Éxito, un libro sobre el rechazo editorial.

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En su reciente visita a Querétaro, el escritor Ramón Córdoba, editor en jefe de Alfaguara México, se refería al carácter humano de todo editor: “Los editores somos seres humanos que podemos acertar con un gran autor, pero también nos podemos equivocar rechazando quizás a un gran talento en potencia”.

Más que atribuirle toda la responsabilidad al editor, Córdoba coincide con el escritor, editor y periodista cultural español, Íñigo García Ureta, que el acto que efectúa el escritor al buscar un editor para que su obra sea publicada es similar al acto de conquistar exitosamente a una mujer. La analogía no es gratuita: “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, de acuerdo a la cita de Winston Churchill que recupera García Ureta a modo de epígrafe.

Éxito, un libro sobre el rechazo editorial (Trama Editorial, 2012) es el resultado de una encuesta que realizó Íñigo García Ureta a algunos colegas y amigos, conformada por cinco preguntas relativas al rechazo editorial:

  1. De ser el rechazo editorial una metáfora de la vida, ¿qué lecciones podemos extraer de todo ello?
  2. ¿Cuál es a tu juicio la mejor anécdota de rechazo en el mundo editorial?
  3. De seguro tienes experiencia directa en haber rechazado un libro o autor que se ha demostrado exitoso, ¿cómo definirías tu reacción al conocer el favor del público?
  4. ¿Qué consejos darías a cualquier autor que acaba de ser rechazado por una agencia editorial?
  5. ¿Qué aspectos debe cubrir una carta de rechazo editorial y cuál es el mejor medio para hacerla llegar a un destinatario?

El resultado es un texto divertido, anecdótico, visionario, interesante, pero sobre todo útil tanto para escritores consagrados como emprendedores en ciernes. Partamos del principio de que el rechazo editorial (y sentimental, ya entrados en metáforas, caro lector) es solamente un anticipo de lo que la vida nos tiene reservado. El rechazo es digno solamente para aquél que lo intenta.

En el mismo tenor, huelga decir que a pesar de todos los intentos, todos los hombres estamos condenados a morir sin ser plenamente felices. Hasta el momento no hay noticias de alguien que se haya escapado de la muerte; y los momentos de felicidad son poco compensatorios para el fracaso final, de acuerdo al pensamiento de Albert Camus plasmado a través de Calígula. No obstante, de las obras rechazadas ya se encargará el tiempo. Y a modo de consuelo, sirva la siguiente cita de Josep Pla:

“La casi totalidad de novelas que salen hoy –y algunas me parecen trascendentales y definitivas- nadie sabrá dentro de poco dónde han ido a parar. La cosa más triste del mundo es leer catálogos de ediciones de novelas. ¡Qué enorme cantidad de novelistas que tuvieron gran fama, que captaron todas las distinciones y los honores de su tiempo, que ganaron dinero y fueron leídos por públicos dilatadísimos, están hoy completamente ignorados y resultan imposibles de leer”.

Si bien el escenario del éxito editorial pueda ser cercano a una prevaricación moral o a una trasgresión espiritual, nadie es tan importante ni crucial como para que su rechazo te derrote definitivamente (¡ah, nuevamente la metáfora de la vida, caro lector!).

Tanto en la búsqueda del éxito editorial como en la vida misma, lo insalvable y quizás lo que tiene un valor inversamente proporcional al éxito o fracaso, son las anécdotas. Para las anécdotas de la vida habremos de procurarnos otro espacio, caro lector; para las anécdotas del rechazo editorial sirvan algunos destellos someros tan legendarios como significativos en el mundo editorial. Veamos.

La multicitada pifia de André Gide (premio Nobel de literatura en 1947), cuando rechazó el manuscrito de la primera parte de En busca del tiempo perdido, escrita por Marcel Proust en el periodo de 1908 a 1922, considerada la obra cumbre de la literatura francesa del siglo XX. Posiblemente Gide ni siquiera leyó el texto. Cuando le preguntaron acerca del rechazo del manuscrito, Gide espetó lacónicamente: “se trata solamente de una novela protagonizada por duquesas”.

Se hace referencia también al célebre rechazo de Carlos Barral a la obra capital de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (1967), rechazo que con el tiempo se convirtió en leyenda urbana de la literatura latinoamericana. Al respecto existen varias versiones: que el manuscrito original quedó había quedado revuelto entre una pila de otros textos originales la víspera de las vacaciones de Barral. Que el comité dictaminador había desestimado sin más el texto del periodista colombiano. Que Barral lo consideraba un texto vulgar, literatura de tipo oral de bajo rango y, por lo tanto, su rechazo había sido implacable sin miramiento alguno.

Tanto en el segundo volumen de sus Memorias (Editorial Península, 2001) publicado originalmente como Cuando las horas veloces (1988) como en una carta dirigida a Juan Goytisolo publicada en el diario El País en 1979, Carlos Barral puntualizaba que él no había publicado la novela del futuro premio Nobel a causa de un malentendido, a la falta de la respuesta puntual de un telegrama, pero nunca por un error editorial a consecuencia de una lectura torpe del manuscrito, del cual Barral nunca tuvo acceso, como maliciosamente se ha pretendido sostener.

O aquella anécdota chusca del anónimo editor norteamericano que trabajaba para Alfred A. Knopf Inc., una de las casas editoriales más prestigiosas de los EEUU, que en 1955 rechazó la novela más famosa de Vladimir Nabokov, Lolita (1955) al negarse su autor a la propuesta insistente de cambiarle el sexo a la protagonista. El argumento: el editor afirmaba que un Lolito añadiría más morbo al tema, con lo que inevitablemente el texto se convertiría en un instantáneo best seller.

La final, tanto en la escritura como en la vida misma, no queda más que perseverar, no echar la culpa a agentes, editores (¡ni a las mujeres!), escribir y reescribir: encontrar y escuchar nuestra propia voz, tanto la voz propia como la voz narrativa.

¿Quién es La Chica del Tren?

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La palabra “thriller” es un concepto con diversos significados para la literatura y el cine. Por su raíz etimológica (thrill=emoción, estremecimiento) se refiere a una obra que provoca emociones y estremecimientos en el lector. Su uso se popularizó en los Estados Unidos antes de que emigrara al lenguaje cotidiano de la literatura y el cine europeos. Con este mismo concepto también podemos referirnos al cine de suspenso, de intriga o de temática criminal.

Por extensión y vigente modismo, se denomina thriller a cierto tipo de novelas de detección (donde el protagonista, que puede o no ser necesariamente un detective, emprende una búsqueda frenética e implacable por ‘detectar’ al antagonista), desde Agatha Christie hasta Ian Flemming, pasando por John Katzenbach y Dan Brown. Asimismo, nos remite al cine noir o negro, o a aquellas obras cinematográficas de los años cuarenta denominadas con el arcaísmo “shocker”, ahora en desuso.

Sí, caro lector, ha sido inevitable advertir su presencia porque prácticamente está dispersa en todos lados. Pero, ¿quién demonios es La Chica del Tren (Planeta, 2015)? Es un thriller literario que está causando revuelo en redes sociales, en lectores noveles y veteranos, en amantes y detractores del género, y en las listas de los más vendidos en todo el mundo.

La protagonista es Alice Watson, mujer treintañera, usuaria frecuente del tren suburbano londinense que en su cotidiano recorrido ha establecido una relación particular con personas que habitan una casa aledaña a una parada del tren. Alice no es una femme fatale al estilo de Amy, protagonista de Perdida (Gone Girl, 2012) de la periodista estadunidense Gillian Flynn o de Lisbeth Salander, la detective antisocial y estrafalaria de Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2005) del desaparecido Stieg Larsson. No se trata tampoco de una psicoanalista defenestrada y presuntamente abyecta, con en el caso de El Psicoanalista (2002) de John Katzenbach. En realidad se trata de una mujer que está pasando por una terrible crisis existencial generada por un agudo síndrome postdivorcio: desempleada desde hace meses, con un bochornoso sobrepeso recién logrado, señalada como acosadora por su expareja, y obstinadamente alcohólica.

Su viaje en tren es una manera obsesiva de regresar a su pasado, una ruta de autoflagelación que la conduce a aquellos días felices al lado de Tom, su ahora exesposo, quien recientemente ha establecido una nueva relación con una chica hermosa, una rubia soberbia y recatada que le ha dado a Tom la dicha de tener una linda familia.

En su andar de dolor y regresión a un pasado impensado, advierte la presencia de una pareja feliz, a quien Alice se refiere arbitrariamente con los nombres de Jess y Jason. En una mañana calurosa de julio, Alice es testigo de un hecho fortuito: Jess está besando a otro hombre que no es Jason. Aquello desencadena una serie de situaciones que se concatenan virtuosamente a través de una narrativa sagaz.

La Chica del Tren funciona porque es un relato polifónico donde se coordinan las voces de Alice junto a la de otras dos mujeres. Si bien el título es pobre en sentido polisémico, quizás más cercano a literatura para adolescentes, el gran acierto de la obra está en la estrategia narrativa que le otorga al lector el rol de investigador, atribuyéndole la facultad de analizar frenéticamente la implicación de los personajes a través de su participación en los hechos. Esto generará en el lector una lectura vertiginosa y fluida, con lo que será difícil no terminar de leer el libro en menos de una semana. No le extrañe, caro lector, que lo lleve consigo a todos lados, no Usted al libro, sino viceversa.

Desde el establecimiento de un juego de perspectivas a partir de las voces narrativas, es interesante advertir el grado de omnisciencia y participación de cada uno de los personajes, el cual se presenta como un juego críptico pero accesible a cualquier lector. La emoción del lector sufrirá asimismo un giro estético que provocará un grado de exploración y detenimiento de acuerdo a los intereses y emociones de cada lector. Esto generará también un creciente e intenso interés, con lo cual la lectura atenta y la intriga intimista entre el lector y el autor están garantizadas.

Sin caer en determinismos sexistas, no es baladí sugerir que La Chica del Tren es un libro que puede ser disfrutado más por lectoras que por lectores. Es muy probable que el grado de intuición en múltiples vertientes presentados en la obra generen una implicación de mayor impacto en el sector femenino en comparación con lectores masculinos. Asimismo, el lenguaje convencional del libro permite un acercamiento con mayor grado de identificación de tipo psicológico hacia el lector femenino.

El espacio narrado, un Londres contemporáneo y sugerido con imágenes elocuentes y descripciones intimistas, traslada la experiencia de lectura a la circunstancia del lector. Es decir, nosotros podríamos emular a Alice Watson desde nuestros viajes cotidianos en el transporte urbano queretano, o con las transeúntes que deambulan por las calles de nuestra ciudad, en pleno acto de identificación metaliteraria.

El interés por saber qué ha ocurrido en el tren de las 8.04 ha rebasado el plano de lo literario y de los récords de ventas, dejando atrás al récord casi imbatible establecido por El Código Da Vinci (2003) de Dan Brown. Y sí, su interés ya ha tentado al ámbito cinematográfico: Dreamworks ya externó su interés por llevarla al cine, bajo la dirección de Tate Taylor (The Help, 2011), y probablemente con las actuaciones de Kate Mara (The Martian, 2015) y Emily Blunt (Edge of Tomorrow, 2014).

Sin ser una obra literaria de grandes ambiciones y complejidades narrativas, abiertamente exenta de pretensiones pseudoinnovadoras, La Chica del Tren se confirma como la gran apuesta de Paula Hawkins, escritora y periodista sudafricana quien, quizás sin proponérselo, ha contribuido a intensificar el foco de atención a un género que se ha redimido. Es, asimismo, un excelente regalo navideño o de fin de año. Mejor aún si se lo regala Usted a sí mismo, caro lector.

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