A night in Querétaro

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Para Julio César Cervantes, “El Diablo”.

—¿Quién va a tocar, güey?
—Sandoval.
—Ah, el ese par de güeyes que cantan baladas chillonas.
-—No, pendejo, el saxofonista: Antonio Sandoval.
Ni el grupo Sandoval ni el “saxofonista Antonio Sandoval”. El fragmento de la conversación anterior bien podría funcionar como ejemplo de las tantas voces no especializadas en jazz que especulaban respecto al concierto que iba a haber en Plaza de Armas, en la noche del martes 10 de julio. En realidad se trataba del concierto inaugural de Arturo Sandoval, legendario trompetista y pianista de origen cubano quien, en compañía de su actual grupo con quien ha estado trabajando desde el 2011, se encargarían de abrir el festival.
Los primeros asistentes al concierto, la gran mayoría conocedores de la obra de Sandoval, se dirigieron a las primeras filas, pero fueron rechazados de inmediato por personal de staff del festival: Primer intento: están reservados para personas de la tercera edad. Segundo intento: están reservados para personas con discapacidad. Tercer intento: están reservados para prensa. Cuarto intento: es para invitados especiales. Quinto intento: es que ya estaban reservados para alguien, pero no sé para quién…
Con su actuación, más que con la medianamente concurrida clase magistral que ofreció,
Arturo Sandoval nos enseñó que los verdaderos grandes artistas son sencillos y se divierten en el escenario. Andan caminando campantes por las calles regalando sonrisas (o tocan el piano de Jorge Blasio, pianista de conocido restaurante en Plaza de Armas), saludan a la gente, y no proyectan sus complejos de inferioridad.
Alguien en el gobierno estatal tuvo la maravillosa idea en invertir en él. Ojalá ese mismo
alguien en el gobierno, Paulina Aguado acaso, también tenga la idea de traer a Chick Corea, Madeleine Peyroux, Larry Carlton, Spyro Gyra, Pat Metheny, Dave Koz, Diana Krall, Aubrey Logan, Brian Culbertson, Norah Jones… Y que también esa misma
persona tenga la maravillosa idea de pagar las actuaciones de los músicos locales y no
solamente ofrezcan el espacio para darse a conocer.
En el discurso inaugural, a nombre del gobernador Francisco Domínguez Servién, Paulina Aguado dio la bienvenida al Festival Internacional de Jazz de Verano, “una de las
celebraciones artísticas más esperadas en el año. Querétaro se convierte una vez más en la capital del jazz, con la presencia de músicos y agrupaciones locales, nacionales e internaciones, que harán vibrar al público con el talento y exquisitez de cada puesta musical. 62 actividades completamente gratuitas, entre conciertos, conferencias, clases magustrales, ciclos de cine y giras por los municipios, enriqueciendo de forma integral este fantástico proyecto que llega a ocho años ininterrumpidos de realizarse”, dijo en una breve y efectiva intervención ante una audiencia impaciente.
Entre la gente coincidimos muchos colegas, tanto músicos como académicos. Ojalá fuéramos una comunidad más unida, que asistiéramos a sus conciertos y actuaciones sin ningún tipo de complejos ni resentimientos, que pudiéramos ser una legión. Ojalá que mucha más gente leyera en este suplemento el Coraje Creativo del imprescindible Ornicolman. Ojalá.

“¡Hola, buenas noches!” Fue como el fundador de Irakere se presentó ante la audiencia
queretana que, con el paso de la noche, y atraídos por el jazz, colmaron el espacio de la plaza. Tras arreglarse el peinado, aprovechando que la perspectiva de la cámara le permitía mirarse de espaldas en las pantalla del escenario, cimbró a la audiencia desde la primera nota. Repito lo que dije hace tiempo: Querétaro sí escucha buena música, solamente hay que cambiar la oferta.
A los 68 años, Sandoval sigue siendo un músico íntegro, lúcido, completo y virtuoso.
Ganador de nueve premios Grammy, también recibió la Medalla de la Libertad presidencial en 2013. En HBO está disponible una película sobre su azarosa vida, For Love or Country: The Arturo Sandoval Story, protagonizada por Andy Garcia, y que narra sus primeros años como un trompetista de jazz en la Cuba comunista. El soundtrack, escrito y ejecutado por el propio Sandoval, se hizo acreedor a un Emmy en la más reciente emisión. La ejecución de
Sandoval nos remite a su sempiterna admiración a Charlie Parker, Clifford Brown y, sobre todo, a Dizzy Gillespie, a quien finalmente conoció a Gillespie en 1977 y realizó una gira internacional con él y grabaron juntos To a Finland Station en 1982. Fue en uno de esos viajes en 1990 que Sandoval desertó hacia los Estados Unidos para radicar allí
definitivamente.
Arturo Sandoval, trompetista, compositor, arreglista, sorprendió a muchos por su habilidad para ejecutar múltiples instrumentos. Durante su actuación, además de la trompeta, demostró ser un gran maestro en el piano y en el sintetizador teclados; como cantante ejecutó una versión tersa de «When I fall in love», aunque en esta ocasión no pudimos verlo en su faceta de baterista. En el concurrido escenario de Plaza de Armas, fue acompañado por Michael Tucker, saxofonista; Ricardo “Tiki” Pasillas, percusionista que se llevó el aplauso generalizado del público femenino; John Belzaguy, bajista; Johnny Friday, baterista; y Max Haymer, pianista y tecladista, pero además un gran futbolista, a decir del propio Sandoval. A pesar de estar anunciado en el programa, estuvo ausente el trompetista Keith Fiala.
El set list incluyó muchos clásicos del jazz, entre ellos «Seven Steps to Heaven» de Miles Davis, el encore de «A Night in Tunisia» del mentor de Sandoval, Dizzy Gillespie.
La lista también incluyó estándares de Sandoval como «The Latin Train», que la faceta más ecléctica de Sandoval, yendo del género clásico al be-bop y al latín. Sandoval mostró su impresionante rango tonal y expresivo en la trompeta, desde notas altas agudas pero puras, hasta notas tan bajas que parecían una mezcla de trombón o tuba. A la recurrente y efectiva mezcla be-bop y hard-bop se incorporaron ritmos cubanos y antillanos, hasta el soca, con el permanente contraste de hermosas y largas notas puras de la trompeta de Sandoval. Un ejemplo divertido fue la versión funk de «El Manisero» que en la presentación en vivo fue mucho más enérgico que en algunas grabaciones. Sandoval se divertía, a menudo bailaba, por momentos tocaba los timbales, y a ratos los teclados. Si bien puede estar acercándose a su séptima década, estaba claro que Sandoval tenía tanto energía como alegría: alegría al componer la música, al tocar la música y al ver los efectos que tuvo en quienes lo escucharon tocar.
Que el Festival de Jazz no sea un paliativo estacional o de la presente administración. Que el jazz se quede en nuestros corazones de manera permanente y que, como legión, seamos capaces de hacer encuentros con y sin el apoyo del gobierno.

13 reasons why: la música

«Love will tear us apart» de Joy Division.

«Young & Unafraid» de The Moth & The Flame.

«Run Boy Run» de Woodkid.

«The only boy awake» de Meadows.

«Cowards Starve» de Protomartyr.

«Into the black» de Chromatics.

Pero, la versión original es «Hey Hey, My My» de Neil Young & Crazy Horse.

«Fascination Street» de The Cure.

«Skeletons» de Jr Jr.

«Everything always» de Ctznshp.

Una de mis favoritas: «The night we met» de Lord Huron.

«Living in fiction» de Icky Blossoms.

«Amused» de HUNGER.

«Hollow visions» de Eagulls.

«Cinnamon» de Cullen Omori.

«Thirteen» de Elliot Smith.

«It all feels right» de Washed Out.

«The great longing» de LUH.

«In a black out» de Hamilton Leithauser.

«Homestory» de Jenny Zylka (no disponible).

«The Strangers» de la maravillosa St. Vincent.

«The walls came down» de The Call.

«Darklands» de The Jesus and Mary Chain. ¡Estupendo grupo!

«Bye, bye, bye» de School of Seven Bells.

«My life in rewind» de Eagulls.

«24» de Sleigh Bells.

«Elegy to the void» de Beach House.

«Atmosphere» de Codeine.

«The stand» de The Alarm.

«Red song» de Suuns.

«A 1000 times» Hamilton Leithauser.

«Talking with strangers» de Miya Folick.

Continuará…

¿Influencia o plagio? Ha*Ash y Heart

Ha*Ash. Grupo musical conformado por las hermanas Hanna Nicole y Ashley Grace Pérez Mosa que, aunque nacieron en Lousiana, han hecho su carrera en México.

Heart. Grupo musical conformado por las hermanas Ann y Nancy Wilson, nacidas en Seattle, y que hicieron su carrera en Estados Unidos.

Ambas bandas tienen nombres son monosilábicos que inician con «H». El primero es un acrónimo; el segundo un sustantivo. Ambas están conformadas por hermanas. Ha*Ash antepone su imagen a la música, basta ver la transformación de la imagen a lo largo de su trayectoria. Heart ponen a la música antes y después de ellas mismas. Las Heart tienen talento; las Ha*Ash no.

Leonard Cohen, porque no hay cura para el amor.

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 634, del Diario de Querétaro del 13 de noviembre del 2016.

Poeta, compositor, pintor e intérprete, hijo de Marsha Klinitsky Cohen y de Nathan Cohen, nació en Montreal el 21 de septiembre de 1934 en el seno de una familia judía. Su padre era fabricante de ropa relativamente exitoso, lo que permitía que los Cohen pudieran vivir en Westmount, un frío suburbio encallado en la isla de Montreal, en una comunidad urbana angloparlante de clase media alta.

Nathan Cohen, proveniente de una familia judía de origen polaco, moriría de manera prematura cuando Leonard contaba apenas con nueve años de edad.

La palabra Cohen, también escrita como Kohen, se traduce del hebreo como “sacerdote”, en referencia al tipo de sacerdote judío que es descendiente de Zadok, fundador del sacerdocio de Jerusalén, y quien fuera iniciado en ese rol por Aarón, el primer sacerdote judío, quien fue nombrado a su vez por su hermano menor, Moisés. Con excepciones de Gedeón, David y Salomón, el sacerdocio hebreo era hereditario. Acaso por ello Leonard Cohen se refería a su infancia como muy mesiánica: “Soy descendiente de Aarón”.

Fue en la Universidad de McGill en donde Cohen conoció la obra de William Butler Yeats, Walt Whitman, Henry Miller, Federico García Lorca e Irving Layton quien, tras ser su profesor, se convertiría posteriormente en su influencia y mentor. Tras graduarse en 1955, Cohen ya había escrito y publicado sus primeros poemas, entre los que destacan “Sparrows”, “Thoughts of a Landsman”. En ese mismo año, Cohen decide trasladarse a Nueva York para cursar estudios de posgrado en la Universidad de Columbia. Sin embargo, pronto regresaría a Montreal, en donde comenzaría a dar lecturas públicas.

El primer libro de Cohen, Let Us Compare Mythologies, primer volumen de la McGill Poetry Series, fue publicado en 1956. Sorpresivamente, este pequeño volumen trajo una nueva e importante voz a la escena literaria canadiense. Como sugiere el título, los poemas plantean un entrelazamiento poético entre las mitologías cristianas, judías y clásicas.

A diferencia de sus contemporáneos canadienses, Cohen se acercó a la poesía de manera diferente, utilizando los mundos de la religión y la mitología como su base simbólica y estética. A lo largo de su poesía es común encontrar personajes involucrados en misiones personales por la búsqueda frenética de la autocomprensión, a menudo autodestructivos en el proceso. Otros abordan la alegría, el conflicto y el ferviente dolor en la sexualidad propia y ajena en las relaciones íntimas.

En los años sesenta Cohen se inició en una de sus más grandes pasiones: viajar. Primero visitó Cuba en 1961, para luego recorrer Europa. Vivió durante un tiempo en Londres, luego viajó a la pequeña isla griega de Hydra, donde, tras decantarse por la belleza de ese espacio, compró una casa barata en la que vivió durante un tiempo. También vivió en Nueva York y cerca de Nashville, Tennessee. No obstante, solía regresar eventualmente a Montreal y, cuando era posible, Hydra, solo por el placer de visitarlos. Siempre inquieto, entre 1980 y principios de 1990, dividió gran parte de su tiempo entre Los Ángeles y Montreal.

En 1961, con la publicación de The Spice-Box of Earth, Cohen tuvo su primer éxito popular, considerada por muchos como una de las colecciones más populares de la poesía publicadas por un autor canadiense. Tras la buena acogida de la crítica y el reconocimiento internacional, Cohen recibió una subvención para escribir la novela The Favorite Game, en donde se cuenta la historia de un niño judío canadiense que llega a un acuerdo con su impulso para convertirse en poeta.

El tono poético de Cohen presentó un cambio importante con Flowers for Hitler (1964), una serie de poemas donde predomina un tono áspero y sarcástico, y donde ya se advierte el tema de la desilusión por los individuos y la pérdida de la inocencia, un concepto que continuaría desarrollándose en la segunda novela de Cohen, Beautiful Losers. Selected Poems, 1956-1968, Cohen recuperó el aprecio popular y crítico que había perdido con un anterior libro de poesía. Fue traducido a una docena de idiomas y fue éxito comercial en Estados Unidos. A pesar de ser nombrado ganador del Premio del Gobernador General de Canadá, Cohen rechazó el premio, provocándose mala fama ante la comunidad artística canadiense.

Cohen siguió publicando poesía, Book of Mercy (1984), pero para entonces su vida como escritor había cambiado, ya que era más conocido como compositor y cantante que como poeta. Prolífico compositor, para esas alturas ya había escrito muchas canciones que fueron interpretadas por muchos cantantes, entre ellos Judy Collins. La carrera literaria de Cohen tuvo un carácter pendular con su nuevo papel como músico e intérprete. Mientras la comunidad de lectores crecía en tamaño, Cohen se convirtió en una figura influyente en el folk, el rock y la música country, solo comparado con su contemporáneo Bob Dylan. El segundo álbum de Cohen, Songs from a Room (1969), y el más tarde I’m Your Man (1988) son probablemente sus álbumes más populares.

En varias ocasiones las luchas de Cohen con sus demonios personales le llevaron a usar drogas para tratar de superar la depresión, pero también lo condujeron hacia direcciones más positivas. Se encontró por primera vez con el budismo Zen a finales de la década de 1960, pero a lo largo de las décadas siguientes regresaría al budismo para encontrar consuelo. Estudió con un profesor llamado Roshi, a mediados de los años noventa vivió en un monasterio Zen en el monte Baldy, cerca de Los Ángeles, California.

Las relaciones de Cohen y irrefrenable sentimiento con las mujeres han sido factor determinante tanto para su vida como para su obra. Conoció a Marianne Ihlen en Hydra, con quien convivió desde principios de los sesenta hasta 1968. Tuvo un fugaz romance con Janis Joplin, del cual ofrece testimonio en la canción Chelsea Hotel. Mantuvo una relación con Suzanne Elrod (no la Suzanne de la canción), con quien tuvo sus dos hijos, Adam y Lorca, quien está casada con el fabuloso Rufus Wainwright, quien nos regaló la hermosa versión de “Hallelujah” en la película Shrek. Tras su separación en 1978, Cohen encontró en Dominique Issermann una puerta de salida para su depresión en 1980. A principios de los noventa, estuvo involucrado con la actriz Rebecca DeMornay.

La comunidad de artes canadiense eventualmente perdonó a Cohen su rechazo al Premio del Gobernador General de 1968. Para 1991 fue ingresado en el Salón de la Fama de Juno, el equivalente canadiense de recibir un premio Grammy, y nombrado Oficial de la Orden de Canadá . En 1993 fue nombrado ganador del Premio del Gobernador General de Artes Escénicas. Esta vez sí aceptó. En el 2011, fue acreedor al Premio Príncipe de Asturias. Tras un conmovedor mensaje, donó los 50 mil euros del premio a la Universidad de Oviedo, con el fin de impulsar la cátedra que lleva su nombre. Leonard Cohen abrió así su discurso de aceptación:

“La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo”.

Bob Dylan

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 630, del Diario de Querétaro del 16 de octubre del 2016.

En Querétaro, en 1985, durante todas las mañanas predominaba el ruido blanco de la televisión en el Canal 5. Ya hacia las 14.00 hrs. se establecía la transmisión con la barra da caricaturas, primero con El Buzón de Rogelio Moreno y luego con El Tío Gamboín y su infinita colección de juguetes. Pero antes de iniciar la transmisión la televisión ponía (¡) videos musicales: “Everybody wants to rule the world” de Tears for Fears, el que recuerdo a la perfección. Y así procedió en los siguientes años: “A kind of magic” de Queen en 1986; “Learning to fly” de Pink Floyd en 1987. Dentro de mi desasosegada imaginación me figuraba que alguien ponía los videos para que a los técnicos de la televisión les diera tiempo para conectar los cables de la antena que les permitía transmitir el XHGC.

En algún día de 1985 hubo una excepción. En lugar de poner a Tears for Fears pusieron “We are the world” una pegajosa y emotiva melodía compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie, producida y dirigida por Quincy Jones, e interpretada por un grupo de 45 músicos que en ese tiempo estaban en la cima de la fama, denominado USA for Africa. En la canción había intervenciones de solistas. Lionel Richie iniciaba, seguían el talentosísimo Stevie Wonder, el siempre maravilloso Paul Simon, el imponente Kenny Rogers, el jazzista James Ingram, la espectacular Tina Turner, el ferviente Billy Joel, la superestrella Michael Jackson, la fastuosa Diana Ross, la estupenda Dionne Warwick, el ser quasi inmortal Willie Nelson, el virtuosismo de Al Jarreu, el jefe y consentido Bruce Springsteen, el entonces famoso Kenny Loggins, el recién solista Steve Perry, Daryl Hall (de Hall & Oates), el hilarante Huey Lewis, la intensa Cyndi Lauper, la sublime belleza Kim Carnes y el entrañable Ray Charles. Pero hubo uno que llamó poderosamente mi atención porque irradiaba un halo de sencilla majestuosidad, que en su interpretación ­–un puente hacia la última sección de estribillos– lucía una virtuosa sencillez legítima: Bob Dylan.

Cuando escribo esto es jueves. Estamos despiertos desde las 5.00 hrs. al anuncio del Instituto Karolinska antes de las 6:00 hrs. en horario de la Ciudad de México, Sara Danius, con una elocuente y coqueta sonrisa, anunció que Bob Dylan se había hecho acreedor al premio Nobel de Literatura 2016. En nuestro Libro de Cabecera de la semana pasada advertimos esto como posibilidad; personalmente llevo más de 10 años esperando a que esto ocurriera. Es jueves y es un gran día porque de infinitas maneras Dylan ha sido parte de nuestras vidas.

Y no es de extrañar. No son pocas las voces que consideran (consideramos) que Robert Allen Zimmerman (en hebreo, שבתאי זיסל בן אברהם , Shabtai Zisl ben Avraham) es el mayor poeta de habla inglesa de la literatura del siglo XX. Y algunas evidencias lo confirman:

  • Distinción honorífica Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el Ministro de Cultura de Francia, en 1990,
  • Premio de Música Polar, otorgado por la Real Academia Sueca de Música, en el 2000, por sus logros excepcionales en la creación y el avance de la música. Este premio es popularmente conocido como el Nobel de la Música. También han sido premiados Paul McCartney, Elton John, Bruce Springsteen, Pink Floyd, Led Zepellin, Patti Smith. Cecilia Bartoli lo obtuvo en el 2016.
  • Premio Príncipe de Asturias, por su aportación relevante al patrimonio cultural de la humanidad, en el 2007.
  • Premio Pulitzer, en citación especial, por el impacto de su trabajo en la música popular estadounidense.
  • Medalla Presidencial de la Libertad en 2002, junto a Toni Morrison y otras 11 personas más por “el impacto increíble que han tenido en tanta gente, no a corto plazo, sino de manera constante, a lo largo de toda su vida”.
  • Premio Nobel de Literatura 2016, por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la tradición de la gran canción americana.

Por cierto, después de 1993 a ningún otro estadounidense se le había entregado el Nobel de Literatura. La última había sido Toni Morrison.

A sus 75 años, Dylan ha ganado además 12 premios Grammy, un Golden Globe y un Oscar, estos dos últimos por la canción “Things have changed” de la película Wonder Boys (2000, conocida en Latinoamérica como Loco Fin de Semana), con lo que sienta un antecedente histórico. Antes que él, George Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura en 1925, obtuvo el Oscar a mejor guión adaptado por la película Pigmalión en 1938.

Es miembro del Salón de la Fama del Grammy desde 1973. En 1988 fue ingresado al Salón de la Fama del Rock. Así mismo, cinco de sus canciones fueron incorporadas a la lista de 500 canciones fundamentales del Rock N’ Roll: Blowin’ in the wind (1963), The Times They Are A-Changin (1963), Like a Rolling Stone (1965), Subterranean Homesick Blues (1965) y Tangled Up In Blue (1975).

Like a Rolling Stone es la mejor canción que he escrito” dijo Bob Dylan en 1965. En el 2004, en una edición especial la revista Rolling Stone (por supuesto, en su edición americana) la declaró la mejor canción de todos los tiempos.

Joyce Carol Oates escribió en su Twitter: “Sobre el Nobel a Dylan: inspirada y original elección. Su inquietante música y sus letras siempre me han parecido, en el sentido más profundo, literarias”.

Hoy como en 1965 es poco probable que los aficionados a la poesía o los poetas académicos y literarios miren con buenos ojos al cantante estadounidense de folk, de 23 años de edad en 1965, de 75 en 2016. Hoy como en el 65 una grey hipócrita, conservadora, atenida, ignorante y sospechosamente purista se arde por el premio a Dylan. Almas que se autoasumen como libres, personajes de la izquierda fofa y mezquina, que primero reniegan de los galardones para enseguida compartir con la rabia de las redes sociales su indignación por el otorgamiento a Dylan. Críticos literarios del feis, lectores tipo Splenda, emergentes especialistas de la literatura mundial indignados a la sazón de su ignorancia porque Bob Dylan es un cantante y compositor, que canta feo y que mejor se lo hubieran dado a Juan Gabriel. Tan lejanos de la Tarántula y de las Letras, son víctimas de su Viento Idiota.

Hoy, al lado William Faulkner, John Steinbeck, Ernst Hemingway y Tony Morrison se instala el de Bob Dylan.

Hoy es jueves 13 de octubre. Al momento de terminar de escribir estas líneas, Dylan estará comenzando un concierto en Las Vegas. Su amigo y compañero de viaje en el Desert Trip, Paul McCartney, también estará ofreciendo un concierto en Pappy & Harriet, un bar con capacidad para 300 personas en Pioneertown, cerca del parque nacional Árbol de Joshua. La taquilla abrió a las 18:30. Los boletos cuestan $ 50. El corresponsal de The Guardian me dice que quizás esto es lo más grande que sucede en Pioneertown desde que Roy Rogers lanzó la primera copa en la bolera.

Este jueves, el día en que mis dos grandes pasiones encontraron un punto de convergencia llamado Bob Dylan, es el día más hermoso de la Historia. Al menos para mí. How does it feel?

Nacido para correr

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Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 627, del Diario de Querétaro del 25 de septiembre del 2016.

El domingo 1 de febrero del 2009, Bruce Springsteen y la legendaria E Street Band ofrecieron uno de los cinco mejores espectáculos del medio tiempo, en el Super Bowl XLIII. El escenario fue el Raymund James Stadium, asentado en la ciudad de Tampa, Florida. Con la producción de Don Mischer y White Cherry, Springsteen lanzó un set de cuatro canciones que fueron coreadas y bailadas de manera memorable y estridente por la fanaticada, lo suficiente como para colocar el juego de futbol americano (los Acereros de Pittsburg vencieron a Cardinales de Arizona con marcador de 27 a 23) como un simple pretexto para un concierto de The Boss. Hay versiones que afirman que el mayor número de asistentes al juego se debió al show de medio tiempo.

El ensamble de metales sugirió desde el principio la línea melódica inicial de la divertida “Tenth Avenue Freeze Out”, mientras The Boss y el resto de la E Street Band se incorporaban al escenario. Enseguida vino la sublime y rompedora “Born to run”, un himno imprescindible que nos conmovió sorpresivamente (algunos asegurábamos que esa iba a ser la canción de cierre). Tras un apoteósico final, de inmediato se insertó el contrastante inicio de “Working on a dream”, canción que se estrenara el 2 de noviembre del 2008 en la ciudad de Ohio, durante un acto de campaña del entonces candidato a la presidencia de los EEUU, Barack Obama. El marco estaba listo para el cierre. La autobiográfica “Glory Days”, una retrospectiva hacia los días de gloria de nuestra adolescencia y el reencuentro con amigos que se han ido, fue la elegida para congregar a las miles de voces en un solo grito: “Glory days!, well they’ll pass you by, Glory days!”

El juego se reanudó. Las voces melódicas cedieron el paso a las vociferaciones propias del emparrillado. Steve Van Zandt, Clarence Clemons y el resto de la E Street Band se prepararon para asumir su rol de aficionados, para seguir la fiesta o para marcharse a casa. En cambio, Springsteen, apartado incluso de Patti (guitarrista y corista de la E Street Band, y también esposa de Bruce desde 1991), comenzó a escribir sobre hojas sueltas lo que sería no una canción, ni tampoco un nuevo mensaje para el presidente Obama. Se había decidio intempestivamente a escribir la historia de su vida.

El próximo 27 de septiembre llegará a las librerías Born to run (Simon & Schuster, 2016), la autobiografía de Bruce Springsteen escrita, como debe de ser, por él mismo. El libro viene acompañado por un complemento excepcional, Chapter and verse (Columbia), álbum recopilatorio que incluye algunas de las primeras canciones de la carrera de Bruce grabadas con The Castiles en 1966, con Steel Mill en 1970, con la E Street Band y con su propia banda en años posteriores. Cabe señalar que el álbum de 18 canciones contendrá cinco que aún no han sido publicadas.

El libro, “una narración de poesía, peligro y oscuridad”, se presentará unos días después de que The Boss cumpla su cumpleaños número 67. De acuerdo a sus editores y publicistas, Springsteen ha estado trabajando en su autobiografia de manera discreta y celosa durante los ´lti﷽﷽﷽﷽﷽﷽o a sus editores y publicistas, Springsteen ha estado trabajando en su autobiografia de manera discreta y celosa duranúltimos siete años.

Springsteen narra su infancia y adolescencia en Freehold, su camino que lo llevó a convertirse en músico, sus primeros años como líder de una banda de rock en Asbury Park, y su crecimiento profesional que desembocó en su incorporación con la E Street Band.

“Escribir acerca de uno mismo parece ser un negocio divertido, pero en un proyecto autobiográfico como éste, el escritor establece una promesa: mostrar al lector la mente del autor. En las páginas de Born to run he tratado de hacerlo”.

El vocero de la editorial que publicará el libro de The Boss se refiere a la autobiografía como “el libro que hemos estado esperando. Los lectores verán correr sus propias vidas a través de la auténtica narración de Springsteen, de la misma manera en la que nos identificamos con sus canciones”.

Este no es el primer libro de Springsteen. Hace dos años debutó con Outlaw Pete (Simon & Schuster, 2014), traducido al español como El forajido Pete (Urano, 2014) un libro con ilustraciones del artista Frank Caruso basado en la canción homónima que aparece en el disco “Working on a dream” (2009). Al contrario de lo que el libro y el título pudieran sugerir, El forajido Pete no es un libro para niños. No obstante, la historia de un bebé proscrito y ladrón de bancos, puede ser contada por los padres a sus hijos, quienes pueden tener la oportunidad de abordar temas universales tales como la pasión, el instinto, el coraje y la libertad. A lo largo de 56 páginas, Springsteen desgrana un mensaje moral con reflexiones adultas sobre el bien y el mal, el comportamiento y la cultura estadounidense. O bien pueden escuchar la canción.

A decir de Ian Champan, CEO de Simon & Schuster en el Reino Unido, “si tu estuvieras preguntando a algún editor o publicista sobre el nombre de una persona del ámbito cultural cuya biografía te provoque gran entusiasmo, seguramente el nombre de Bruce Springsteen estaría en la lista”. Y agregó, “más allá de ser uno de los sujetos más admirados alrededor del mundo, Bruce es un cautivador contador de historias, con un estilo característico y único”.

La edición de Born to run ya fue anunciada para las principales ciudades del mundo. En Francia, la edición correrá a cargo de Ediciones Albin Michel; en Italia, Mondadori; Heyne, en Alemania; Natur y Kultur en Suecia; Spectrum en Holanda; Politikens en Dinamarca; Cappelen Damn en Noruega; Otava en Finlandia; y Penguin Random House en España y, seguramente, en México.

En el 2014, en una entrevista con The New York Times a propósito de la presentación de Outlaw Pete, Bruce Springsteen reveló el nombre de sus escritores favoritos: Cormac McCarthy, Philip Roth y Richard Ford. “Amo la manera en la que Richard Ford escribe sobre New Jersey: el escritor de deportes, el día de la independencia y La superficie del terreno, son mis cuentos favoritos. Además de ser conmovedores e hilarantes, encajan perfectamente con la perspectiva de la costa de Jersey”.

 

Rock N’ Books: The Rock Bottom Reminders.

Rock Bottom Remainders

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 603, del Diario de Querétaro del 3 de abril del 2016.

El nombre de Kathy Kamen Goldmark (Brooklyn, Nueva York, 1948-San Francisco, California, 2012) remite al de una artista completa: escritora, columnista, consultora de relaciones públicas, promotora de libros, música y cantautora. Heredera de una tradición cultural que para nuestro pesar y envidia solamente es imaginable en una ciudad que dedica gran parte de su presupuesto a la cultura y las artes. Su libro más representativo es And my shoes keep walking back to you (Chronicle Books, 2004, sin traducción al español) título que se confunde entre los acordes y las letras de la música country con las historias de amigos, relaciones sexuales y problemas familiares, de la mano de Sarah Jean Pixlie, el hilarante personaje principal.

Su esposo, el escritor, publicista de libros, columnista y músico, Samuel “Sam” Barry, cuyo libro más conocido es un ebook interactivo titulado Hard Listening: The Greatest Rock Band Ever (of Authors) Tells All (Coliloquy, 2013, sin traducción al español) escrito en colaboración con Mitch Albom, Stephen King, Amy Tan, Roy Blount Jr., Matt Groening, Greg Iles, James McBride, Scott Turow, Roger McGuinn, Ridley Pearson, Ted Habte-Gabr, y el hermano del autor, Dave Barry, todos bajo el cuidado editorial de Jennifer Lou.

Cuando el periodista y escritor David Barry Jr. (1947, Armonk, Nueva York), hermano de Sam Barry, fue galardonado con el premio Pulitzer en 1988, el comité expresó que dicha distinción se justificaba porque su trabajo denotaba un “uso consistentemente eficaz del humor como un mecanismo para presentar una visión fresca de preocupaciones serias”. A Barry se le recuerda por sus hilarantes críticas y comentarios en su columna semanal en The Miami Herald, la cual mantuvo desde 1983 hasta el 2004. Sería ocioso enumerar a sus imitadores mexicanos que se han ostentado como innovadores de la comedia plagiando literalmente el trabajo de Barry, cuyos textos fueron llevados a la televisión por la CBS con la sitcom Dave’s World, la cual se transmitió de 1993 a 1997. Barry, otro gran heredero de una tradición cultural, que asistió desde muy joven a centros culturales comunitarios religiosos o profanos, en su ciudad natal donde nunca han sobrado centros o casas de cultura.

Un momento. ¿Acaso pasamos por alto los nombres de Stephen King, Amy Tan y Matt Groening? No, caro lector, son tentadoras las rutas que cada uno de esos nombres por sí mismos implican, pero en esta ocasión no pasaremos a lo obvio en lo que respecta a cada uno de estos emblemáticos autores. Entonces, ¿qué tienen en común? Además de ser coautores de un libro de crítica musical, hay una anécdota interesante.

En su faceta de publicista de libros, además de a su último esposo Kathi Kamen Goldmark conoció a una cantidad ingente de escritores, no solamente en el terreno de los negocios, sino sus estilos de vida, desde aficiones hasta conflictos internos. En su faceta de música, la autora compartió mucho de esas aficiones y conflictos internos.

Se acercaba la convención de la Asociación Americana de Vendedores de Libros a celebrarse en Anaheim, California, en 1992. Kathi Kamen Goldmark quería hacer algo distinto, algo que pudiera ser capaz de reactivar el interés por la convención y que pudiera ser punto de encuentro entre los autores que ella conocía.

Como músico semiprofesional y por sus constantes viajes como publicista literaria, a la autora se le ocurrió una idea, juntar a los escritores que compartían su afición por la música para formar una banda amateur de rock. Así surgieron los Rock Bottom Reminders. El nombre, ideado por Kathi Kamen Goldmark, nos remite al concepto de remaindered book (libros restantes), denominación que se da a los libros que se venden como saldos al no haber registrado buenas ventas. “Como bien lo marca la tradición del rock n’ roll, los Rock Bottom Reminders fueron concebidos en un coche”, solía decir la autora, quien sucumbió en el 2012 a un feroz cáncer de mama.

Además de Kathi Kamen Goldmark, su esposo y su cuñado, a la banda pertenecen los siguientes nombres:

  • Ridley Pearson: autor de The Kingdoom Keepers: Disney after dark (Disney Press, 2005, sin traducción al español), serie literaria fantástica acerca de una versión oscura de Disney.
  • Stephen King: escribió, “The glass floor”, su primer cuento en el libro Stratling Mystery Stories en 1967.
  • Scott Turow: autor de la novela policiaca Presunto inocente (Vintage, 2011)
  • Amy Tan: célebremente conocida por El club de la buena estrella (Planeta, 2007)
  • Joel Selvin: autor de Here comes the night (Counterpoint, 2014, sin traducción al español), que habla acerca de la era dorada del Rhythm & Blues.
  • James McBride: autor de The color of water: a black man’s tribute to his white mother (Riverhead, 1997) que cuenta la historia de la judía polaca Ruth McBride Jordan.
  • Mitch Albom: autor de la muy recomendable novela autobiográfica Martes con mi viejo profesor (Océano, 2010).
  • Roy Blount Jr.: autor de Nashville: an american self portrait (Beaten Biscuit Press, 2005, sin traducción al español)
  • Barbara Kingsolver: autora de The Poisonwood Bible (Harper, 2005, sin traducción al español) que trata de historia de la familia Price y su misión evangelizadora en el Congo.
  • Robert Fulghum: autor de All I really need to know I learned in kindergarten (Ballantine Books, 2004, sin traducción al español).
  • Matt Groening: autor de la tira cómica semanal The big book of hell (Pantheon, 1990). Ah, también es creador de Los Simpsons y Futurama.
  • Tad Bartimus: autora del terrible War Torn: stories of war from the women reporters who covered Vietnam (Random House, 2002), acreedor al Pulitzer.
  • Greg Iles: autor de la serie policiaca The quiet games (Coronet, 1999).

Como testimonio de la banda, los integrantes fungieron como coautores para dar vida al libro Mid-life Confidential: The Rock Bottom Remainders Tour America with Three Chords and an Attitude (Plume, 1995, sin traducción al español), un libro que reúne chismes, detrás de cámaras, confesiones y anécdotas de cómo quince de los escritores norteamericanos más importantes abandonaron sus habituales ocupaciones para lanzarse a una gira como banda de rock. El libro ofrece una colección de cien fotografías curiosas, treinta de ellas a color. Posteriormente lanzaron su álbum Stranger than fiction. Participaron también en la apertura del Salón de la Fama del Rock en 1995.

La primera actuación de los Rock Bottom Reminders fue catalogada por David Streitfeild, periodista de The Washington Post, como el mejor debut desde The Monkees. Los Reminders no tienen videos musicales en YouTube, no han firmado ningún contrato con ninguna disquera, ni han sido nominados al Grammy en ninguna categoría, pero tienen más de 159 mil búsquedas en Google.

De los Reminders, Dave Barry declaró: “Nosotros hacemos música tan bien como Metallica escribe libros”, a lo que Kirk Hammett, guitarrista de la banda aludida, respondió “¿Rock Bottom Reminders?, ¿quién demonios son ellos?”. Cuando Bruce Springsteen asistió como guitarrista invitado, Dave Barry solía preguntarle: “¿Te sabes estas canciones, Bruce?, ¿podrías echarte el solo de guitarra?”. En uno de aquellos días, Springsteen les dijo a los Reminders: “Su banda no es tan mala; tampoco es tan buena. Pero no permitan que sea mejor de lo que es, de otro modo conseguirán que sea otra banda despreciable.»

José Luis Domínguez, la sublimación del artista.

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«En mi generación, ser músico era más de actitud, pero ahora hay que sumar conocimiento y lo que se es como persona», José Luis Domínguez.

En una entrevista que el periodista Adán Tamariz hizo al guitarrista Alejandro Marcovich, publicada ayer domingo 13 de marzo en la sección «Gente» del periódico Reforma, me llamó la atención la respuesta del exguitarrista de Caifanes a la pregunta ¿Volverías algún día con Caifanes?: «No sé, me gustaría seguir haciendo lo que me gusta, entonces, ahí dejémoslo, en punto suspensivos».

Más adelante, en la misma entrevista, afirma que con su actual proyecto «puedo hacer algo que he desarrollado desde hace muchísimos años y que no lo podía hacer con mis talentosos compañeros en mi exgrupo, que es la improvisación en el escenario».

Luego, cierra la entrevista con «Yo nunca espero nada, las cosas las hago porque me gusta hacerlas y para complacerme a mí; cuando hago una canción o grabo un solo es asunto arreglado. Me tiene sin cuidado, como artista e inclusive como persona…, lo que piensen de mí puede estar equivocado».

El mismo día, separado de egocentrismo de Marcovich, sin poses, reflectores, y sí con mucha humildad y talento, poco a poco se difundía la noticia de la muerte del guitarrista José Luis Domínguez.

Pieza clave para Arpía y Nine Rain, además de ser músico de sesión de Cecilia Toussaint y el imprescindible Jaime López, Domínguez destacó además en la labor de docencia: fundó la escuela Desarrollo Integral Musical (DIM), que ha formado un sinnúmero de cuadros de las nuevas generaciones, sobre todo las encaminadas al rock, jazz y sonidos circundantes.

El Gordo, como sus amigos le decían de cariño, en 2012 comentó para La Jornada (uno de los poquísimos medios que dieron voz al músico): «No tengo miedo y enfrento mi realidad. Si mañana me tocara morir estaría conforme, porque he sido un ser humano muy afortunado. No tengo ninguna religión, pero sé que tengo aún varias cosas por hacer».

Domínguez era un excelente intérprete, pero mejor ser humano. Generoso, abrió su escuela a principios de 2000. El objetivo esencial de DIM, afirmaba, es no dar a los alumnos fórmulas ni formatos para hacerlos estrellas; no tiene que ser una fábrica de astros, sino de músicos.

Abundaba: “En México, de la mayoría de escuelas de música salen jóvenes que tan sólo hallan trabajo en el hueso (formando parte de un grupo, por ejemplo) o tocando cóvers, pero a la larga eso los frustra”.

Domínguez tocaba desde hace décadas en Arpía, grupo de Cecilia Toussaint, y desde hace algunos años en Nine Rain. En mi generación ser músico era más de actitud, pero ahora hay que sumar conocimiento y lo que sé es como persona.

Negaba que tener formación académica quite el filin, lo emotivo, al tocar. “El filin sin conocimiento no funciona. Hay que prepararse y tener disciplina. En general, el medio es mediocre porque los músicos sólo sobreviven. Tienen que tocar diario para ganar 500 pesos por show, pero uno va dejando la juventud. Creces y no tienes en qué caer muerto. Yo toqué cóvers, pero salí, y los que siguen haciéndolo ganan una miseria”.

Gracias, José Luis Domínguez.

Referencias:

Redacción (2016). «Murió el guitarrista José Luis Domínguez, parte esencial del sonido de Arpía y Nine Raín», en La Jornada, sección Espectáculos, lunes 14 de marzo del 2016. Página a13. Disponible en http://www.jornada.unam.mx/2016/03/14/espectaculos/a13n1esp

 

Mi historia secreta de la música.

 

Urdanivia

Publicado originalmente en el suplemento cultural Barroco número 599, del Diario de Querétaro del 6 de marzo del 2016.

La memoria es la facultad que permite la retención de información a través del tiempo. El recuerdo es el producto de la memoria a modo de evocación, y se refiere a algo pasado o de que ya se habló con anterioridad. Cuando alguien regala un recuerdo (un recuerdito, decimos en ámbitos más cotidianos, familiares, inmediatos) se trata de un obsequio que se entrega como testimonio de buen afecto. Asimismo, conservamos objetos que sirven como recuerdos en sí mismos para recordar a personas, acontecimientos o circunstancias en particular.

Más allá del concepto de anacronía (cuando se cuenta un relato sin orden canónico, en plena confusión potestativa o espontánea de épocas por parte del narrador) y de analepsis (evocación de uno o más acontecimientos que ocurrieron en el pasado desde la perspectiva de la instancia narrativa, en pocas palabras, flashback), el recuerdo es una noción fundamental tanto para la literatura como para la vida cotidiana.

Alguna fiesta de cumpleaños, nuestra primera vez que anduvimos en bicicleta por cuenta propia, aquella ocasión en que subimos a la pirámide del sol, o conocer el valor de , son solo algunos ejemplos que dan cuenta de la amplísima gama de información que almacenamos a modo de recuerdos.

¿Qué importancia tiene que los recuerdos cobren esa vivacidad que les permite ser considerados como verdaderos? Marcel Proust (París, 1871-1922), en En busca del tiempo perdido. 1. Del lado de Swann (Losada, 2007) responde: “Y una vez que el novelista nos ha puesto en ese estado en el que toda emoción se decuplica, en el que su libro ha de turbarnos como lo haría un sueño, pero un sueño más nítido que el que tenemos dormidos y destinado a durar más en el recuerdo, resulta entonces que desencadena en nosotros durante una hora, todas las dichas y todas las desgracias posibles, que en la vida tardaríamos muchos años en conocer parcialmente (así́ cambia nuestro corazón en la vida, y el peor dolor es ése; pero sólo lo conocemos en la lectura, en la imaginación)”.

En la música, aquellas dichas y desgracias posibles se matizan con las luces, el telón, el recital del pianista, el concierto de una orquesta sinfónica, una función de danza… De lo que ocurre tras el espectáculo da cuenta el artista, el administrador, el periodista, el personal técnico y los promotores. De lo que acontece frente al escenario da cuenta el público, quien rara vez se entera del pánico del artista, del berrinche de la diva, de los representantes o promotores que exigen el cumplimiento de algún capricho como condición para tocar la segunda parte de un concierto, de la visa que nunca llegó, de la descompostura del autobús que causó que los bailarines llegaran agotados en a la función, del jazzista que decidió pelearse con el personal de foro un minuto antes de su presentación. Quien ha estado involucrado directamente con la planeación, contratación y logística sabe que a la hora de las urgencias hay que fungir como gestor, filántropo, guardaespaldas, psicólogo, enfermero, locutor o chofer, cambiar sillas o llantas y, a veces, llevar en vilo a algún artista ebrio: ¡todo sea por el arte!

Fernando Díez de Urdanivia Serrano (Ciudad de México, 1932), definido como un quijote de las artes escénicas por el pianista Raúl Herrera, presenta en los dos volúmenes de Mi historia secreta de la música (Luzam, 2007) un conjunto de recuerdos dispuestos a modo de anecdotario por donde desfilan personalidades nacionales e internacionales que se encargaron de fundar la historia de la música contemporánea en México, a partir de los años cuarenta y hasta la última década del siglo XX.

Fernando Diez de Urdanivia Serrano, hijo del célebre periodista Fernando Díez de Urdanivia y Díaz (Puebla, 1897-1966), fundador de la escuela de periodismo Carlos Septién García en 1949, es periodista, fundó El Heraldo de México en 1965; promotor cultural, fue gerente de la Orquesta Sinfónica de la UNAM; músico, como pianista ha participado con el Cuarteto Latinoamericano, con la Camerata de Luis Humberto Ramos, con el violonchelista Carlos Prieto; y escritor tardío, autor de Cómo hablan los que escriben. 25 entrevistas con escritores de habla española (Luzam, 1996) entre los que destacan Camilo José Cela, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, entre otros.

En un estilo anecdótico, que fluctúa entre lo conversacional, el chisme, la confesión y el monólogo, Díez de Urdanivia presenta un mosaico onomástico que da vida a un microcosmos artístico que ha quedado varado en un tiempo determinado de la música en México. Por las páginas del texto se asoma Marta García Renart, con quien Díez de Urdanivia se las arreglaba para que su hora de clase quedara junto a la de ella: “Ignoro si el maestro se daba cuenta, pero siempre cedía a mi petición. A la entrada o a la salida Marta y yo nos encontrábamos. Su tía Angelina la esperaba cerca de la academia. Cuando me veía venir se metía detrás de un árbol, para no tener que saludarme”.

Asimismo, convive en el libro Otto Mayer-Serra (Barcelona, 1904-Ciudad de México, 1968), musicólogo, intelectual y refugiado español que inició con los primeros estudios de la música mexicana del siglo XX, que era “absorbente y fastidioso. Talento encantador pero de carácter insoportable” y de quien todavía resta mucho por descubrir y aprender.

Si bien el texto necesita de un trabajo de edición de mayor cuidado, Mi historia secreta de la música debería de ser elevado a rango de libro texto como complemento de las materias de música mexicana, en las escuelas de arte, como un marco referencial mínimo para cualquier estudiante o profesor de música, aunque eso equivalga a navegar a contracorriente de acuerdo a las nuevas tendencias.

Acaso en la primera y en la última anécdota se encuentre el sustrato más emblemático del texto. En la última anécdota titulada “50. Una cosa es tocar; otra, hacer música”, la última parte del texto, el autor destaca algunas lecciones de vida a partir de sus enseñanzas con Luis Herrera de la Fuente: estamos llenos de músicos intérpretes con capacidades prodigiosas para dominar la técnica, y con los maestros que los ayudan a lograrlo. Cada vez que tocan asombran pero no convencen. Tocar no es siempre hacer música. Aterroriza la actual reverencia de la técnica la cual es síntoma de que este mundo no está en manos de los artistas ni de intelectuales. Ante la idea de la audición perfecta, del pianista rápido y furioso, del ejecutante ignorante de la cultura pero impecable en la técnica, el autor se llena de horror el pensar que llegaríamos a lo que finalmente al paso de los años hemos llegado, a la proliferación de violinistas, pianistas, violonchelistas y demás intérpretes quizás reverenciados por el público, para los que Enrique Bátiz tiene una definición demoledora: “tocan todas las notas”.

A propósito de Enrique Bátiz Campbell (Ciudad de México, 1942), allá por el 2012, cuando cobraban fuerza las fuerzas simplificadoras y pseudoprogresistas del arte y la educación musical, Bátiz espetaba con la irreverencia de su palabra y memoria: “Soy un músico modesto al servicio de Euterpe y que chinguen a su madre los que no lo entienden”.

 

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