A night in Querétaro

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Para Julio César Cervantes, “El Diablo”.

—¿Quién va a tocar, güey?
—Sandoval.
—Ah, el ese par de güeyes que cantan baladas chillonas.
-—No, pendejo, el saxofonista: Antonio Sandoval.
Ni el grupo Sandoval ni el “saxofonista Antonio Sandoval”. El fragmento de la conversación anterior bien podría funcionar como ejemplo de las tantas voces no especializadas en jazz que especulaban respecto al concierto que iba a haber en Plaza de Armas, en la noche del martes 10 de julio. En realidad se trataba del concierto inaugural de Arturo Sandoval, legendario trompetista y pianista de origen cubano quien, en compañía de su actual grupo con quien ha estado trabajando desde el 2011, se encargarían de abrir el festival.
Los primeros asistentes al concierto, la gran mayoría conocedores de la obra de Sandoval, se dirigieron a las primeras filas, pero fueron rechazados de inmediato por personal de staff del festival: Primer intento: están reservados para personas de la tercera edad. Segundo intento: están reservados para personas con discapacidad. Tercer intento: están reservados para prensa. Cuarto intento: es para invitados especiales. Quinto intento: es que ya estaban reservados para alguien, pero no sé para quién…
Con su actuación, más que con la medianamente concurrida clase magistral que ofreció,
Arturo Sandoval nos enseñó que los verdaderos grandes artistas son sencillos y se divierten en el escenario. Andan caminando campantes por las calles regalando sonrisas (o tocan el piano de Jorge Blasio, pianista de conocido restaurante en Plaza de Armas), saludan a la gente, y no proyectan sus complejos de inferioridad.
Alguien en el gobierno estatal tuvo la maravillosa idea en invertir en él. Ojalá ese mismo
alguien en el gobierno, Paulina Aguado acaso, también tenga la idea de traer a Chick Corea, Madeleine Peyroux, Larry Carlton, Spyro Gyra, Pat Metheny, Dave Koz, Diana Krall, Aubrey Logan, Brian Culbertson, Norah Jones… Y que también esa misma
persona tenga la maravillosa idea de pagar las actuaciones de los músicos locales y no
solamente ofrezcan el espacio para darse a conocer.
En el discurso inaugural, a nombre del gobernador Francisco Domínguez Servién, Paulina Aguado dio la bienvenida al Festival Internacional de Jazz de Verano, “una de las
celebraciones artísticas más esperadas en el año. Querétaro se convierte una vez más en la capital del jazz, con la presencia de músicos y agrupaciones locales, nacionales e internaciones, que harán vibrar al público con el talento y exquisitez de cada puesta musical. 62 actividades completamente gratuitas, entre conciertos, conferencias, clases magustrales, ciclos de cine y giras por los municipios, enriqueciendo de forma integral este fantástico proyecto que llega a ocho años ininterrumpidos de realizarse”, dijo en una breve y efectiva intervención ante una audiencia impaciente.
Entre la gente coincidimos muchos colegas, tanto músicos como académicos. Ojalá fuéramos una comunidad más unida, que asistiéramos a sus conciertos y actuaciones sin ningún tipo de complejos ni resentimientos, que pudiéramos ser una legión. Ojalá que mucha más gente leyera en este suplemento el Coraje Creativo del imprescindible Ornicolman. Ojalá.

“¡Hola, buenas noches!” Fue como el fundador de Irakere se presentó ante la audiencia
queretana que, con el paso de la noche, y atraídos por el jazz, colmaron el espacio de la plaza. Tras arreglarse el peinado, aprovechando que la perspectiva de la cámara le permitía mirarse de espaldas en las pantalla del escenario, cimbró a la audiencia desde la primera nota. Repito lo que dije hace tiempo: Querétaro sí escucha buena música, solamente hay que cambiar la oferta.
A los 68 años, Sandoval sigue siendo un músico íntegro, lúcido, completo y virtuoso.
Ganador de nueve premios Grammy, también recibió la Medalla de la Libertad presidencial en 2013. En HBO está disponible una película sobre su azarosa vida, For Love or Country: The Arturo Sandoval Story, protagonizada por Andy Garcia, y que narra sus primeros años como un trompetista de jazz en la Cuba comunista. El soundtrack, escrito y ejecutado por el propio Sandoval, se hizo acreedor a un Emmy en la más reciente emisión. La ejecución de
Sandoval nos remite a su sempiterna admiración a Charlie Parker, Clifford Brown y, sobre todo, a Dizzy Gillespie, a quien finalmente conoció a Gillespie en 1977 y realizó una gira internacional con él y grabaron juntos To a Finland Station en 1982. Fue en uno de esos viajes en 1990 que Sandoval desertó hacia los Estados Unidos para radicar allí
definitivamente.
Arturo Sandoval, trompetista, compositor, arreglista, sorprendió a muchos por su habilidad para ejecutar múltiples instrumentos. Durante su actuación, además de la trompeta, demostró ser un gran maestro en el piano y en el sintetizador teclados; como cantante ejecutó una versión tersa de «When I fall in love», aunque en esta ocasión no pudimos verlo en su faceta de baterista. En el concurrido escenario de Plaza de Armas, fue acompañado por Michael Tucker, saxofonista; Ricardo “Tiki” Pasillas, percusionista que se llevó el aplauso generalizado del público femenino; John Belzaguy, bajista; Johnny Friday, baterista; y Max Haymer, pianista y tecladista, pero además un gran futbolista, a decir del propio Sandoval. A pesar de estar anunciado en el programa, estuvo ausente el trompetista Keith Fiala.
El set list incluyó muchos clásicos del jazz, entre ellos «Seven Steps to Heaven» de Miles Davis, el encore de «A Night in Tunisia» del mentor de Sandoval, Dizzy Gillespie.
La lista también incluyó estándares de Sandoval como «The Latin Train», que la faceta más ecléctica de Sandoval, yendo del género clásico al be-bop y al latín. Sandoval mostró su impresionante rango tonal y expresivo en la trompeta, desde notas altas agudas pero puras, hasta notas tan bajas que parecían una mezcla de trombón o tuba. A la recurrente y efectiva mezcla be-bop y hard-bop se incorporaron ritmos cubanos y antillanos, hasta el soca, con el permanente contraste de hermosas y largas notas puras de la trompeta de Sandoval. Un ejemplo divertido fue la versión funk de «El Manisero» que en la presentación en vivo fue mucho más enérgico que en algunas grabaciones. Sandoval se divertía, a menudo bailaba, por momentos tocaba los timbales, y a ratos los teclados. Si bien puede estar acercándose a su séptima década, estaba claro que Sandoval tenía tanto energía como alegría: alegría al componer la música, al tocar la música y al ver los efectos que tuvo en quienes lo escucharon tocar.
Que el Festival de Jazz no sea un paliativo estacional o de la presente administración. Que el jazz se quede en nuestros corazones de manera permanente y que, como legión, seamos capaces de hacer encuentros con y sin el apoyo del gobierno.

La espuma de los días de Boris Vian

Una definición interesante de literal la podemos encontrar en William Wilson de Edgar Allan Poe: todo lo que los pobres de entendimiento ven en una pintura.

Lo literal se dispersa al ritmo de las redes sociales. Lo literal determina la tendencia de los contenidos, y éstos, a condición perversa de la ignorancia del espectador y la nostalgia de otros tiempos, se siguen ofreciendo al espectador de lo literal.

Quizás sea esta la razón que nos enfrentemos a una especie de involución de clásicos contemporáneos. En esta semana ya nadie se refirió al remake de It (Andy Muschietti, 2017) y nos enfocamos más en Coco (Lee Unkrich, 2017). Aunque infinitamente superior a la primera, la entronación de Coco como tributo cultural a lo que llamamos mexicano se debió mucho a la dispersión de lo literal en redes sociales: la película está buena porque nos hace llorar a los mexicanos. Obviamente el mensaje va más allá de lo literal.

Lo sutil pierde terreno ante lo literal. Me imagino que si uno de los escritores contemporáneos recreara El bordo (Fondo de Cultura Económica, 1960) de Sergio Galindo, seguramente estaríamos frente a un narcorrelato, con buchonas, acribillados, decapitaciones, narcocorridos y ajustes de cuentas.

No recuerdo las circunstancias que me trajeron a leer La espuma de los días (Alianza Editorial, 1993) de Boris Vian, pero no dudaría que fue a través de la curiosidad que provoca el universo del jazz. Nos encontramos frente a una novelita emblemática que, por principio de cuentas, se encarga de desbrozar nuestro criterio de lo literal. Un universo de fantasía y multicolor que en pleno siglo XXI no envejece a pesar de haberse escrito en la segunda mitad de la década de los cuarenta.

El exhorto en el prefacio de la novela es emblemático: “En la vida, lo esencial es formular juicios a priori sobre todas las cosas. En efecto, parece ser que las masas están equivocadas y que los individuos tienen siempre razón. Es menester guardarse de deducir de esto normas de conducta: no tienen por qué ser formuladas para ser observadas”.

Sí, la novela se encarga de esto. Se trata de una ridiculización a las clases altas, al estilo de vida cursi, a la vocación por frivolizar la vida en consonancia por el amor de las cosas caras. No obstante, y aquí es donde se presenta una de las ironías geniales que determinará el rumbo de la narración, la historia que se cuenta en La espuma de los días es enteramente verdadera, ya que se la ha inventado el autor de cabo a rabo: “Su realización material propiamente dicha consiste, en esencia, en una proyección de la realidad de una atmósfera oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y que presenta una distorsión”.

Ante este escenario, solamente es posible que existan dos cosas en esta vida, de acuerdo al autor: el amor en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de Nueva Orleans o de Duke Ellington. ¿Qué hacemos con lo demás? Debería de desaparecer porque lo demás es feo.

En esta historia de amor que se torna en una amarga y plomiza tragedia, desde el principio somos invitados a entrar a la casa de Colin, uno de los protagonistas, una opulenta residencia con el servicio de cocinero disponible de manera permanente, un tipo carismático, servicial y talentoso llamado Nicolás. También conocemos a Chick, el mejor amigo de Colin, adicto a los libros, específicamente a aquellos donde se presentan los postulados filosóficos de Jean Sol Partre (si usted se rió, caro lector, no le extrañe que un servidor no acuda a lo literal para explicar este anagrama), y cuya adicción, ya de por sí enfermiza, deviene en una desviación viciosa en espiral fatal. Chick se hace acompañar de su novia, Alise, quien abonará con gravidez a la imagen de un amor imposible entre ella y Colin, otro desafío más a lo literal.

El repertorio de personajes se cierra con Chloé, una chica con hermosura sui generis que inspirará a Colin a lanzar frases como esta: tu piel es tan suculenta como la sopa de almendras. Cuando Colin conoció a Chloé, éste tragó saliva, la boca le ardía como si la tuviera llena de buñuelos ardiendo:

–¡Hola!… – dijo Chloé.

–Hola… ¿Eres una versión adaptada por Duke Ellington?… –Preguntó Colin. Y se marchó porque estaba convencido de que había dicho una estupidez.

Bajo esta tónica, el desafío a lo literal se imprime en cada una de las páginas, al tiempo en que la historia da un giro a partir de que a Chloé le va creciendo un nenúfar en el interior de uno de sus pulmones. En ese punto de quiebre, la realidad opulenta se pervierte. El autor nos conduce a un camino trágico con lo peor de la vida: la enfermedad en la descomposición de Chloé; el trabajo (Colin se ve obligado a trabajar en las peores condiciones para poder pagar el tratamiento de Chloé); la adicción hacia lo políticamente correcto (Chick engendra sentimientos malignos en su incontrolable fascinación por la obra de Partre); la religión inútil, burócrata, absurda y vacía; y el fanatismo ideológico en cualquiera de sus facetas.  Todo esto se cuenta desde una virtuosa sutileza ajena a la inmediatez vulgar de lo literal.

A cada página se abre un misterio. En cada pequeño capítulo (¡a pesar de sus 261 páginas es un prolífico universo narrativo!) se abre un clúster multicromático de posibilidades infinitas, narradas a modo del hard bop más elucubrante de Ellington.

La siguiente playlist también se hace presente en el libro:

  • Take the ‘A’ train.
  • Caravan
  • Chloé.
  • The mood to be wooded.
  • Sophisticated lady.
  • Fleurette africaine.
  • Slap happy.

No me referiré a la adaptación cinematográfica porque ésta, de manera deplorable, más cercana al pop que al jazz, acude a lo literal y sacrifica lo sublime. La espuma de los días es un libro que ningún lector debería de vivir sin leer.

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