Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 605, del Diario de Querétaro del 17 de abril del 2016.
Dar y recibir son dos conceptos de la vida cotidiana que idealmente no deberían de ser mutuamente excluyentes, pero lo son. Un ejemplo altamente recurrente son las parejas cuyo proceso de enamoramiento es totalmente inexplicable debido a su carácter irracional: Oye, ¿por qué estamos juntos?
Los hay quienes establecemos relaciones para no sentirnos solos (miedo a la soledad) o porque necesitamos sentirnos amados, camino minado que puede derivar en u conformismo patológico en una relación, es decir, que nos conformemos con dar más de lo poco que recibimos, aunque la relación esté condenada al fracaso.
¿Cuántas veces no hemos escuchado, caro lector, el caso de parejas que se aferran a seguir juntas aunque su relación sea un evidente decepción? “Sí, me siento frustrada con esta relación, pero al menos no estoy sola”, solía reconocer una íntima amiga mientras veía a la distancia como los años se le desperdigaban al paso.
¿Damos más de lo que recibimos? Esta pregunta es solamente el inicio para ser conscientes del rol que desempeñamos cotidianamente en el entorno cotidiano de nuestras relaciones sociales. Tan importante es esgrimir este acto de consciencia como saber identificar cuál es el rol que efectúan los demás.
En su libro Give and Take. A revolutionary approach to success (Viking/Penguin Group, 2013) Adam Grant afirma que el concepto convencional del éxito presenta tres aspectos en común: motivación, capacidad y oportunidad. No obstante, algo que se pasa frecuentemente por alto es que el éxito depende en gran parte de cómo abordamos nuestras interacciones con los demás.
De este modo, caro lector, en nuestros respectivos empleos, cada vez que interactuamos con otra persona, nos vemos obligados a elegir entre intentar conseguir el máximo valor posible, o contribuir con nuestro valor sin preocuparnos por lo que recibamos eventualmente a cambio. Tanto en nuestra vida profesional como en nuestra compleja cotidianidad, cada uno de nosotros manifiesta dramáticas preferencias en nuestra forma de ser recíprocos, es decir, en nuestra configuración personal de dar y recibir. Para ilustrar lo anterior, Grant presenta los cuatro tipos de roles. Veamos.
Si usted gusta de recibir más de lo que da, es hábil en inclinar la reciprocidad a su favor, y frecuentemente antepone sus intereses al de los demás, seguramente usted se encuentra en la categoría de los receptores. Este rol es característico de las personas que suelen hacerse constantemente autopromoción porque creen que el mundo es un lugar competitivo, una jungla donde los unos devoran a los otros. Para alcanzar el éxito, este tipo de personas tienen que ser mejor que los demás. Cuando se esfuerzan, esperan que sus acciones sean reconocidas al instante: se creen merecedores de los elogios. Sin embargo, no suelen ser personas crueles ni despiadados, quizás algo cínicos. Se trata de personas sutiles y cautas con un alto sentido de la autoprotección.
En el otro extremo encontramos a los donantes. Son los que inclinan la balanza de la reciprocidad hacia el otro, ya que prefieren dar antes que recibir. Si los receptores son egocéntricos, los donantes se enfocan en las necesidad de los demás y en cómo actuar para que sus acciones beneficien a los otros.
Aquellos que actúan bajo una máscara de generosidad, cuya estrategia es dar uno y quitar diez, son los falsos donantes, seres vampirescos que suponen una amenaza porque suelen actuar de forma encubierta. Son aquellos que vulneran el principio de la verdadera filantropía donde el que da lo hace en silencio y de forma anónima. El falso donante
La anterior tipología no tiene en principio nada que ver con el dinero. Se trata de algo más valioso: de nuestra actitudes y acciones hacia los demás. El receptor cooperará en la medida que los beneficios se traduzcan en una ganancia para él mismo; el donante siempre ayudará en la medida que los beneficios para los demás rebasen sus pretensiones personales.
Y retiembla en sus centros la tierra porque el mito de la mujer incondicional (o el hombre incondicional, el gesto genérico no tiene importancia), ese ser generoso que indiscriminadamente da energía, tiempo, conocimientos, habilidades, ideas… para que el otro se beneficie, llega a un punto de quiebre.
Para nuestra memoria y referencias culturales, resulta tentador a grado inevitable referirnos a héroes legendarios como la madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi, pero –de acuerdo a Grant– ser un donante no exige someterse actos de sacrificio extraordinarios (mi amiga íntima tendría que ser candidata a la canonización). Simplemente se trata de centrarse en actuar pensando en el interés de los demás: ayudar, actuar como mentor, compartir reconocimientos o establecer relaciones para con los otros. Lejos del entorno laboral, es una conducta bastante común. En la pareja y con los amigos, contribuimos siempre que podemos sin tener en cuenta el marcador.
No obstante, todos nos dirigimos a buscar un equilibrio entre dar y recibir, es decir, todos tendemos a ser equilibradores, aquellos que actúan basándose en el principio de la justicia: cuando ayudo a los demás, me protejo a mí mismo porque busco reciprocidad. Suena bien, pero esta denominación no es la más común en nuestra realidad.
Curiosamente ni los equilibradores, ni los donantes, mucho menos los receptores alcanzan los puestos más altos del escalafón profesional. ¿Quiénes están arriba?
En la categoría de donantes se encuentran dos subcategorías:
- Donantes estrella: son aquellos seres capaces de gestionar su generosidad de forma inteligente, saben cómo dar, a quién, cuándo y a cambio de qué, fecundan y cultivan relaciones beneficiosas que se traducen en contacto o en acciones que dotan de prestigio social a su persona u obra. Sí, caro lector, son ellos los que se encuentran en la cima.
- Felpudos: son aquellos seres patológicos que dan indiscriminadamente, y lo hacen porque creen que solo así lograran sentirse bien. Asimismo, nunca traen dinero pero temen pedir prestado. Por lo tanto, su entorno de socialización se acostumbra a este hecho, de tal suerte que sus donaciones dejan de ser valoradas. Como todo el tiempo dan, no pasa nada. Pero el día en que no dan –¡Fuenteovejuna!, ¡Apocalipsis Now!– son señalados inmediatamente como seres crueles e injustos, acabando siendo pisoteados como eso, como un felpudo, como una estera gruesa y afelpada que se usa principalmente en la entrada de las casas a modo de limpiabarros, o para pasillos de mucho tránsito.
¿Realmente Teresa de Calcuta o Gandhi dan sin esperar algo a cambio?, ¿entregaban a quien no lo merecía o no lo necesitaba?
Sin pretender arruinar el texto, lo que en principio recomienda Adam Grant es conocer y reconocer qué es lo que nos impulsa a ceder. Enseguida, detectar a los vampiros, no bien hayamos identificado previamente nuestro rol. Siempre será necesario escuchar y aceptar ayuda de los demás. Y, por último pero fundamental, no olvidar dar, sí, pero dar a quien lo merece y, sobre todo, a quien lo necesita.
Pregunto nuevamente. ¿Das más de lo que recibes?