvarez sí es ejemplo para la sociedad mexicana, no solamente para el sector juvenil. Es un referente –nos guste o no– para la cultura popular contemporánea. Sus canciones son cantadas, dedicadas y reproducidas por un gran sector de la población. Es la clara muestra de que el déficit educativo nos lleva la ventaja, pero al menos estamos en un país que se presume democrático y que, paradójicamente, las bases para escuchar al Julión están debidamente garantizadas.

El asunto se torna más complejo. No son pocos los que, aficionados a la música vernácula mexicana, también se unen casi instintivamente a la horda antiEPN, en una lógica que ya comenzó a aburrir. La demagogia tiene sus medios y sus adeptos, pero también sus peligrosos aliados. Ciertamente, nos embarcamos no en un resentimiento aristocrático, sino en un fanatismo porril tan acrítico (y alérgico a la autocrítica) como exhacerbado. De esta manera, la oportunidad para el diálogo cede su su lugar a la conjura de los necios. La pifia oportunista abre la puerta a la rabieta connacional en la revolución virtual multiplataforma, tan socorrida en estos tiempos.

En este país tristemente es necesario seguir hablando de minorías porque en cuestión de mayorías la desigualdad se encarga de hacer el trabajo sucio. Nuestro gobierno históricamente corrupto tiene muy poco de que preocuparse porque sabe que ante sí tiene una sociedad caníbal, adicta al autogol y al trolleo masivo, susceptible de la autoflagelación, donde la libertad de expresión seguirá siendo una abstracción, la bandera revolucionaria de unos cuantos, el crisol donde se liberan los complejos de un pueblo resentido consigo mismo.

Ese insoportable silencio de Andreas Lubitz.

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Las primeras escenas con las que inicia The Happening (M. Night Shyamalan, 2008) muestran un momento perturbador: personas heterogéneas, comunes y corrientes deciden repentinamente suicidarse. En este momento la película prometía mucho. ¿Qué causaría que, de pronto, las personas decidieran suicidarse en el momento? Con un halo híbrido entre apocalíptico y conspirador, la película se resuelve con un contagio generado a partir del contacto humano con una sustancia que generan las plantas como mecanismo de defensa.

En la mañana del 25 de marzo, un avión de la aerolína de bajo costo Germanwings cayó en los Alpes franceses con 150 personas a bordo. No hubo sobrevivientes. Las primeras investigaciones indican que el copiloto del avión hizo descender voluntariamente la aeronave, de acuerdo a las palabras de Brice Robin, fiscal de Marsella. El copiloto habría presionado deliberadamente el botón de pérdida de altitud.

Minutos antes del impacto, la respiración del piloto era de un «humano normal», es decir, no develaba la posibilidad de que el copiloto sufriera algún tipo de ataque cardiaco. Gritos de pánico, de socorro, de muerte, fueron escuchados minutos antes de la colisión. La mayoría de los viajantes no se percataron de que el vuelo en el que viajaban era piloteado por un asesino con tendencias suicidas, o un suicida asesino, autor de uno de los más grandes crimenes de la historia de la aviación europea.

Andreas Lubitz, de 27 años, originario de una ciudad pequeña entre Düsseldorf y Frankfurt, piloto novel con poco más de 600 horas de vuelo, no aparece en la lista de los más buscados ni hay en su autero haber algún indicio violento o tendencia suicida. Vivía con sus padres y, en no más de tres meses, habría renovado su licencia para volar. Simplemente, aprovechando una salida del piloto, impidió el regreso de éste a la cabina. Ensimismado y respirando, Lubitz simplemente decidió estrellar el avión.

Acaso desde la ficción podemos conjeturar hipótesis que nos acerquen a la verdad. No tenemos más que amargas confesiones auditivas de las cajas negras, limitadas mecanicamente a recoger respiros y gritos para cerrar con un silencio literalmente sepulcral. Imagino en un intimismo trágico la escena, un piloto desesperado por entrar a la cabina de control, un Lubitz con buen parecido, con uniforme perfectamente ajustado, con la sonrisa muerta, con le descaro moral de los «tipos normales», con un elegante laconismo en su mirada, con una canción pop rondando en su mente. Acaso sedente, resignado, callado, con un silencio matizado por sonidos de turbina en desaceleración, tal y como solía comportarse Lubitz cotidianamente.

Paréntesis.

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Para los que somos turistas pendulares, la carretera es nuestro sitio de recreo. Un recorrido diario de 45 minutos o de 75 kilómetros de ida y los mismos de regreso (el lector puede elegir su propia medición) es una terapia autoinfundida. El sonido del motor a veces sustituye al de los latidos.

Pero hay espacios, a veces gratuitos, que rompen con la cotidianidad de la cinta asfáltica. El usuario puede entablar un diálogo transparente con los espejos de esos espacios. O al menos una invitación lacónica pervive. En su mayoría están conformados por una habitación efímera, condenada a recibir perpetuamente heces como instantes. Los pensamientos fugaces de los conductores cotidianos quedan entramados en un ir y venir de autos vedados al deseo de fuga.

En esos espacios donde cualquier presencia es ajena, la conciencia no sirve porque no hay sentido de pertenencia a ninguna parte. La acción absurda de mirarse al espejo es una burla de uno mismo. Y así, los espacios van acumulando retratos móviles de turistas inéditos.

Cuando el profesor es el peor enemigo del estudiante: un caso de negligencia educativa a nivel universitario.

Cierto profesor encargó un día a sus estudiantes de licenciatura un ensayo (tal vez es necesario que el lector prepare una carcajada) acerca de la influencia del arte renacentista y barroco en el arte contemporáneo.

Lo anterior dejaría de ser gracioso salvo porque los estudiantes no reúnen las competencias ni habilidades mínimas para elaborar un ensayo: ni tienen la menor idea de lo que es un ensayo, pues.

Solamente dios sabe qué método utilizaron los estudiantes de dicho profesor para cumplir con la estrambótica tarea. A continuación se presentan algunas evidencias de cómo se construyó el trabajo en uno de los estudiantes. Tal vez no necesitemos ser dios para deducir el método. Se recomienda discreción.

1. Cuando la gramática es un estorbo.

Cito:

«Lo que confiere en este escrito es hablar de la forma de la Estética de la Edad Media, es hablar de algo que no gusta a todas las personas (lo que es bello para ti puede no ser bello para otros), por lo que es importante decir, que la hermosura de un cuadro no lo es por lo hermoso del tema que nos presente, si no por lo que el artista quiso expresar al momento de crearlo y de los factores que lo llevaron a pensarlo».

  • No hay una estructura sintáctica mínima que nos permita comprender qué es lo que quiere expresar el autor.
  • El autor ignora el significado de conferir.
  • Existen graves deficiencias en el uso de comas. En el resto del texto la ortografía es un problema mucho alarmante.
  • «Si no» en lugar de «sino».

2. Cuando Wikipedia es la madre de todos los vicios.

Cito:

Captura de pantalla 2015-03-23 a las 5.49.29 p.m.

3. Cuando el plagio es la respuesta, o la culpa la tienen los extraños paralelismos del arte.

Invito al lector a buscar las diferencias de los siguientes textos. El Texto 1 pertenece al estudiante; el Texto 2 a la introducción de un artículo en filosofia.mx:

  • Texto 1: «La posición de la iglesia durante la Edad Media en cuanto a la belleza y las artes se mostraba muy cuidadosa, porque se temía que un excesivo interés por las cosas de la tierra y/o ese pensamiento mundano, fuesen los que pudieran ocasionar algún daño en el alma del ser humano».
  • Texto 2: «La posición de la iglesia durante la Edad Media en cuanto a la belleza y las artes se mostraba con recelo por cuanto se temía que un excesivo interés por las cosas de la tierra pudiera perjudicar al alma».

Lo interesante de este caso es que, a criterio del profesor, el estudiante utilizó argumentos e ideas desde un punto de vista muy particular y acertado. El estudiante fue descrito como un verdadero genio.

4. Cuando la mejor evaluación es la conjetura.

Cuando no existe un mecanismo de evaluación claro (en formato de rúbrica, lista de cotejo u otro propuesto por el docente), el profesor evade cualquier responsabilidad desde la ética educativa y se convierte en un mero constructor de conjeturas. A este tipo de profesor le es fácil calificar con un solo número sin explicar qué aspectos consideró para la evaluación.

Averiguar si evaluó el producto o el proceso, si consideró el formato, si consideró el diseño, si tomó en cuenta el estilo y la redacción, si estableció una relación entre la metodología utilizada por el estudiante para la construcción de sus argumentos… son cuestiones de las que el estudiante estará condenado a no encontrar respuesta jamás.

5. ¿APA?, ¿ah, pa’ qué?

Captura de pantalla 2015-03-23 a las 5.22.22 p.m.

Más preocupante aún. ¿El profesor conoce la diferencia entre usar referencias y utilizar bibliografía?

5. Cuando el profesor es el peor enemigo del estudiante.

Ocurre que el estudiante autor de los textos analizados obtuvo un 10 de calificación y una mención de excelencia. ¿Requiere esto alguna explicación mayor?

De qué hablamos cuando hablamos de Carver.

principiantes

No, la canción de Enrique Bunbury no tiene absolutamente nada que ver con el texto de Carver. Sí, es un conjunto imprescindible de relatos que cualquier amante del género debe abordar, tanto desde la postura de la lectura como desde la creación literaria. Y sí, Birdman (Alejandro G. Iñárritu, 2014) es un excelente pretexto para ingresar al mundo literario de Carver, mas no a la inversa.
Los pretextos de la trama se sustentan en los problemas cotidianos del ámbito clasemediero norteamericano, no difíciles de trasladar a la realidad occidental. A pesar de su brevedad, las tramas de cada relato no es endeble. Cada relato constituye una metáfora de la vida, una cruel comparación entre el deber ser y el trágico ser de cada personaje.
Las historias de los relatos inician de un modo tácito, heterogéneo, libre de sospechas kafkianas, más cercanas a un laconismo heredado de Hemingway. En Carver cada oración está enunciada a un alto precio; la trama cobra factura conforme se avanza en los relatos. Los títulos se asoman como navajas en la oscuridad más profunda, entre dientes, no vedadas al mediocrismo moral de cierta narrativa contemporánea.
No me ocuparé de Lish, de quien seguramente el lector sacará sus propias conclusiones. Carver le otorga al lector el rol de un testigo maldito, impotente ante la implacable diégesis a la que se ven expuestos los personajes. Acaso la comunicación lector-autor sea tan conflictiva como la de los mismos personajes, no por la complejidad de los textos, sino por el protagonismo implícito que ambos roles generan.
Las tramas de cada relato son sólidas, encaminadas a desenlaces tan enternecedores como violentos. Acaso el tufo insoportable de una botella de whisky impere en los reductos de cada relato. Los personajes de Carver no reflexionan, ceden al implacable destino; no discuten, son cómplices porque su dolor es mutuo; beben y, simultáneamente son bebidos; No son una caricatura de bohemios ni de artistas, son retratos en su insoportable extensión; son principiantes. Y aquí es donde se zanjó la cosa.

Puente.

I

La señora Garduño.

Le decíamos Mane a Manuel, mi hijo. Nació un 7 de diciembre de 1999, justamente en la fiesta de nuestra señora de la Concepción. Mi papá le quería poner José Concepción, su mismo nombre. Pero me negué. Mi padre argumentó que “cómo una vieja que no sabe ni quién la embarazó iba a tener idea de cómo llamar a su muchacho”. Me negué tercamente, lo que provocó que mi padre me corriera de la casa no bien pasaron los cuarenta días de rigor.

El tipo del traje azul marino.

¿Me está hablando en serio, señorita? Espero que se apiade de mí, que se ponga por un minuto en mi lugar: no me puedo ausentar con tanta frecuencia de mi trabajo, a menos que acepte que me despidan por incumplimiento de contrato- dijo el tipo del traje azul marino.

No hay problema, señor. Le hago su justificante de la clínica y se presenta mañana como si nada a su trabajo: es su derecho como trabajador- atajó la asistente del consultorio. Al término de su argumento engulló con prisa voraz un trozo inmenso de jícama con chile.

No se trata de eso, señorita. Mi trabajo consiste en educar adolescentes, no puedo permitirme el lujo de faltar…¡Imagínese cuántas clases hemos perdido en tiempos de exámenes finales! ¿Se da cuenta de las consecuencias que esto podría acarrearles?- dijo el tipo del traje azul marino. Algunas personas habían interrumpido su soporífera espera para entretenerse con el debate entre derechohabiente y asistente.

Nada más le pido que no se enoje ni se desquite conmigo porque las reglas no las pongo yo- cerró la asistente sin mirarlo, con un timbre alterado y engullido por los efectos del chile en su esófago. Al tipo del traje azul marino le pareció haber escuchado esa misma expresión en los trámites de su título universitario, quizás en la ventanilla de tránsito municipal para el trámite de su licencia, acaso su madre se lo dijo cuando el tipo del traje azul marino decidió largarse para siempre de las miserables vidas de su infeliz y patológica familia. Al final, la asistente lo miró con un rostro de ballena muerta.

Claudia, la de la prepa.

Ya se me estaba haciendo tarde para llegar a la escuela pero ocurre que, en cuanto te animas a no repetir el esquema de perdedora que me ha distinguido de entre el circulo de amigas, Mane me intercepta en la esquina de la calle Peñones, a cinco casas de mi casa. Es lindo ese Mane.

Mane.

¡Chingo a mi madre si no me cojo a la Claudia el viernes! Tanto pinche faje y tantas pinches mamadas y chaquetas ya me tienen hasta la madre. Se hace pendeja porque sabe que me trae bien pendejo. La otra vez se me escapó en la fiesta del Checo, bien que la veía como se me embarraba por todo mi cuerpo, hasta parecía que se me quería arremangar hasta los huesos.

La señora Garduño.

Era peleonero, buscapleitos, más bien. Le gustaba la música de rock, en la primaria; ya después empezó a escuchar otras música que yo ni entendía. Al final le dio por la banda sinaloense. En repetidas ocasiones me desafiaba: “¿Qué haría si me voy pa’l otro lado, jefa?”, “¿Y si le entro al narco, jefa?”, “Me voy a meter de dealer, jefa. Ya no aguanto la pinche jodidez”. Yo me quedada callada, lo tiraba de a loco. Me gustaba imaginar que eran solamente ideas que sus amigos le metían en la cabeza. Lo que sí es que mi Mane era bien trabajador, acomedido, hacendoso. También era muy religioso: quería mucho a diosito.

El tipo del traje azul marino.

Nada, mi amor. Tengo que presentarme el próximo lunes a solicitar mi cita para especialidades…

No, primero me dan la cita y posteriormente me dan el tratamiento. Pero me dice la doctora que harán todo lo posible para evitar la operación, me dice que…

No, mi vida, no es nada grave. Dice la doctora que…Espera, tengo que meter mi mochila y mis libros a la cajuela…

Sí, por supuesto. Lo mejor de perder el tiempo en la clínica es que ganas horas/libro…

Ya voy en camino…

Claudia, la de la prepa.

Mane nada más me engaña. Me hizo creer que íbamos rumbo a la escuela, pero en cuanto doblamos la esquina hacia la entrada, aceleró su VW a todo lo que levanta. Pasamos enfrente de los chavos de mi salón y de los amigos de Mane. Solamente alcancé a escuchar algunos silbidos de burla y uno que otro insulto gritado. No. También escuché que le decían a Mane que ya me cogiera porque ya se estaba tardando. Mane no es como los otros, conozco a su mamá. Doña Gloria es una señora muy buena gente, atenta y amable conmigo. Cocina delicioso, siempre le manda dos tortas a Mane: una para él y una para mí. Cuando fantasea, doña Gloria me hace sentir una mujer especial. Me dice que imagina que Mane y yo nos casamos, que hacemos una boda enorme en el salón de fiestas que queda por su casa, que llega una banda y que nos toca canciones que el Mane me canta cuando anda borracho. Me dice que cuando tengamos nuestros hijos ella los va a cuidar con gusto. Al primero le quiere poner Manuel, como al papá. Yo le quisiera poner René, porque hasta donde sé así se llamaba mi padre.

Mane.

No mames, nomás de verle el culo a la Claudia se me paró la verga. Además huele bien rico, si así huele de afuera no quiero pensar cómo olerá por dentro. Mis compas me dicen que ya se la han cogido un chingo de culeros, pero a mí ella me ha dicho que nadie le ha tronado su panochita. Y le creo, porque además de sabrosa está bien pendeja…y le gusta que la trate como pendeja. Le alborotan las rolas de banda; apenas se metió al vocho y le puse bien duro unas rolotas de la Banda La Original Curtidora de Fernando Trejo, esa que va a tocar en la feria dentro de dos sábados. Ya para entonces me habré cogido un chingo a la Claudia.

La señora Garduño.

Es pecado hablar de las personas ausentes, peor tratándose de muertitos. Pero mi Manuelito era bien atrabancado. Peor cuando se ponía borracho o mariguano… o vaya a saber dios qué. No fueron pocas las veces que llegaba en la madrugada, al principio solamente los fines de semana; después ya daba igual que fuera lunes o viernes. Cambió. Mi Mane se puso muy agresivo. Con esa música que escuchaba era como si le prendieran un judas por dentro, una mecha en el pecho o en su corazón. Las vecinas y las señoras del rumbo de las vías del tren me contaban que seguido andaba en problemas de drogas y dineros. Yo me hacía la loca, la desentendida, porque no quería creer ni creía querer lo que decían.

En una noche, no muy lejos de la vinatería de Don Lalo -según me cuentan gentes de por ahí- mi Mane junto con otros muchachos golpearon hasta matar a tres muchachos del fraccionamiento de los ricos. Dicen que los tres ricachones venían muy vestidos en un coche negro de lujo. Rodaban por la Calle de los Remedios en busca de tachas, aunque Don Lucas, el ferretero muy amigo de Don Lalo, me dijo que en realidad venían buscando a Jéssica, la hermana de Claudia y cuñada de mi Mane. Pero Doña Juanita, la señora que vende elotes junto a las vías, me dijo que andaban bien borrachos, que llegaron a la casa de Claudia y comenzaron a cantar una canción. “Era una como serenata, pero en lugar de mariachi pusieron música desde el coche negro de lujo” dijo Doña Juanita. Don Lalo dijo que a la canción no se le entendía nada: “Era en inglés”.

El tipo del traje azul marino.

Muchas gracias. Oiga, señorita, disculpe. ¿Está segura que sirve para quitar el dolor? Fíjese que me van a operar y…

Esta es la más fuerte, es de 500 miligramos. Pero no se puede tomar más de una cada ocho horas- dijo la vendedora de la farmacia de patente.

¿Cuánto tiempo aproximadamente tarda en hacer efecto?

Depende de cada persona.

Gracias- dijo el tipo del traje azul. La vendedora no respondió a la despedida. La farmacia había quedado sin clientes en una escena atípica considerando la hora pico y el día: viernes.

Claudia, la de la prepa.

La verdad no me gustan las canciones que me pone el Mane. Pero es imposible, no tengo opción. Prácticamente es la única música que escucho en la casa, en la escuela, en el camión… A pesar de que el Mane me las pone a cada rato y me las dedica hasta en la radio, no me emocionan. Es como si le aventaran piedras a una pared de concreto. Yo me limito a sonreír y a cambiar de tema. Siento que en esas canciones están pensadas para mujeres estúpidas, para llevárselas solamente a la cama. Creo que con el tiempo Mane cambiará de parecer y sus gustos musicales cambiarán con él. Por eso a veces extraño al Max, ese chavo siempre me subía a su coche negro de lujo y me ponía canciones en inglés que, aunque yo no entendía, él se encargaba de traducir para mí. ¿Qué habrá sido del Max? Cuando cantaba, Max se escuchaba como un actor de películas. Aunque nunca me llevó a ninguna fiesta, porque siempre dije no a cada invitación, por momentos me arrepiento de no haber ido con él. Me imagino que habría sido muy diferente a empedarse como lo hace el Mane, a dejarse fajar como me faja el Mane, a hacer como divierto como disque me divierto con el Mane.

Mane.

El Quique me dijo la otra vez que su hermana trabaja en un motel que está a la orilla de la carretera 57, al lado de donde se ponen Los Caballeros del Zodiaco, o sea, los putos travestis de mierda. Me dijo también que cobran bien barato: $200 por cuatro horas. Con el dinero que saqué del estereo que nos chingamos afuera de la universidad me alcanza para pagar el cuarto, comprar un pomo de Don Peter, un chingo de condones y unas pastillas para la Claudia. La neta no me gusta meterme en pedos, menos en pedos de viejas. El pedo de coger es que el pinche riesgo está cabrón, pero si te pones al tiro coges y a la chingada. Ora sí me vale verga lo que me diga la Claudia: que si se quiere esperar, que si el amor, que si mi jefa, que si está en sus putos días…¡A la mierda! De hoy no pasa esa pinche vieja.

La señora Garduño.

El coche se lo compró con sus chambas que hace de chofer, de lavacoches, de rotulador, de guardia de seguridad en el bar La Negra, de vender ropa americana a los chavos de la prepa. Mijo siempre le ha sabido mover a su dinerito. Luego se iba al defe para comprar piezas para los coches que arreglaba. Muchas veces le vi su cartera retocada de billetes. Yo me conformaba con que me invitara a comer mole al mercado de San Francisco, pero me ponía contenta con ver que a mi Mane lo estaba bendiciendo dios.

II

El tipo del traje azul marino tomó la incorporación hacia la carretera 57. Conducía un Toyota último modelo sin placas. Un sonido estridente música de banda se hizo presente de súbito. Era un VW blanco conducido a exceso de velocidad que viró repentinamente hacia el Toyota; faltó muy poco para consumar un accidente. El tipo del traje azul marino se limitó a mascullar un leve insulto. Siguió su ruta mientras miraba delante de él, con suma paciencia, el rodar del VW blanco. Se conformó con proclamarse victorioso al saberse superior en cuanto a tipo de automóvil se refería.

Con el impulso que le dio la pequeña victoria, el tipo del traje azul marino pisó el acelerador hasta quedar dos metros detrás del VW blanco, que al reparar en la presencia del Toyota aplicaba intermitente e intensamente el freno, en un juego estúpido pero efectivo para sacar de juicio a su ahora rival. El Toyota guardó distancia sin desviar su ruta. Mantuvo una velocidad de 70 km/h mientras que el VW blanco, con un ruido agudo y lastimero, despegó a 100 km/h.

El tipo del traje azul marino había alcanzado a leer de súbito dos calcomanías en la parte posterior del VW blanco: “Dios es mi conductor designado”; “Jesús me guía en mi camino”. No pudo evitar soltar una breve risa entreverada entre lástima y desprecio. En su ruta, a velocidad constante, rebasó con determinación un gran bloque de trailers. Repentinamente perdió de vista al VW que había decidido perderse rebasando torpemente por la derecha. A unos 3 kilómetros del distribuidor poniente, el tipo del traje azul marino experimentó una curiosa coincidencia: al mismo tiempo sintió un fuerte dolor en el vientre y terminó colocado nuevamente detrás del VW blanco, aunque en esta ocasión, a razón de la ruta que ambos vehículos habían tomado, sin la concurrencia vehicular del tramo anterior.

El tipo del traje azul se aferró al volante. La sensación de dolor plasmó en su rostro un semblante agrio. En ese mismo momento, el VW blanco viró a la derecha, bajó la velocidad de tal manera que quedó emparejado con el Toyota. Tan elocuente fue el rictus del tipo del traje azul que no pasó desapercibido por la chica que acompañaba al conductor del VW blanco. La chica quizás llevaba unas 40, 50 ocasiones que volteaba para monitorear el comportamiento del Toyota. Su nombre era Claudia, estudiaba en ese entonces el cuarto semestre de bachillerato. El conductor del VW blanco era Manuel, apodado el Mane, novio de Claudia.

El tipo del traje azul marino se sentía peor. Al verse emparejado con el VW blanco, su móvil sonó repentinamente. Tomó el dispositivo con su mano derecha y contestó:.

¿Hola?.

Sí, ya voy en camino, mi amor. Me está dando otra vez el dolor. No vas a creer lo que me está ocurriendo…

Sí, amor, ya sé que necesito, reposar. Lo peor es que no puedo tomar otra pastilla sino hasta dentro de ocho horas. Mi amor, algo extraño está pasando, fíjate que…

Ok, te amo. Te cuento al rato…

Nada, nada. Un par de muchachos en un VW blanco…

Sí, no te preocupes. Nos vemos en un rato.

La llamada telefónica fue interpretada desde una perspectiva muy distinta por los ocupantes del VW blanco. Claudia apagó la música. El sonido agudo y estridente del WV blanco imperó en la escena.

– Ese cabrón ya me tiene hasta la madre.

Vámonos, Mane, no te metas en problemas.

Nel, a este pendejo me lo voy a chingar.

Mane, piensa en tu madre. Ya le has dado mucho problemas, Mane…

¡Cállate, Claudia! Te pones igual que mi madre. Igual de estúpidas.

Mane, mira, ya le está llamando a alguien. ¿Y qué tal si es por los chavos del coche negro? ¿Recuerdas, Mane? ¿Recuerdas a aquellos tres chavos que golpeaste hasta dejarlos casi muertos? Te vienen a buscar, Mane. Vienen por nosotros… ¡Mane, nos van a matar!

¡Cállate, Claudia! No hagas esto más difícil. A mí ningún pendejo me va a…

¡Mane! ¡Cuidado! ¡Mane!

El tipo del traje azul marino bajó la velocidad. Al frente, la carretera dibujaba un sendero perfecto hacia el horizonte bengala de aquel mediodía. Un túnel de apacible viento rodeo su cabeza, mientras su mirada se dirigió hacia la ruta del VW blanco. Observó los rostros de los ocupantes, se notaban horrorizados: rostros adolescentes bellamente desencajados. Acaso fue el miedo, la impericia, o la misma situación… –Mi trabajo es educar adolescentes– recordaba.

El VW blanco viró repentinamente a la derecha. En un parpadeo el automóvil se encontraba a media altura del puente del distribuidor poniente. En otro parpadeo, el conductor perdió el control. El VW blanco subió a la cornisa, rompió la valla de contención y salió del puente. El tipo del traje azul marino apreció la sutil curva que dibujó el VW blanco. Notó la manera en la que un par de manos que se aferraban al toldo del auto. Sin embargo, no escuchó ningún sonido. La caída frontal del VW emitió un sonido sordo, similar al sonido que emite una calabaza al caer al piso. Una calabaza gigante, en este caso. En lugar de caer en sus cuatro ruedas, el VW blanco quedó parado de frente durante un instante, para luego quedar ruedas arriba. La masa informe quedó inerme a la intemperie. Los cuerpos de los ocupantes se confundieron entre el lodo y el metal. La piernas de Claudia quedaron en un compás insólito. El rostro de Mane manifestaba una especie de sonrisa no dentada y sangrante. Yacían con los ojos abiertos, pero sin el brillo de los ojos de los cuerpos vivos.

Nos han robado la cotidianidad.

Nos han robado la cotidianidad y la certeza se fue a ninguna parte. El ego lo sustituyeron por el miedo. El miedo devoró al sueño y arrojó sus restos a la fosa común. La certeza extraña y añora a la cotidianidad porque, curiosamente, la alimentaba de certeza. Los recuerdos como ataques epilépticos de una memoria fotográfica. El asesino solitario que disparó un sordo revólver. Quedó zanjado el capricho con el que la vida y la muerte se fotografiaban mútuamente.

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