Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman

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A diferencia de los sólidos, los líquidos pueden fluir, derretirse, desbordarse, salpicar,
vertirse, filtrarse, gotearse, inundar(se), rociar, chorrear, manar exudar… No es sencillo contenerlos, en su paso humedecen y empapan a lo sólido.

Más que obviedades, las anteriores son metáforas consideradas por Zygmunt Bauman
(Poznan, 1925 – Leeds, 2017) propuestas en Modernidad líquida (Fondo de Cultura
Económica, 2002) para proponer una forma de comprender la naturaleza de la fase actual de la historia de la modernidad.

Partiendo de que, de acuerdo con el sociólogo polaco, la Modernidad Sólida ha llegado a su fin, lo primero que comenzó a disolverse fueron las lealtades tradicionales, los derechos y las obligaciones. La disolución de los sólidos se justificaba para destrabar la compleja trama de las relaciones sociales, “dejándola desnuda, desprotegida, desarmada y expuesta, incapaz de resistirse a las reglas del juego y a los preceptos de racionalidad inspirados y moldeados por el comercio, y menos capaz aún de competir con ellos de manera efectiva”.

No obstante, esta postura no significa una imputación automática, superficial e irreflexiva hacia el neoliberalismo o a la posmodernidad, tan de moda estos tiempos líquidos. Desde el discurso sociológico, que no filosófico, Bauman advierte a partir de Max Weber que la desaparición de la modernidad sólida dejó vía libre a la invasión y al dominio de la racionalidad instrumental y del rol determinante de la Economía. Es decir, “las bases de la vida social infundieron a todos los otros ámbitos de la vida el estatus de superestructura, o sea, una especie de artefacto construido a partir de dichas bases, cuya única función consistió en contribuir con su funcionamiento aceitado y constante».

A diferencia de las abundantes críticas a la modernidad, Bauman señala que lo que se produce en la actualidad es una redistribución y reasignación de los poderes de disolución de la modernidad, los cuales se encargaron de afectar a las instituciones, los marcos que circunscribían los marcos de acciones y elecciones posibles, los patrimonios heredados y las estructuras de dependencia e interacción. Lo más grave de esto es que, en lugar de que se tomen en cuenta las instituciones precedentes, hay un irresistible impulso por reformar y remodelar lo existente según los cambios que se vayan experimentando. Una especie de destrucción de lo existente que se desplaza del sistema a la sociedad, de la política a las políticas de la vida, del nivel macro al nivel micro, desde el afán líquido del poder de la licuefacción.

Esto ha dado como resultado una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo, aunque no del ciudadano. Esto nos ha llevado, a decir de Bauman, a nuestro límite natural, lo que ha impulsado a muchos teóricos a hablar del fin de la historia (exceptuando quizás a Fukuyama) o de posmodernidad, aún de moda en nuestros días.

Es precisamente el individualismo una consecuencia de la venganza del nomadismo contra el principio de la territorialidad y el sedentarismo, lo que a su vez ha provocado la desintegración de la trama social y el desmoronamiento de las agencias de acción colectiva.

Mientras desde el discurso líquido de las filosofías emergentes, circunloquios en torno al advenimiento de la moda neofaucaultiana, se licúan esbozos de una supuesta crítica al individualismo, Bauman habla de la agonía generada a partir de la ausencia de rutina y pautas de comportamiento: “gracias a la monotonía y a la regularidad de los patrones de conducta […] los humanos saben cómo actuar en la mayoría de los casos y rara vez enfrentan una situación que no esté señalizada, en la que deben tomar decisiones bajo la propia responsabilidad sin el tranquilizador conocimiento previo de sus consecuencias, transformando cada movimiento en una encrucijada preñada de riesgos difíciles de calcular”.

Es entonces cuando el proyecto de Bauman se dirige hacia una propuesta de una mejor modernidad que se traduzca en una mejor sociedad, y lo construye a partir de cinco aspectos a considerar: emancipación, individualidad, espacio-tiempo, trabajo y comunidad.

Para Bauman, el ser moderno significa estar eternamente un paso delante de uno mismo, en estado de constante transgresión, tener una identidad que sólo existe en tanto proyecto inacabado. No obstante, nuestra manera de ser diferente es distinta en, al menos, dos aspectos:

  1. El gradual colapso y la lenta decadencia de la ilusión moderna temprana, la creencia de que el camino que transitamos tiene un final o un cambio histórico alcanzable, un estado de perfección a ser alcanzado mañana, el próximo año o el próximo milenio (en el presente, pues).
  2. La desregulación y la privatización de las tareas y responsabilidades de la modernización: lo que antes era un trabajo resultado de la razón humana en tanto atributo y propiedad de la especie humana se fragmentó cedido al coraje y al energía del individualismo.

Aunque la idea de progreso no se ha abandonado en su totalidad, el énfasis se ha puesto en la autoafirmación del individuo.

Es importante señalar la diferencia que establece Bauman entre el concepto de individuo en contra del de ciudadano entendidos por dos fuerzas que se conciben en “la sociedad que da forma a la individualidad de sus miembros, y los individuos que dan forma a la sociedad con los propios actos de sus vidas poniendo en práctica estrategias posibles y viables dentro del tejido social de sus interdependencias”. En este sentido, la sociedad moderna existe por su implacable e incesante acción individualizadora, así como la acción de los individuos consiste en reformar y renegociar diariamente la red de lazos mutuos de eso que aún llamamos sociedad.

En pocas palabras, dice Bauman, la individualización consiste en transformar la identidad humana de algo dado en una tarea, y en hacer responsables a los actores de la realización de esa tarea y de las consecuencias (así como de los efectos laterales) de su desempeño. Lo que constituye la característica de la vida moderna es la necesidad de transformarse en lo que uno es. Hablar de individualización y modernidad es hablar de una sola e idéntica condición social.

Autor: doctorsimulacro

Periodista, docente e Investigador en Ciencias Sociales y Humanidades

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