I
La señora Garduño.
Le decíamos Mane a Manuel, mi hijo. Nació un 7 de diciembre de 1999, justamente en la fiesta de nuestra señora de la Concepción. Mi papá le quería poner José Concepción, su mismo nombre. Pero me negué. Mi padre argumentó que “cómo una vieja que no sabe ni quién la embarazó iba a tener idea de cómo llamar a su muchacho”. Me negué tercamente, lo que provocó que mi padre me corriera de la casa no bien pasaron los cuarenta días de rigor.
El tipo del traje azul marino.
¿Me está hablando en serio, señorita? Espero que se apiade de mí, que se ponga por un minuto en mi lugar: no me puedo ausentar con tanta frecuencia de mi trabajo, a menos que acepte que me despidan por incumplimiento de contrato- dijo el tipo del traje azul marino.
No hay problema, señor. Le hago su justificante de la clínica y se presenta mañana como si nada a su trabajo: es su derecho como trabajador- atajó la asistente del consultorio. Al término de su argumento engulló con prisa voraz un trozo inmenso de jícama con chile.
No se trata de eso, señorita. Mi trabajo consiste en educar adolescentes, no puedo permitirme el lujo de faltar…¡Imagínese cuántas clases hemos perdido en tiempos de exámenes finales! ¿Se da cuenta de las consecuencias que esto podría acarrearles?- dijo el tipo del traje azul marino. Algunas personas habían interrumpido su soporífera espera para entretenerse con el debate entre derechohabiente y asistente.
Nada más le pido que no se enoje ni se desquite conmigo porque las reglas no las pongo yo- cerró la asistente sin mirarlo, con un timbre alterado y engullido por los efectos del chile en su esófago. Al tipo del traje azul marino le pareció haber escuchado esa misma expresión en los trámites de su título universitario, quizás en la ventanilla de tránsito municipal para el trámite de su licencia, acaso su madre se lo dijo cuando el tipo del traje azul marino decidió largarse para siempre de las miserables vidas de su infeliz y patológica familia. Al final, la asistente lo miró con un rostro de ballena muerta.
Claudia, la de la prepa.
Ya se me estaba haciendo tarde para llegar a la escuela pero ocurre que, en cuanto te animas a no repetir el esquema de perdedora que me ha distinguido de entre el circulo de amigas, Mane me intercepta en la esquina de la calle Peñones, a cinco casas de mi casa. Es lindo ese Mane.
Mane.
¡Chingo a mi madre si no me cojo a la Claudia el viernes! Tanto pinche faje y tantas pinches mamadas y chaquetas ya me tienen hasta la madre. Se hace pendeja porque sabe que me trae bien pendejo. La otra vez se me escapó en la fiesta del Checo, bien que la veía como se me embarraba por todo mi cuerpo, hasta parecía que se me quería arremangar hasta los huesos.
La señora Garduño.
Era peleonero, buscapleitos, más bien. Le gustaba la música de rock, en la primaria; ya después empezó a escuchar otras música que yo ni entendía. Al final le dio por la banda sinaloense. En repetidas ocasiones me desafiaba: “¿Qué haría si me voy pa’l otro lado, jefa?”, “¿Y si le entro al narco, jefa?”, “Me voy a meter de dealer, jefa. Ya no aguanto la pinche jodidez”. Yo me quedada callada, lo tiraba de a loco. Me gustaba imaginar que eran solamente ideas que sus amigos le metían en la cabeza. Lo que sí es que mi Mane era bien trabajador, acomedido, hacendoso. También era muy religioso: quería mucho a diosito.
El tipo del traje azul marino.
Nada, mi amor. Tengo que presentarme el próximo lunes a solicitar mi cita para especialidades…
…
No, primero me dan la cita y posteriormente me dan el tratamiento. Pero me dice la doctora que harán todo lo posible para evitar la operación, me dice que…
…
No, mi vida, no es nada grave. Dice la doctora que…Espera, tengo que meter mi mochila y mis libros a la cajuela…
…
Sí, por supuesto. Lo mejor de perder el tiempo en la clínica es que ganas horas/libro…
…
Ya voy en camino…
Claudia, la de la prepa.
Mane nada más me engaña. Me hizo creer que íbamos rumbo a la escuela, pero en cuanto doblamos la esquina hacia la entrada, aceleró su VW a todo lo que levanta. Pasamos enfrente de los chavos de mi salón y de los amigos de Mane. Solamente alcancé a escuchar algunos silbidos de burla y uno que otro insulto gritado. No. También escuché que le decían a Mane que ya me cogiera porque ya se estaba tardando. Mane no es como los otros, conozco a su mamá. Doña Gloria es una señora muy buena gente, atenta y amable conmigo. Cocina delicioso, siempre le manda dos tortas a Mane: una para él y una para mí. Cuando fantasea, doña Gloria me hace sentir una mujer especial. Me dice que imagina que Mane y yo nos casamos, que hacemos una boda enorme en el salón de fiestas que queda por su casa, que llega una banda y que nos toca canciones que el Mane me canta cuando anda borracho. Me dice que cuando tengamos nuestros hijos ella los va a cuidar con gusto. Al primero le quiere poner Manuel, como al papá. Yo le quisiera poner René, porque hasta donde sé así se llamaba mi padre.
Mane.
No mames, nomás de verle el culo a la Claudia se me paró la verga. Además huele bien rico, si así huele de afuera no quiero pensar cómo olerá por dentro. Mis compas me dicen que ya se la han cogido un chingo de culeros, pero a mí ella me ha dicho que nadie le ha tronado su panochita. Y le creo, porque además de sabrosa está bien pendeja…y le gusta que la trate como pendeja. Le alborotan las rolas de banda; apenas se metió al vocho y le puse bien duro unas rolotas de la Banda La Original Curtidora de Fernando Trejo, esa que va a tocar en la feria dentro de dos sábados. Ya para entonces me habré cogido un chingo a la Claudia.
La señora Garduño.
Es pecado hablar de las personas ausentes, peor tratándose de muertitos. Pero mi Manuelito era bien atrabancado. Peor cuando se ponía borracho o mariguano… o vaya a saber dios qué. No fueron pocas las veces que llegaba en la madrugada, al principio solamente los fines de semana; después ya daba igual que fuera lunes o viernes. Cambió. Mi Mane se puso muy agresivo. Con esa música que escuchaba era como si le prendieran un judas por dentro, una mecha en el pecho o en su corazón. Las vecinas y las señoras del rumbo de las vías del tren me contaban que seguido andaba en problemas de drogas y dineros. Yo me hacía la loca, la desentendida, porque no quería creer ni creía querer lo que decían.
En una noche, no muy lejos de la vinatería de Don Lalo -según me cuentan gentes de por ahí- mi Mane junto con otros muchachos golpearon hasta matar a tres muchachos del fraccionamiento de los ricos. Dicen que los tres ricachones venían muy vestidos en un coche negro de lujo. Rodaban por la Calle de los Remedios en busca de tachas, aunque Don Lucas, el ferretero muy amigo de Don Lalo, me dijo que en realidad venían buscando a Jéssica, la hermana de Claudia y cuñada de mi Mane. Pero Doña Juanita, la señora que vende elotes junto a las vías, me dijo que andaban bien borrachos, que llegaron a la casa de Claudia y comenzaron a cantar una canción. “Era una como serenata, pero en lugar de mariachi pusieron música desde el coche negro de lujo” dijo Doña Juanita. Don Lalo dijo que a la canción no se le entendía nada: “Era en inglés”.
El tipo del traje azul marino.
Muchas gracias. Oiga, señorita, disculpe. ¿Está segura que sirve para quitar el dolor? Fíjese que me van a operar y…
Esta es la más fuerte, es de 500 miligramos. Pero no se puede tomar más de una cada ocho horas- dijo la vendedora de la farmacia de patente.
¿Cuánto tiempo aproximadamente tarda en hacer efecto?
Depende de cada persona.
Gracias- dijo el tipo del traje azul. La vendedora no respondió a la despedida. La farmacia había quedado sin clientes en una escena atípica considerando la hora pico y el día: viernes.
Claudia, la de la prepa.
La verdad no me gustan las canciones que me pone el Mane. Pero es imposible, no tengo opción. Prácticamente es la única música que escucho en la casa, en la escuela, en el camión… A pesar de que el Mane me las pone a cada rato y me las dedica hasta en la radio, no me emocionan. Es como si le aventaran piedras a una pared de concreto. Yo me limito a sonreír y a cambiar de tema. Siento que en esas canciones están pensadas para mujeres estúpidas, para llevárselas solamente a la cama. Creo que con el tiempo Mane cambiará de parecer y sus gustos musicales cambiarán con él. Por eso a veces extraño al Max, ese chavo siempre me subía a su coche negro de lujo y me ponía canciones en inglés que, aunque yo no entendía, él se encargaba de traducir para mí. ¿Qué habrá sido del Max? Cuando cantaba, Max se escuchaba como un actor de películas. Aunque nunca me llevó a ninguna fiesta, porque siempre dije no a cada invitación, por momentos me arrepiento de no haber ido con él. Me imagino que habría sido muy diferente a empedarse como lo hace el Mane, a dejarse fajar como me faja el Mane, a hacer como divierto como disque me divierto con el Mane.
Mane.
El Quique me dijo la otra vez que su hermana trabaja en un motel que está a la orilla de la carretera 57, al lado de donde se ponen Los Caballeros del Zodiaco, o sea, los putos travestis de mierda. Me dijo también que cobran bien barato: $200 por cuatro horas. Con el dinero que saqué del estereo que nos chingamos afuera de la universidad me alcanza para pagar el cuarto, comprar un pomo de Don Peter, un chingo de condones y unas pastillas para la Claudia. La neta no me gusta meterme en pedos, menos en pedos de viejas. El pedo de coger es que el pinche riesgo está cabrón, pero si te pones al tiro coges y a la chingada. Ora sí me vale verga lo que me diga la Claudia: que si se quiere esperar, que si el amor, que si mi jefa, que si está en sus putos días…¡A la mierda! De hoy no pasa esa pinche vieja.
La señora Garduño.
El coche se lo compró con sus chambas que hace de chofer, de lavacoches, de rotulador, de guardia de seguridad en el bar La Negra, de vender ropa americana a los chavos de la prepa. Mijo siempre le ha sabido mover a su dinerito. Luego se iba al defe para comprar piezas para los coches que arreglaba. Muchas veces le vi su cartera retocada de billetes. Yo me conformaba con que me invitara a comer mole al mercado de San Francisco, pero me ponía contenta con ver que a mi Mane lo estaba bendiciendo dios.
II
El tipo del traje azul marino tomó la incorporación hacia la carretera 57. Conducía un Toyota último modelo sin placas. Un sonido estridente música de banda se hizo presente de súbito. Era un VW blanco conducido a exceso de velocidad que viró repentinamente hacia el Toyota; faltó muy poco para consumar un accidente. El tipo del traje azul marino se limitó a mascullar un leve insulto. Siguió su ruta mientras miraba delante de él, con suma paciencia, el rodar del VW blanco. Se conformó con proclamarse victorioso al saberse superior en cuanto a tipo de automóvil se refería.
Con el impulso que le dio la pequeña victoria, el tipo del traje azul marino pisó el acelerador hasta quedar dos metros detrás del VW blanco, que al reparar en la presencia del Toyota aplicaba intermitente e intensamente el freno, en un juego estúpido pero efectivo para sacar de juicio a su ahora rival. El Toyota guardó distancia sin desviar su ruta. Mantuvo una velocidad de 70 km/h mientras que el VW blanco, con un ruido agudo y lastimero, despegó a 100 km/h.
El tipo del traje azul marino había alcanzado a leer de súbito dos calcomanías en la parte posterior del VW blanco: “Dios es mi conductor designado”; “Jesús me guía en mi camino”. No pudo evitar soltar una breve risa entreverada entre lástima y desprecio. En su ruta, a velocidad constante, rebasó con determinación un gran bloque de trailers. Repentinamente perdió de vista al VW que había decidido perderse rebasando torpemente por la derecha. A unos 3 kilómetros del distribuidor poniente, el tipo del traje azul marino experimentó una curiosa coincidencia: al mismo tiempo sintió un fuerte dolor en el vientre y terminó colocado nuevamente detrás del VW blanco, aunque en esta ocasión, a razón de la ruta que ambos vehículos habían tomado, sin la concurrencia vehicular del tramo anterior.
El tipo del traje azul se aferró al volante. La sensación de dolor plasmó en su rostro un semblante agrio. En ese mismo momento, el VW blanco viró a la derecha, bajó la velocidad de tal manera que quedó emparejado con el Toyota. Tan elocuente fue el rictus del tipo del traje azul que no pasó desapercibido por la chica que acompañaba al conductor del VW blanco. La chica quizás llevaba unas 40, 50 ocasiones que volteaba para monitorear el comportamiento del Toyota. Su nombre era Claudia, estudiaba en ese entonces el cuarto semestre de bachillerato. El conductor del VW blanco era Manuel, apodado el Mane, novio de Claudia.
El tipo del traje azul marino se sentía peor. Al verse emparejado con el VW blanco, su móvil sonó repentinamente. Tomó el dispositivo con su mano derecha y contestó:.
¿Hola?.
…
Sí, ya voy en camino, mi amor. Me está dando otra vez el dolor. No vas a creer lo que me está ocurriendo…
…
Sí, amor, ya sé que necesito, reposar. Lo peor es que no puedo tomar otra pastilla sino hasta dentro de ocho horas. Mi amor, algo extraño está pasando, fíjate que…
…
Ok, te amo. Te cuento al rato…
…
Nada, nada. Un par de muchachos en un VW blanco…
…
Sí, no te preocupes. Nos vemos en un rato.
La llamada telefónica fue interpretada desde una perspectiva muy distinta por los ocupantes del VW blanco. Claudia apagó la música. El sonido agudo y estridente del WV blanco imperó en la escena.
– Ese cabrón ya me tiene hasta la madre.
Vámonos, Mane, no te metas en problemas.
Nel, a este pendejo me lo voy a chingar.
Mane, piensa en tu madre. Ya le has dado mucho problemas, Mane…
¡Cállate, Claudia! Te pones igual que mi madre. Igual de estúpidas.
Mane, mira, ya le está llamando a alguien. ¿Y qué tal si es por los chavos del coche negro? ¿Recuerdas, Mane? ¿Recuerdas a aquellos tres chavos que golpeaste hasta dejarlos casi muertos? Te vienen a buscar, Mane. Vienen por nosotros… ¡Mane, nos van a matar!
¡Cállate, Claudia! No hagas esto más difícil. A mí ningún pendejo me va a…
¡Mane! ¡Cuidado! ¡Mane!
El tipo del traje azul marino bajó la velocidad. Al frente, la carretera dibujaba un sendero perfecto hacia el horizonte bengala de aquel mediodía. Un túnel de apacible viento rodeo su cabeza, mientras su mirada se dirigió hacia la ruta del VW blanco. Observó los rostros de los ocupantes, se notaban horrorizados: rostros adolescentes bellamente desencajados. Acaso fue el miedo, la impericia, o la misma situación… –Mi trabajo es educar adolescentes– recordaba.
El VW blanco viró repentinamente a la derecha. En un parpadeo el automóvil se encontraba a media altura del puente del distribuidor poniente. En otro parpadeo, el conductor perdió el control. El VW blanco subió a la cornisa, rompió la valla de contención y salió del puente. El tipo del traje azul marino apreció la sutil curva que dibujó el VW blanco. Notó la manera en la que un par de manos que se aferraban al toldo del auto. Sin embargo, no escuchó ningún sonido. La caída frontal del VW emitió un sonido sordo, similar al sonido que emite una calabaza al caer al piso. Una calabaza gigante, en este caso. En lugar de caer en sus cuatro ruedas, el VW blanco quedó parado de frente durante un instante, para luego quedar ruedas arriba. La masa informe quedó inerme a la intemperie. Los cuerpos de los ocupantes se confundieron entre el lodo y el metal. La piernas de Claudia quedaron en un compás insólito. El rostro de Mane manifestaba una especie de sonrisa no dentada y sangrante. Yacían con los ojos abiertos, pero sin el brillo de los ojos de los cuerpos vivos.